CRÓNICA
Si la lucha nos encuentra que sea hermanados
Texto e investigación documental por: Génesis Anangonó @genestefa
Reportería por: José Mosquera y Génesis Anangonó
Fotografías: Iván Castaneira
Publicado 29 de octubre 2020
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Alfonso Vega nació en Tigua, provincia de Cotopaxi, hace 45 años. Recuerda que llegó a Quito a la edad de quince años, sin embargo, su familia llegó a la capital muchos años antes. Todos trabajaban en el mercado Mayorista en el estibaje y por eso, él también se dedicó al oficio familiar que les permitía sostener la vida.
La genética parecería haber sido muy generosa con él, pues su piel tostada esconde bien las cuatro décadas y media de existencia que el hombre, que se autoidentifica como indígena, posee. Su memoria es su aliada y le recuerda un sin número de hazañas que el Movimiento Indígena ha logrado desde la Colonia. «Para la población indígena, el único camino es luchando» dice y recuerda que eso, junto a los tres principios básicos de la cosmovisión de su pueblo: Ama Quilla, Ama Llulla, Ama Shua (No ser ocioso, no mentir, no robar) son la base que les ha permitido resistir y existir a lo largo de la historia.
Hoy Alfonso, preside la Asociación de Estibadores y Tricicleros de Tigua del Mercado Mayorista de Quito y junto a sus 200 compañeros se encarga de estibar, cargar y transportar productos alimenticios desde la madrugada, hasta entrada la mañana. Junto a ellos, a quienes reconoce como sus hermanos, su familia, ha construido y comparte recuerdos. Unos alegres, otros graciosos y también recuerdos dolorosos. De estos últimos, uno en especial le viene a la mente: «el Paro de este año», refiriéndose al Paro Nacional y Levantamiento Indígena y Popular del 2019.
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El Decreto Ejecutivo 883, como a la mayoría de las y los ecuatorianos, tomó por sorpresa a Alfonso Vega y le hizo pensar que sus condiciones de vida se agravarían por el encarecimiento de todos los productos y servicios. Tomando en cuenta que gana cinco centavos por cada quintal de papas que carga, el decreto complicaría mucho más su situación económica y le imposibilitaría enfrentar la crisis.
Los primeros en manifestar su rechazo al Decreto 883 fueron los transportistas y a ellos, se les unió el Movimiento Indígena, campesino, estudiantil y otros frentes sociales que, al contrario de los primeros, sostuvieron el Paro Nacional de inicio a fin, durante once días.
Alfonso recuerda que el malestar se hizo presente en todas las comunidades de su provincia, Cotopaxi, por lo que decidieron marchar, movilizarse y exponer su inconformidad con el decreto. Hombres y mujeres salieron, incluso, desde las comunidades más lejanas. Cuando los integrantes de la Asociación de Estibadores y Tricicleros de Tigua del Mercado Mayorista de Quito supo que sus hermanos indígenas vendrían a la capital, decidieron sumarse.
—Nuestra decisión tuvo que ver con que nosotros somos cien por ciento indígenas; segundo, porque como estibadores somos uno de los sectores más vulnerables dentro del mercado. Dentro de eso, sentimos la imposibilidad de poder sustentar el tema de las medidas tomadas por el gobierno. Por ello participamos no como asociación sino como personas. No hubo obligación, solo sentimos la necesidad —dice Alfonso durante una fría madrugada de septiembre, a pocos días de que se cumpla un año del Paro, mientras observa a sus compañeros descargar con gran agilidad camiones cargados con cientos de quintales de papas.
Con esa misma agilidad con que cada mañana cargan los alimentos que abastecen a la ciudad, en octubre del 2019, idearon una estrategia apenas supieron que las bases del Movimiento Indígena se sumarían al paro.
Para Alfonso y sus compañeros era fundamental trabajar «el tema de unidad» y en vista de que compañeros y compañeras venían de Tigua y Pujilí, sus comunidades de origen, consideraron que era necesario no solo garantizarles la alimentación, sino también ofrecerles un techo y una cama para descansar por las noches.
—Aquí nosotros tratamos primero de buscar alojamiento, luego ver dónde nos íbamos a encontrar con ellos y qué íbamos a aportarles. No fue como en años anteriores que nosotros sabíamos estar bien organizados, esta vez lo hicimos individualmente, porque las medidas que tomó el gobierno nos entró en cada consciencia y por ello salimos, por nosotros mismos —dice Alfonso.
Así fue, previo a la llegada del Movimiento Indígena a Quito realizaron acciones solidarias para el alojamiento y la alimentación, porque sentían empatía por «las condiciones precarias de ellos, que nosotros también hemos vivido». Alfonso cree que ese vínculo e identificación con los marchantes fue el detonante para que, él y sus compañeros estibadores y tricicleros respalden a las compañeras y compañeros que se movilizaron desde el corazón de las comunidades indígenas de la Sierra.
Mientras las y los manifestantes se encontraban protestando en la zona de El Arbolito, los estibadores y tricicleros del Mercado Mayorista de Quito, iniciaron una colecta de contribuciones económicas que les permita comprar los insumos necesarios para cubrir las necesidades de las compañeras y compañeros que se movilizaban, además, al trabajar como dice Alfonso «en el seno del producto» ayudaron con donaciones de papa y frutas que más tarde, se entregaron en la Casa de la Cultura y en las zonas consideradas «Refugios de Paz», en donde las personas que llegaron de otras provincias se resguardaron.
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Ana es una mujer indígena oriunda de Guangaje, en el cantón Pujilí de la provincia de Cotopaxi, actualmente dirigente de la Asociación Mushuk Kawsay (Vida Nueva), conformada en su mayoría por esposas de los integrantes de la Asociación de Estibadores y Tricicleros de Tigua del Mercado Mayorista de Quito. Esta asociación nació a la par que la asociación de estibadores, pero está constituida principalmente por mujeres que trabajan durante las madrugadas desgranando maíz, pelando cebollas, clasificando papas, empacando los productos que se venden e incluso como empleadas de los locales de comercio que están dentro del mercado.
Ana recuerda que tanto la asociación de estibadores como las mujeres de la asociación fueron alertadas de las acciones que realizaría el Movimiento Indígena y ellas propusieron a cada una de las personas hacer una acción solidaria en apoyo a los manifestantes que llegarían a Quito con una motivación:
—Ellos se han dado cuenta y han salido bajo voluntad de ellos y, en mi persona, voluntad mía. No hemos hecho reunión, ni pertenecemos a CONAIE ni a Movimientos Indígenas, somos migrantes aquí. Nosotros asistimos voluntariamente —explica Ana y dice que, aunque sus aportes fueron «poquitos» para ella era necesario «ayudar, aunque sea un vaso de agüita» a las personas que vinieron de ciudades lejanas «a dar protestando».
La presidenta de la Asociación Mushuk Kawsay junto a otras 75 mujeres socias se dispusieron a cocinar para los hambrientos. Para lograr esto, cada socia hizo una donación económica y con el dinero recolectado compraron arroz, pollo y frutas para el jugo, se distribuyeron las tareas y prepararon la comida en sus propias casas, y luego, con apoyo de la Asociación de Estibadores y Tricicleros, llevaron los alimentos hasta la Casa de la Cultura y a las universidades que eran «Refugios de Paz».
Alfonso Vega recuerda que, durante las protestas, en el parque El Arbolito, cuando él y sus compañeros estibadores se movilizaban con las compañeras de la Asociación Mushuk Kawsay, para entregar los alimentos que habían preparado, reconocieron entre la multitud a «algunos compañeros o familiares que llegaban a Quito y no tenía donde quedarse». No importaba si eran tres, cuatro o cinco, decidieron hospedar a la mayor cantidad de paisanos en sus casas, para que permanezcan allí mientras estuvieran participando en las protestas.
A la par que la Asociación Mushuk Kawsay y la Asociación de Estibadores y Tricicleros de Tigua se organizaban y planeaban sus acciones de apoyo, el Comité de Gestión, el Giro de Abastos y otros presidentes de las asociaciones que coexisten en el Mercado Mayorista de Quito también se disponían a apoyar el Paro Nacional. Así, la Asociación San Antonio y el Comité de Gestión de Mercado Mayorista también se unieron.
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Marianela Granada, es una mujer trigueña, de baja estatura y mediana edad, es la presidenta de la Asociación San Antonio y del Comité de Gestión del Mercado. Ella es la segunda generación de su familia que trabaja en el Mercado Mayorista. Marianela llegó al Mayorista junto a su familia hace treinta y nueve años, luego de que fueron reubicados del Mercado Chiriyaku, tradicionalmente conocido como El Camal. En aquel entonces, no había comerciantes que se posicionaran en las instalaciones del Mercado Mayorista, por lo que la decisión de reubicar a los comerciantes la tuvo la Dirección de Mercados.
De los días del paro, Marianela recuerda que todos los productos elevaron sus costos, no había certeza de si llegarían o no a los mercados y esto se tornaba «desesperante». Por ello, decidieron solicitar apoyo a todos los comerciantes para aportar de alguna manera a las y los manifestantes.
—A nosotros nadie nos obligó a colaborar, lo hicimos porque dependemos del campo y estábamos siendo afectados por las malas políticas que tomó el gobierno de Lenín Moreno —explica Marianela y recalca que apoyar al Movimiento Indígena era lo mínimo que ellos, como comerciantes, podían hacer.
—Las cosas que pasaban en ese momento eran por un mal gobierno, eso incitó a las huelgas, a las paralizaciones y a los paros —dice Marianela.
Cuando ella y sus compañeras supieron que las poblaciones indígenas provenientes de las provincias de Cotopaxi y Chimborazo estaban en camino a Quito, decidieron trabajar colectivamente para apoyar a las compañeras y compañeros que se movilizaban y que al llegar a la capital requerirían soporte. Se enteraron por redes sociales que el parque El Arbolito estaba lleno y que allí no podrían ayudar, pero sabían que la alimentación era vital y resolvieron sostener la alimentación del Movimiento Indígena y de las y los manifestantes que se habían instalado en la zona de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Marianela relata que la jornada del Paro fue agitada, pues comenzó desde que el Movimiento Indígena llegó a Quito hasta cuando, luego de la minga, regresaron a sus comunidades.
—Apoyamos con alimentación al parque El Arbolito, a la Universidad Salesiana y a los dirigentes que vinieron a conversar con nosotros en el mercado Mayorista, también les dimos comida a ellos —relata Marianela.
Al inicio llevaron alimentos crudos, lavados y listos para preparar hasta los Refugios de Paz. También aportaron con tres dólares con los que compararon tarrinas, servilletas, cucharas desechables, colas y aguas. Cuando todas estas necesidades fueron cubiertas, la comida y los implementos fueron trasladados a los albergues:
—Para ir a dejar los alimentos veíamos por donde había calles abiertas para ir a dejar, nos demorábamos bastante entre ir y regresar, porque no podíamos llevar camiones grandes, sino alquilábamos camionetas o en las de los compañeros. Nosotros llevábamos los productos, por ejemplo, las papas lavadas, —dice Marianela.
Poco más de 800 personas del Mercado Mayorista de Quito apoyaron el Levantamiento Indígena y Popular. Marianela narra que en el caso del Comité de Gestión se logró que alrededor de 600 personas, mayoritariamente mujeres, apoyaran a las y los manifestantes, mientras que en la Asociación de Estibadores y Tricicleros fueron alrededor de 160 hombres los que apoyaron las movilizaciones y en la Asociación Mushuk Kawsay fueron alrededor de 70 mujeres.
Marianela relata que el trabajo en el mercado fue colectivo y no se registraron mayores incidentes. La atención en el Mercado era parcial desde el 4 de octubre, porque había poca afluencia de personas. Ya para el 12 de octubre esto cambió, porque llegaron rumores de saqueos en barrios cercanos y en otros mercados de Quito. Ese mismo día personas del mercado y habitantes del sector impidieron la circulación vehicular, quemando llantas y realizando plantones en la Avenida Teniente Hugo Ortiz, por lo que el mercado cerró sus puertas por algunas horas.
Durante ese cierre, aprovecharon el tiempo para idear una estrategia que, en caso de ser necesaria, les ayude a evitar los saqueos y a precautelar la integridad de las personas del mercado. Marianela relata que solicitaron apoyo a la administración y a la gerencia del mercado, a la Policía Nacional, al Cuerpo de Agentes de Control, a la Agencia Digital de Comercio y al Servicio Integrado de Seguridad ECU 911. Recuerda que «ventajosamente aquí no pasó nada, aquí ni intentos de saqueo hubo», sin embargo, el Comité de Gestión, el Giro de Abastos y varios presidentes de otras asociaciones del mercado, decidieron extremar precauciones y organizarse en grupos de diez personas que cuidarían la entrada del mercado durante cuatro horas, para luego intercambiar estos lugares con otros grupos, recuerda Marianela.
Ella dice que sentían miedo de que el mercado sea atacado y deba cerrar completamente, porque en ese caso la alimentación de los manifestantes y de la ciudad en general se vería comprometida al no poder abastecer a otros mercados, tiendas de barrio e incluso a las personas que realizaban compras al por menor, por ello «para nosotros fue una necesidad y responsabilidad, velar para que el mercado esté abierto».
Alfonso, Ana y Marianela coinciden en que apoyar el levantamiento no solo consistió en apoyar una protesta, sino apoyar a aquellos «hermanos y hermanas que pusieron el cuerpo y la vida, para reclamar por los derechos de las clases trabajadoras». Cuando evocan este pensamiento se hace automático recordar a Abelardo Vega Caizaguano.
Abelardo murió el 12 de octubre de 2019 tras ser arrollado por «un vehículo de la policía», según la Alianza de Organizaciones por los Derechos Humanos en su informe Verdad, Justicia y Reparación. Abelardo llegó a Quito, proveniente de Tigua, a los dieciocho años, se dedicó a trabajar como triciclero en la Asociación Vencedores de Pichincha en el mercado Mayorista. Varios años después Abelardo logró comprar un puesto en el mercado Mayorista donde comercializaba frutas para sostenerse y sostener a su familia. La madrugada del 12 de octubre de 2019 tras el cierre del mercado y el bloqueo de la vía de acceso principal, Av. Teniente Hugo Ortiz, Abelardo no pudo dirigirse hasta la Casa de la Cultura a entregar los alimentos que aportaba el mercado, por lo que decidió retornar a su casa, pero en el trayecto encontró un enfrentamiento de policías y militares contra los manifestantes. La policía disparó bombas de gas lacrimógeno para disuadir a los manifestantes, dificultando la visibilidad. En ese momento, a la altura del antiguo registro civil de Turubamba, un vehículo que circulaba en sentido sur – norte arrolló a Abelardo, que fue trasladado al Hospital Enrique Garcés donde murió.
Alfonso recuerda esta muerte con tristeza y relata que Abelardo no fue el único compañero de Cotopaxi que murió durante las manifestaciones. Alfonso se refiere a Inocencio Tucumbi que falleció el nueve de octubre de 2019 a consecuencia de golpes severos y por el impacto de un «objeto en la parte posterior de su cabeza», luego de que la Policía Nacional lanzara gas lacrimógeno al interior de las universidades Politécnica Salesiana y Católica, según reseña el informe de la Alianza de Organizaciones por los Derechos Humanos. José Daniel Chaluisa también falleció el 9 de octubre de 2019 luego de caer del puente de San Roque, tras ser perseguido por agentes de la Policía Nacional; y, Abelardo Vega que falleció a causa de un arrollamiento el 12 de octubre de 2019 cerca del Mercado Mayorista. Inocencio, José Daniel y Abelardo son de comunidades de la sierra centro, lugar de origen de varios de los integrantes de las asociaciones del Mercado Mayorista.
Al relatar este suceso, Alfonso, no puede evitar recordar que él también estuvo en peligro durante el Paro Nacional. El martes 8 de octubre, él y sus compañeros salieron al parque El Arbolito. Ese día, el Movimiento Indígena tenía previsto una movilización hacia la Asamblea Nacional.
Alfonso recuerda que estaba participando en la protesta y la Policía Nacional empezó a lanzar bombas. Inhaló gas lacrimógeno en cantidades extremas, lo que le hizo perder la consciencia. Ese día fue internado en el Hospital Eugenio Espejo y permaneció allí toda la noche. Mientras sus compañeros estuvieron en la puerta de ingreso al hospital esperando noticias.
Alfonso recuerda con tristeza que la violencia ejercida por los agentes estatales fue muy fuerte:
—La reprimida por parte del gobierno para nosotros fue bien duro, nunca esperábamos eso. Pensábamos que en este tiempo iba a ser diferente, no pensamos que se iba a tomar de esa manera.
Alfonso dice que lo primero que se le vino a la mente cuando estaba en el hospital, fueron sus hijos y su familia: «ellos son mis motivos, son mis fuerzas y lo único que recordé era mi hijo, un varoncito de 5 años que tengo todavía».
Alfonso tiene dos hijos, junto a su esposa Luz María, el primero es Alan Gabriel de 10 años y el segundo Milan Jacobo de 5. Sobre Alan dice «él ya conoce, a él le inculco cómo es el proceso social, el proceso político –del Movimiento Indígena–, porque la política nace desde el hogar. Trato de inculcar lo que es la raíz, nuestros principios y valores de la población indígena».
Para Alfonso y Luz María educar a sus hijos en lo relacionado a la lucha social es fundamental por ello dice que, aunque Luz, Alan y Milan no estuvieron en Quito durante las manifestaciones de octubre de 2019, ellos también se sumaron a la protesta social en Pujilí, donde los tres residen. «Ella estaba en Latacunga en el paro, también se movilizó conjuntamente con el Movimiento Indígena». Para esta familia, la lucha social «es el único camino» reconoce y por ello sintió miedo de morir.
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Al igual que Alfonso, Ana recuerda ese día. No podía respirar y permaneció afuera de la Asamblea junto a otras mujeres. Ese mismo día, manifestantes ingresaron a la Asamblea Nacional y fueron desalojados por las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, el presidente Lenín Moreno, desde la nueva sede del gobierno trasladada a Guayaquil, decretó toque de queda, restringiendo la movilidad entre las ocho de la noche y las cinco de la mañana en áreas aledañas a sectores estratégicos, como los edificios de gobierno.
Ana recuerda que pese al toque de queda decretado por Moreno, los días siguientes, ella y sus compañeras continuaron asistiendo al parque El Arbolito para entregar los alimentos y tras hacerlo, acompañaban a las manifestantes que habían llegado desde otras provincias, especialmente de Cotopaxi, porque entre ellas reconocieron a algunas familiares. Ana dice que, en medio del caos, durante el Paro Nacional, esa fue su rutina diaria: cocinar, ir al parque, entregar alimentos y acompañar a sus conocidas.
La «normalidad», en medio de los gases y las piedras, a la que Ana y las socias de la Asociación Mushuk Kawsay ya se estaban acostumbrando se rompió, el 11 de octubre de 2019, cuando mujeres con las manos en alto, en señal de paz, avanzaron hasta los exteriores de la Asamblea Nacional en una marcha pero, como dice Ana «fuimos engañados». La Policía Nacional ofreció hacer una tregua a los manifestantes, entre los que estuvieron mujeres, niños y niñas, adultos mayores, personas en muletas, como detalla el informe de la Verdad, Justicia y Reparación
—Nos engañaron diciendo que a las mujeres no nos van a hacer nada. Nos hacían poner en frente de ellos y de repente, nos empezaron a bombardear por todos lados.
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El Paro Nacional y Levantamiento Indígena de octubre de 2019 no puede desligarse del Levantamiento Indígena del año 2000, así lo dice Alfonso, quien estuvo en ambos sucesos y los dos acontecimientos tienen características comunes, pero que desembocaron en finales diferentes.
—El paro de 2000, yo me recuerdo que no fue tan duro como fue el de este año— dice Alfonso y cree que en el último Paro Nacional el Estado fue extremadamente violento, en comparación con otras protestas sociales.
Alfonso recuerda el año 2000, cuando el entonces presidente Jamil Mahuad fue cesado de funciones, tras varios días de protestas encabezadas también por el Movimiento Indígena. En esa ocasión tenía poco más de 20 años y ya estaba instalado en Quito. En ese entonces las protestas, al igual que en el 2019, se dieron por el descontento ciudadano, tras la severa crisis económica provocada por el mal manejo de la economía ecuatoriana en las administraciones anteriores y aunque Jamil Mahuad por sí solo no provocó la crisis, sí la profundizó.
Durante la presidencia de Mahuad, en septiembre de 1998, el sucre se devaluó en un 15% y el precio de la gasolina y el gas de uso doméstico se incrementó. Pocos meses después, el 8 de marzo de 1999, Mahuad dijo en cadena nacional que no habría feriado bancario; pero, luego de apenas seis días, también en cadena nacional, el entonces superintendente de Bancos, Jorge Egas Peña, dijo que era «necesario prolongar por un día el feriado bancario, decretado hoy por la Junta Bancaria». El feriado se extendió por cinco días, hasta el 13 de marzo de 1999.
El 11 de marzo de 1999 a través del decreto ejecutivo 685, Mahuad congeló, por un año, los depósitos de las cuentas con más de dos millones de sucres. Trabajadores, jubilados y cuenta ahorristas no pudieron retirar sus ahorros, en muchos casos hasta hoy, pese a que la Corporación Financiera Nacional (CFN) entregó bonos para la devolución del dinero a algunos clientes. Finalmente, el 9 de enero de 2000, Jamil Mahuad en medio de una grave crisis financiera decretó la dolarización en Ecuador y puso fin, a los 116 años que Ecuador había usado su moneda nacional: el sucre. Ecuador se convirtió, en el primer país sudamericano que cambió su moneda nacional por el dólar estadounidense.
El debilitamiento de la economía dejó a miles de ecuatorianos sin empleo, miles de familias quedaron quebradas, perdieron sus ahorros y otros tantos, fallecieron por la desesperación de haberlo perdido todo. Esta crisis también provocó una ola migratoria masiva, en donde aproximadamente dos millones de ecuatorianos tuvieron que abandonar el país para buscar recursos en países de Europa y en los Estados Unidos
Alfonso recuerda con tristeza este hecho y dice que las medidas aplicadas por Mahuad «afectaron a toda la población ecuatoriana» y en consecuencia la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), entonces presidida por Antonio Vargas, junto a la Coordinadora de Movimientos Sociales (CMS) y otros sectores con el respaldo de los militares, se movilizaron durante varios días en contra de Jamil Mahuad.
El entonces presidente se negó a abandonar Carondelet, sin embargo, la falta de respaldo de las Fuerzas Armadas le hizo reconocer el 21 de enero del 2000, a través de una cadena nacional, que «un presidente derrocado no renuncia, simplemente está derrocado».
Alfonso Vega estuvo en las manifestaciones en contra de Mahuad, por lo que afirma que las causas que llevaron a la protesta en el 2000, son similares a lo ocurrido 19 años más tarde: reajuste económico y medidas que encarecían la vida de los sectores populares.
—Esa es la fórmula ideal para que el pueblo se levante —dice Alfonso con seguridad
Pero afirma que la respuesta de la policía y de los militares frente a las personas que protestaban en el 2000, ni siquiera es comparable con la que ocurrió en octubre de 2019.
Las diferencias entre el paro del 2000 y del 2019 son evidentes a criterio de Alfonso pues, aunque en ambas, la voz del pueblo se hizo escuchar, en el último paro la violencia, la sangre, los ojos perdidos y los muertos no permiten cantar victoria. Porque para el Movimiento Indígena, tal como dijo mama Tránsito Amaguaña, jamás se puede negociar con la sangre de las hermanas y hermanos.
En el 2000, el triunfo fue del pueblo destaca Alfonso. Por eso está convencido de que, en 2019, las bases del Movimiento Indígena se levantaron y los pueblos y nacionalidades los respaldaron, porque saben que el único camino es luchando. Está consciente que ninguno de los triunfos del pueblo ha sido sencillo «los hemos peleado, nos hemos opuesto y resistido». Él toma como referencia el primer Levantamiento Indígena de los años noventa «que fue una de las movilizaciones más grandes del Movimiento Indígena» relata Alfonso. Para él, era imposible no respaldar el levantamiento de octubre de 2019, pues reconoce que la unidad de los pueblos indígenas está allí y no requiere de llamados ni de convocatorias políticas, solo de la unión del pueblo, de los empobrecidos y de todos aquellos que sostienen la economía con su trabajo en los campos, en la agricultura, en la ganadería.
Para Marianela en cambio, recordar el paro es inherente a la unidad y a la solidaridad, pues cree que las manifestaciones de octubre de 2019 son el ejemplo de que «si la gente nos organizamos podemos conseguir bastantes cosas para el bienestar y futuro de todo el país». Ella cree que eso mismo, debieron haber pensado los manifestantes, que prefirieron exponerse al riesgo, a la represión y a la muerte, con el único objetivo de tener una vida digna:
—Ellos estaban luchando por nosotros y nosotros como comerciantes, dependemos de ellos, de los agricultores y productores. Ellos siempre nos han dado la mano en este sistema de comercialización y ahora que estaban reclamando la injusticia social de este gobierno teníamos que apoyarles —dice Marianela.
Para Ana, Marianela y Alfonso, octubre fue un mes de unidad, de lucha, de resistencia social que difícilmente van a olvidar. Ana cree que el Paro Nacional se sostuvo gracias a la solidaridad de todas las personas:
—Imagínese de dónde vienen los compañeros, sea de donde sea: indígenas, mestizos, montubios, negros con el objetivo de luchar por una vida digna —pero lamenta profundamente que el gobierno nacional los haya recibido con bombas lacrimógenas, que algunos hayan sido detenidos, otros heridos y otros hayan fallecido a causa de la represión estatal.
Marianela cree como lo han anunciado las organizaciones sociales octubre volverá y por su parte está lista para apoyar nuevamente:
—Porque nosotros también tenemos que hacerlo, no solo esperar de los indígenas, porque todos somos pueblo y todos estamos recibiendo esas malas medidas económicas.
Alfonso coincide con ella y aunque considera que ahora mismo, el Movimiento Indígena está «fraccionado», sabe que el punto que siempre los hermanará será octubre de 2019, porque representa «la esperanza de volvernos a unirnos», porque «el pueblo indígena nunca murió, siempre ha estado en pie de lucha, desde la época de la colonización, por eso nosotros como herederos siempre vamos a estar llevando ese recuerdo de que para la población indígena, el único camino, la única salida es la lucha social».