CRÓNICA

 

San Roque: maternar, cargar y resistir

desde la organización popular

 

 

 

Por: Génesis Anangonó @genestefa

Fotografías: Iván Castaneira / Roberto Chávez

 

 

 

Publicado 04 de noviembre 2020

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Estefanía* tiene 27 años, es madre de Lucy una niña de un año de edad, estudia pedagogía en Lengua y Literatura en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central del Ecuador, vive y creció en Toctiuco, barrio ubicado en el Centro Histórico de Quito y cercano a San Roque, donde se encuentra la Casa de Trabajo Popular de San Roque donde ella participa.

La Casa de Trabajo Popular fue entregada en comodato a varias organizaciones sociales que realizan trabajo de organización barrial en el sector. Estefanía acompaña a las organizaciones y colectivos que articulan en el espacio y desde que llegó ahí, hace dos años, empezó a trabajar en procesos artísticos y culturales con trabajadores y trabajadoras autónomas y sus hijos.

Al preguntarle por qué decidió sumarse al Paro Nacional y Levantamiento Indígena de octubre de 2019, Estefanía dice que probablemente se debe a su acercamiento con la política desde muy temprana edad, por su padre Ramiro*, militante de izquierda por quien «todo el tiempo pasaba escuchando trova o música que tenía algún mensaje político». Estefanía cree que esta influencia, junto con el hecho de haber crecido en un barrio periférico, popular y que se considera peligroso, la obligó a «leer la realidad desde otra perspectiva». Por ello, a los 19 años, cuando inició la universidad, no dudó en vincularse a organizaciones sociales en las que intentaba hacer política y  como dice «construir el movimiento estudiantil».

Para Estefanía, el estar en el Paro Nacional de octubre de 2019 fue una necesidad, ella quería y sentía la obligación de estar allí: «sosteniendo o brindando la fuerza necesaria para las personas que estaban en la primera línea», porque sabía que quienes se estaban jugando más eran quienes estaban delante de la protesta.

Ella recuerda que en el sector de San Roque las protestas en oposición al Decreto Ejecutivo 883 empezaron el 3 de octubre de 2019 y se extendieron también a las calles aledañas al mercado, en donde hombres, mujeres y jóvenes bloquearon el paso hacia los túneles que conectan el sur con el norte de la ciudad y viceversa. El descontento era general, por lo que la sublevación popular fue ejecutada y encabezada por las y los comerciantes, estibadores, cargadores, trabajadores y trabajadoras autónomas, jóvenes y moradores de la zona donde se asienta este el tradicional mercado.

Barrio San Roque

Las protestas se extendieron a lo largo de la semana. La mañana del 7 de octubre de 2019, Estefanía y un compañero decidieron ir a la Casa de Trabajo Popular San Roque para retirar algunas cosas del espacio.  Allí «nos dimos cuenta de que todo era un caos, de que habían policías por todos lados y claro, cuando salíamos de la casa nos preocupamos de que todos hubieran llegado bien».

—¿Qué tal cómo estás? ¿Todo bien? — cuenta Estefanía que se escribían a preguntar.

En ese intercambio una compañera le envío un vídeo que mostraba la caída de Marco Oto un joven trabajador y amante de la música punk y José Daniel Chaluisa  estibador del mercado, desde el puente que conecta el viejo mercado de San Roque con el nuevo mercado.  En los vídeos, difundidos en redes sociales, se observa a manifestantes que intentan alejarse de la Policía Nacional en el puente peatonal. Las personas corren, escalan una puerta de rejas ubicada en medio del puente, pero los policías a pie y en motos les persiguen, les acorralan, la cámara se mueve y se observan cuerpos arrojados sobre la avenida 24 de Mayo. La gente que estaba en el lugar grita, pide ayuda para las personas que permanecen en el suelo, pero los agentes policiales, que estaban abajo del puente, no hacen nada. Se van.

Las personas que grabaron el vídeo hablan de tres personas que cayeron al suelo, sin embargo, la Policía Nacional, al día siguiente de lo ocurrido, emitió un comunicado en el que confirma la caída, pero solo de dos personas y se deslindaron de lo ocurrido. La Cruz Roja también confirmó este hecho. El comunicado policial concluye negando la responsabilidad de la policía en los hechos, y a pesar de que ofrecieron «investigar lo sucedido para en su momento informar a la ciudadanía» no lo han hecho. La muerte de José Daniel Chaluisa, según informó la Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (Inredh) está siendo investigada como un posible homicidio por la Dirección de Derechos Humanos y Participación ciudadana de la Fiscalía de la Comisión de la Verdad. Mientras que la muerte de Marco Oto, según explicó su madre, Imelda Rivera, en una entrevista con Wambra Medio Digital Comunitario, no ha tenido avances.

Lugar donde fallecieron Marco Otto y José Daniel Chaluisa

Marco y José permanecieron horas en la avenida sin recibir atención médica, para luego ser trasladados hacia el Hospital Carlos Andrade Marín (HCAM), en una camioneta particular. Ambos tenían «politraumatismos, fracturas» y más afecciones físicas, según informó la Alianza de Organizaciones por los Derechos Humanos en su informe Verdad, Justicia y Reparación. Marco Oto Rivera ingresó al hospital con muerte cerebral; su rostro, piernas, brazos y demás huesos estaban rotos y tenía varias contusiones en la cabeza. El joven de 26 años murió un día después de haber caído del puente, el 8 de octubre de 2019. José Daniel Chaluisa también fue ingresado al Hospital Carlos Andrade Marín con «politraumatismos, fracturas y una luxación expuesta en el quinto metacarpiano de la mano izquierda» según el formulario de la historia clínica. Murió dos días después de ser hospitalizado, el de 9 de octubre de 2019, por un «un trauma craneoencefálico severo, contusión hemorrágica parietal y una fractura del arco costal izquierdo» según el certificado de defunción. Sus restos fueron trasladados a Zumbahua, su tierra natal, mientras el Paro Nacional continuaba.

Estefanía sabe lo que sucedió con Marco y Daniel, y cuenta que se estremeció con los hechos. Por este motivo, el mismo día que circuló el vídeo, su colectivo decidió generar en la Casa de Trabajo Popular un centro de acogida, con bandera blanca,  para que la gente pueda ir «también abrimos una convocatoria para que vayan enfermeras y enfermeros y que la casa pueda servir como espacio para curar heridas» cuenta Estefanía.

A partir del 8 de octubre, decidieron abrir la Casa de Trabajo Popular San Roque para que las personas que estaban manifestando en el Centro Histórico pudieran resguardarse. Estefanía recuerda que en la intersección de las calles Chimborazo y Rocafuerte las personas había formado una barricada, que en principio estaba formada en su mayoría por hombres, pero con el paso de los días, ellos fueron reemplazados por niños y adolescentes que decidieron ponerse al frente de la protesta.

— ¿Qué edades tenían los niños? — le pregunto a Estefanía.

— ¿Las edades?, eran súper pequeños quienes estaban al frente, eran niños y jóvenes, no había nadie más. Eso era los que nos preocupaba a nosotras y nosotros, porque en las primeras líneas de San Roque solo estaban conformadas por niños y adolescentes, no había absolutamente nadie más. Todo era un caos.

Estefanía recuerda con notable angustia ese suceso, porque «no había ninguna limitación o sensibilidad que te diga ‘no así, son guaguas’». Junto a las personas que estaban dentro de la Casa, a través de una ventana podía observar lo que pasaba «a mala hora nadie tenía un celular bueno que grabara lo que pasaba; y bueno tampoco estábamos con la necesidad de grabar, estábamos con toda esa emoción en el cuerpo». Emoción que minutos más tarde se transformó en impotencia, cuando observaron a la Policía Nacional atrapar a «unos muchachos» que intentaban huir. «Venían corriendo, algunos se pudieron escapar». Estefanía recuerda que junto a un compañero empezaron a gritar a la Policía para que dejaran de golpear al muchacho «la gente no decía nada, estaba llena de pánico y miedo solo se hacían a un lado, solo una señora se unió a nosotros y empezó a gritar que ya le dejaran».

Estefanía recuerda que el joven no decía, ni hacía nada, solo se agachaba mientras era golpeado por un policía que, según relata, cuando terminó solo se fue. Entonces, el muchacho aprovechó para levantarse y desaparecer entre el humo que provocaban las llantas, los árboles y la basura quemada en la calle Rocafuerte. «Nosotros ese día regresamos a la casa caminando y con miedo».

La Casa de Trabajo Popular San Roque funcionó pocos días después de ser abierta, porque agentes de policía motorizados llegaron a rodearla, provocando que la gente que estaba dentro, entre en pánico «se empezaron a subir por el techo, porque tenían miedo de que la Policía les hiciera daño». Estefanía dice que impedir la entrada de la Policía Nacional al predio solo fue posible tras un enfrentamiento verbal entre los agentes policiales y cuando uno de los médicos que negó el ingreso a los policías argumentando que la Casa estaba funcionando como un centro médico.

Imelda Rivera, madre de Marco Otto

«La policía nos advirtió que no podíamos usar la Casa para brindar servicios médicos», Estefanía recuerda que los policías les anticiparon que las calles del Centro Histórico se cerrarían y así fue, después todas las calles se cerraron. Estefanía cree que el cierre de las calles fue consecuencia del incendio del Cuartel 24 de Mayo de la Policía Nacional; incendio que la gente provocó como respuesta «a las muertes violentas de Marco y Daniel», y solo eso logró que las manifestaciones en San Roque cesaran. Cuando las vías se cerraron y la afluencia de gente también disminuyó, la Casa de Trabajo Popular San Roque también cerró sus puertas:

— Aquí no hay nada que hacer, ya no había barricadas que se puedan sostener — recuerda Estefanía, que dijeron antes de cerrar y trasladar su acción al Parque el Arbolito.

 

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Jaime Chiguano es estibador en el Mercado de San Roque y presidente de la Asociación de Estibadores Mixtos Migrantes Mercado Nuevo San Roque, una organización que obtuvo su personería jurídica a pocos días de terminado el Paro en octubre. Jaime también recuerda con claridad lo ocurrido el 7 de octubre de 2019, cuando José Daniel Chaluisa y Marco Oto perseguidos por la Policía cayeron del puente. Ese día, comerciantes y moradores del sector se agruparon para quemar llantas y escombros y así restringir la circulación a través de la vía. Sus esfuerzos fueron en vano, porque poco tiempo después, agentes de la Policía Nacional llegaron al sector para reabrir la circulación vehicular en el túnel de San Roque.

Integrantes Asociación de Estibadores Mixtos Migrantes Mercado Nuevo San Roque – foto enero 2020

En una entrevista con Wambra Medio Digital Comunitario, Jaime Chiguano relató que ese día, la Policía Nacional llegó «a coger a quien era y quien no era, a maltratar. Botaban bombas y gas, asome quien sea, sea mujer, sean niños, no sabían respetar, si botaban a toditos. Al que asoma, bota bomba, bota gas. Ahí era, tremendo el caso de nosotros. Por ejemplo, a un niño le botaban y hacían desmayar, pues».

Un año después de lo ocurrido, Jaime Chiguano dice que los compañeros de la Asociación que preside salieron a protestar y a exponerse a la represión policial «Fue por la necesidad de uno, no era nada de invitados, nada de políticas a nivel nacional. Fue por necesidad de nosotros». Él recuerda que sus compañeras y compañeros del mercado decidieron sumarse a la movilización, apenas supieron que sus hermanos indígenas de la provincia de Cotopaxi habían llegado a Quito. Esta solidaridad se dio, porque la mayoría de los cargadores y estibadores del Mercado San Roque provienen de esa provincia:

—Salimos a defender nuestro derecho — dice con voz enérgica.

Él explica que el aumento del precio de los combustibles iba a encarecer la vida y afectar a las personas que se dedican a la agricultura, que viven en los campos o que viven del día a día, como es el caso de sus compañeros de la asociación y los trabajadores del mercado.

Relata Jaime que él y sus compañeros estibadores en un día normal, antes de la pandemia, ganaban de seis a siete dólares y en los días de feria –martes, viernes y sábado– lograban reunir diez dólares. Jaime es padre de cinco menores que tienen catorce, doce, ocho y cuatro años respectivamente; el más pequeño tiene 6 meses. Jaime explica que su prioridad es educar a sus hijas e hijos, y por ello, decidió dejar su natal Zumbahua, en Pujilí, para buscar mejores oportunidades:

—Nosotros vivíamos en el campo, allá cerca de Zumbahua. Para nosotros allá no había la facilidad de vivir, tenemos terrenos, pero no podemos asegurar la vida, porque no hay agua, hicimos la solicitud, para un proyecto de agua, para no tener que migrar. Pero por falta de agua no se produce bien. Yo soy del campo, pero tengo el derecho de hacer estudiar a mis hijos y en ese sentido allá no se alcanza, por eso salimos a migrar acá en Quito — dice Jaime quien vive en una pequeña vivienda en el sector de San Roque desde hace siete años.

Jaime cree que, hasta antes del Paro Nacional de octubre de 2019, no tenía malos recuerdos del sector que lo acogió cuando llegó a Quito por primera vez:

—Yo vivo en La Libertad ya casi 7 años, el primer día que llegué me robaron, pero de ahí hasta el momento no me ha pasado nada. Siempre dicen que la gente de La Libertad es muy mala, pero yo no he vivido eso para decirle. Aquí todos vivimos tranquilos, incluso yo trabajo en el mercado y a cualquier hora me bajo. Si me llaman a las 12 de la noche, me bajo a las 12 de la noche. No han pasado cosas graves.

Los recuerdos de Jaime Chiguano cambiaron el 7 de octubre de 2019, porque nunca olvidará el día en que su amigo y compañero, José Daniel Chaluisa, cayó del puente que conecta el antiguo Mercado de San Roque con el nuevo.

Al igual que Jaime, su compañero estibador José Daniel Chaluisa, quien falleció en octubre, es de la provincia de Cotopaxi. José Daniel también nació en Zumbahua, en una de las comunidades rurales más empobrecidas de la provincia. Cuando falleció tenía 40 años, nueve hijas e hijos y un nieto que quedaron a cargo de su esposa Eloisa Chasiquina. Al igual que Jaime, José Daniel tuvo que dejar su ciudad natal, porque la agricultura, pese a ser tan necesaria, es mal remunerada e impide que las y los campesinos vivan exclusivamente de esa actividad.

Jaime y José Daniel llegaron a Quito con la intención de tener más y mejores oportunidades, pero el decreto 883 precarizaba aún más su ya empobrecida vida. Por ello, luego de una reunión con todos los compañeros de la Asociación de Estibadores Mixtos Migrantes Mercado Nuevo San Roque decidieron sumarse a las movilizaciones en las afueras del mercado. «Estábamos defendiendo nuestro derecho, tuvimos que ir a ver todo lo que aquí pasaba y como todas las nacionalidades salieron, nosotros también estábamos necesitados y salimos para reclamar, para protestar».

Jaime recuerda que el 7 de octubre los policías acorralaron a José Daniel contra la puerta de rejas que está en la mitad del puente. José Daniel quería cruzar hacia el otro lado e intentó escalar la puerta de rejas, pero después habría llegado un policía motorizado y «en vez de coger o hacer parar, no pues, llega, da un golpe, bota para abajo. De ahí, como ellos estaban con gas, con todas las bombas, entonces nosotros ¿qué vamos a decir a ellos?».

Puente Mercado San Roque

 

***

 

Estefanía tiene una hija que se llama Lucy, que en la época del Paro Nacional tenía apenas cuatro meses de nacida. Lucy estaba adaptándose al mundo por lo que Estefanía tenía un conflicto interno: estar en el paro o maternar. Ella decidió la primera y se sumó a la protesta social. Estefanía relata que el apoyo que le brindó su madre, Alegría, fue clave para que ella pudiera asistir a las protestas, pues sin ese apoyo ella habría tenido que limitar su participación e incluso su militancia política actual.

«Mi mami fue quien me dio sostén para poder asistir a las jornadas de octubre. Ella se quedaba con mi hija y así yo podía ir a San Roque a las brigadas de salud y, después, a las jornadas de protesta en El Arbolito». Estefanía sabía que bajo el cuidado de su madre su pequeña estaría bien, pero confiesa que con frecuencia pensaba en ella. Su mente estaba en un constante conflicto:

«Maternar es complicado, es un camino de aprendizaje, pero también de miedos y hacerlo sola es mucho más complejo» dice Estefanía. Así durante las jornadas de octubre antes de ir hacia El Arbolito debía «dejarle lechecita» a su hija mientras que a la vez se preparaba «emocionalmente» para dejarla al cuidado de su madre.

Los días que la Casa de Trabajo Popular San Roque funcionó, fueron de constante tensión para Estefanía, no solo por el nivel de violencia que visibilizó en las calles, sino por su pequeña hija. Aunque estaba resguardada bajo el cuidado de su abuela, ella pensaba en que la violencia y represión policial podría volcarse en su contra y cuando lo pensaba sentía un golpe en el pecho y se decía a sí misma «chuta, ¿y si algo me llegara a pasar?, no quiero que este sea el final de mis días. Fue tan complejo» dice.

Su constante preocupación se ponía en pausa cuando salía de casa. Estefanía reconoce que su barrio es peligroso, pero durante los días del Paro Nacional, el peligro aumentó y se mantuvo también en San Roque y San Juan, porque a la ola de violencia ocasionada por los enfrentamientos entre civiles y policías, también se sumó el aumento de delincuencia. Tenía precaución y miedo porque a partir de San Juan todo estaba abandonado, no había gente, pero sí «había quienes estaban aprovechando ese momento para delinquir». Estefanía dice que con miedo emprendió su travesía para llegar al parque El Arbolito. Debía hacerlo a pie, porque en esos días el transporte público dejó de operar,

—sí pensaba capaz que me quedo apoyando en esta barricada, pero claro donde más gente y apoyo se necesitaba era en El Arbolito, por eso siempre decidía ir hasta al Arbolito —recuerda.

Trasladarse hasta la zona de mayor conflicto durante el Paro Nacional generalmente era una actividad que Estefanía realizaba en solitario, pero en algunas ocasiones su padre la acompañaba. Cuando llegaba al parque El Arbolito lo que Estefanía destaca era el fuerte olor a gas que era muy difícil respirar, pero la gente, y ella misma, se iba habituando al olor conforme permanecían en el parque. Una vez allí, se encontraba con sus compañeras y compañeros para acordar las actividades que realizarían durante el día. Recuerda que quiso involucrarse en actividades de cuidado o de cocina, pero en ese momento le resultaba «imposible, porque eso demanda compromiso y responsabilidad» y ella tenía que priorizar el cuidado de la pequeña Lucy, volver a casa y alimentarla. Así que se dedicó a recoger botellas «Si era de ir a buscar botellas, íbamos a buscar botellas»,

Ese fue su accionar durante el tiempo que duró el Paro Nacional. No estaba sola en el parque, o al menos, sabía que a unos metros de distancia podría encontrar a su hermana y su hermano. Ellos, desde diversos ámbitos, también se habían sumado a la protesta.

Jairo, el hermano menor de Estefanía, de 22 años, estaba en la primera línea y su hermana mayor, Zulma de 29 años, colaboró sosteniendo la alimentación de las y los manifestantes. Dice que los días en que su padre fue, también sintió la impotencia y la rabia de quienes se habían tomado las calles para protestar en contra de las medidas económicas impulsadas por el gobierno nacional. Para Estefanía y su familia, el parque El Arbolito era un sitio de encuentro, pero también de lucha. Dice que, aunque cada uno tenía una actividad definida a la cual responder, siempre estuvieron en contacto y tenían un punto de encuentro en caso de llegar a necesitarlo. En medio de las protestas, Estefanía encontró también, manifestándose en primera línea, al padre de su hija.

Por momentos, Estefanía dice que naturalizaba el fuerte y desagradable olor a gas; y según recuerda era en los momentos cuando visualizaba el escenario que veía en el parque: gente haciendo barricadas, haciendo un cordón humano, tirando piedras desde la Casa de la Cultura Ecuatoriana hasta el Guagua Centro. «Yo siento que había mucha gente sosteniendo eso». Lo dice porque al caminar por los alrededores del parque era visible la organización ciudadana

—si alguien gritaba para pedir agua, había alguien que le daba; si pedían vinagre les daban vinagre. Eso era tan esperanzador y me hacía pensar en la espontaneidad que tenemos las personas para organizarnos en momentos tan complicados como ese, pero también pensaba que el triunfo siempre va a ser para el pueblo; de que las pobres y los pobres, siempre tenemos ese anhelo y que los sueños no solo son sueños, son realidades.— recuerda con emoción.

Aunque Estefanía y Jaime Chiguano no se conocieron, ambos compartieron el espacio, el aire contaminado, la impotencia, la rabia y el dolor por los caídos. Juntos, pero desde diferentes frentes, ambos estaban allí aspirando días mejores, un futuro en donde la educación y el empleo no sean privilegio de pocos, sino un derecho al que los cinco hijos e hijas de Jaime y la pequeña Lucy puedan acceder.

Jaime dice que cuando el Movimiento Indígena y los sectores populares decidieron movilizarse lo hicieron con intención pacífica «para nosotros era ir a una marcha pacífica, que el gobierno también entienda, que vea que la gente que estaba ahí protestando por nuestro derecho, pero no hizo caso. Llevaron bastantes muertes, como el compañero José Chaluisa». Estefanía coincide con él y manifiesta que el movimiento indígena puso el cuerpo, pero mucho de lo que ocurrió en El Arbolito «tuvo que ver con las personas que habitamos la ciudad (…) había gente de comunidades, pero también un montón de gente de la ciudad.

Estefanía destaca que en primera línea no había personas hablando de ideologías o de política: «Era tan loco lo que estaba pasando que incluso había mendigos en la primera línea, jugándose la vida, defendiendo algo que a ellos probablemente ya les quitaron. Veías gente de sectores populares y barrios periféricos que se jugaban el todo por el todo con la esperanza de tener un futuro digno».

Ella cree que la ciudad tuvo un rol importante con el sostenimiento de las jornadas de octubre y considera que trasladar la lucha solamente a un sector denota una lectura política no integral de lo que pasó en octubre.

 

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Estefanía recuerda que cada día que asistió a las manifestaciones en El Arbolito se quedaba por horas tratando de aportar desde sus posibilidades a las personas que estaban en primera línea. El tiempo pasaba volando y se daba cuenta que era hora de volver a casa porque sus pechos se hinchaban a causa de la leche. Estefanía cuenta que cuando iniciaba su camino de regreso a casa, en varias ocasiones la Policía lanzó bombas, por lo que ella y todas las personas que intentaban avanzar y alejarse de esa zona tenían que correr. Recuerda que generalmente corrían hacia el norte de Quito y eso, en su caso particular, la alejaba de su casa.

«Todos los días caminaba desde El Arbolito hasta mi casa, pero cuando ya llegaba a lugares más conocidos, como mi barrio, ya caminaba sin miedo, pero con tristeza, porque ver ese escenario era no solamente esperanzador, también era de impotencia de ver cómo la gente se intentaba defender con piedras y cartones y la Policía aplicaba acciones no apropiadas para reprimir» comenta. Ella cuenta que en esos días lo primero que hacía era quitarse la ropa, lavarse el cuerpo y luego le daba el pecho a su bebé.

En medio de ese proceso conversaba con su familia, su padre y su madre quienes eran los únicos que estaban en casa, sobre cómo estaban sus hermanos, sobre si los había visto, sobre «qué estaba pasando y de lo que yo estaba haciendo. Recuerda que sus padres le decían:

— ¿tú qué haces ahí?, tú ya eres mamá.

Y ella les respondía:

— hay que sostener la protesta.

Pese a los regaños, Estefanía seguía con su militancia. Aprovechaba los momentos de sueño de su hija para preparar las actividades del día siguiente. Cuando la Casa de Trabajo Popular San Roque aún estaba abierta se encargaba de recolectar y solicitar donaciones de medicina, de agua y de todo lo que fuera útil para atender a los heridos, pero cuando su campo de acción se trasladó al parque El Arbolito recuerda que trataba de organizar las actividades que haría en ese lugar.

«Mi quehacer político es cuando mi hija se duerme y eso es algo que se mantiene hasta el día de hoy: que duerma y yo me pongo a planificar el trabajo del día siguiente». En el momento del Paro Nacional e incluso hoy. Estefanía trata de conjugar la maternidad con la militancia, con preocupación dice que «el mundo no esté hecho para las mamás». La joven reconoce que para una mujer que es madre, ser un sujeto político, terminar la universidad y hacer cosas o actividades que no se consideran compatibles con la maternidad es un reto.

Estefanía cree que «la felicidad de una mamá también está en otros espacios, no solo se concreta en tu guagua.» Dice que esto hay que nombrarlo, porque a algunas personas les resulta complejo el considerar que las mamás puedan encontrar la felicidad en otras personas, cosas o actividades que no sean sus hijos e hijas. Sin embargo, Estefanía dice «las mamás también somos mujeres y tenemos esa necesidad de construir espacios para nosotras y nuestros hijos e hijas».

De considerar a la memoria como un ejercicio político, después de las jornadas de octubre, se creó la Biblioteca Popular Marco Oto. Este espacio es una apuesta política del colectivo de Comunicación y Educación Popular Lorenza Avemañay (CEPLA), en el que mujeres y hombres aportan para coordinar la Casa de Trabajo Popular San Roque. Estefanía es parte de este colectivo desde hace varios años y dice que, para ella, los espacios de militancia siempre deben ser lugares seguros en donde la militancia, la memoria y la resistencia estén atravesados con las labores de cuidado que realizan las mujeres que son madres y también militantes. Por ello, junto a otras mujeres del colectivo, que al igual que ella son madres solteras, decidieron crear este espacio

—queríamos trabajar en un espacio solo para guaguas, porque creíamos que era necesario que las y los guaguas tengan su propio espacio, pero la biblioteca está dirigida a todas las edades posibles, se adapta y acoge a grandes y pequeños —relata Estefanía.

Estefanía dice que el trabajo del colectivo ya había recorrido otros barrios periféricos de Quito y algunas comunidades rurales de Cotopaxi, pero luego del Paro Nacional de 2019, decidieron trasladar la biblioteca y establecerla en un espacio físico como es la Casa de Trabajo Popular San Roque. El colectivo ya había realizado trabajos de educación popular con mujeres que ejercen el trabajo sexual en la avenida 24 de Mayo, con las personas privadas de libertad que estaban recluidas en el antiguo Penal García Moreno, cuando este funcionaba en el sector, y con la Federación Nacional de Comerciantes Minoristas Autónomos y Productores de Pichincha (FENACOMI APP).

La idea de la biblioteca popular nació en la Universidad Central cuando varios estudiantes decidieron crear un espacio autónomo que rompiera con las dinámicas de la universidad. «Decidimos crear este espacio para las y los estudiantes y ahí surge el proyecto ya para afuera de la universidad y empezamos a construir la biblioteca en San Roque, que en principio no tenía nombre, pero después de las jornadas de octubre fue necesario para nosotros darle un nombre, un sentido más real apegado a San Roque, y decidimos llamarla Marco Oto», señala Estefanía.

Biblioteca – Casa de trabajo Popular

La biblioteca popular está dentro de la Casa de Trabajo Popular, misma que tiene un gran salón donde se reúnen las y los vendedores ambulantes, además de otro salón más pequeño en donde está el comedor. Sin embargo, la biblioteca tiene un espacio propio y se ubica en dos cuartos que son los que le están dando soporte a la Biblioteca Popular Marco Oto, un espacio que intenta adaptarse a necesidades de las personas que transitan el lugar.

Estefanía está convencida de que las bibliotecas no solo son un espacio donde vas a leer o a encontrar libros, sino más bien es lo que pasa dentro de ese espacio, que es la apuesta que le está haciendo la biblioteca: «nuevas formas pedagógicas para tener una lectura de este mundo y que no se estanque ahí, sino que nos permita transformar nuestras condiciones individuales y colectivas».

Estefanía destaca el trabajo que actualmente realizan las organizaciones sociales, algunas han colocado el tema del antifascismo y anticolonialismo, lo que para Estefanía permite: «ejercer prácticas políticas en lo cotidiano que van transformando diálogos súper racistas, homofóbicos o sexistas que tienen las personas». Estos temas según Estefanía son la mayor preocupación de las organizaciones sociales, pues «están tomando como responsabilidad su erradicación».

La Biblioteca Popular Marco Oto apuesta por estas prácticas de responsabilidad social y entiende que

—la única forma para hacer cualquier actividad tiene, sí, guardada la lucha de clases. Nosotros trabajamos a partir de esa premisa —dice Estefanía.

Con esta premisa recurren a la educación popular para que los sectores populares puedan «generar herramientas de defensa, de autodefensa y de resistencia apegadas a las necesidades de los territorios», pues solo así, dice, se logrará organizar a los sectores populares que los gobernantes se niegan a mirar y reprimen con violencia cuando deciden protestar. Ante esa violencia, dice Estefanía, la organización popular es la única alternativa, pues «sin organización, por más que salgamos a protestar, que continuemos movilizándonos, que nos tomemos las calles, no vamos a conseguir nada» y esta historia continuará siendo «la historia de los nadie».

* Algunos de los nombres utilizados en esta crónica han sido cambiados por seguridad de sus protagonistas, quienes afirman que durante el mes de octubre de 2020 han sido «víctimas de persecución e intimidación por parte del Gobierno».