Ana Acosta @yakuana
Carla llegó porque su hermana la invitó, Andrea vino porque una amiga le mandó por redes la información, Belén lo hizo porque había visto las marchas en otros países y cuando supo que se haría en Ecuador no dudó en asistir con un afiche que decía: “Si tocas a una, respondemos todas”. Así fue, miles respondieron al llamado de la plataforma Vivas Nos Queremos Ecuador para decir alto a la violencia de género y al feminicidio.
Desde las 4 de la tarde del sábado 26 de noviembre, miles de personas llegaron al Parque El Arbolito. Sí, miles; aunque para algunos medios solo fueron “decenas”, las imágenes demuestran que fueron miles, que fuimos miles.
Tejiendo, tejiendo, caminaba una mujer y parecía que lo venía haciendo desde hace meses con todas las mujeres que llegaron a la movilización. Eran miles, diversas y cada una de ellas visibilizando una lucha, una exigencia, sacando a la luz algún silencio.
La marcha la encabezaron las familias de víctimas de feminicidio en Ecuador. Ahí estaba la familia de Vanessa, la madre de Angie, la hermana de Karina, la mamá, el papá y los hermanos de Valentina, el padre de Gaby, el hijo de Sabina, la hermana de Rosa, Angélica, Johana… y muchas más mujeres asesinadas de forma violenta en Ecuador, que según datos de la Fiscalía suman 188 desde el 2014 al 2015.
Muy cerca, caminaron los y las familiares de personas desaparecidas, agrupadas en ASFADEC; un cartel explicaba el porqué de esta cercanía: “el 67% de las personas desaparecidas son mujeres”. Muchas de estas mujeres desaparecidas muy probablemente fueron víctimas de feminicidio. Ese es el caso de Angie Carrillo, una joven que desapareció en 2014 y en mayo de 2016, su cuerpo fue encontrado después de que su ex novio confesara que la mató estando embarazada.
Son familias que exigen justicia y reparación a un Estado que elabora una placa en homenaje a “las víctimas de femicidio” pero que poco hace por responder las exigencias de las familias de las víctimas. Son familias que cargan consigo historias que remueven los más profundo y que se convirtieron en el combustible de la movilización. Como dice Rosita Ortega, familiar de Vanessa Landinez, “hacer del duelo una lucha y de la lucha una forma de sanar”. Así caminaron muchas mujeres: sanando, cantando, exigiendo, luchando, transformando.
“Quiero vivir sin miedo” decía un cartel de una niña que caminaba junto a su mamá. Papás con sus hijas en brazos; mamás con coches de bebés; parteras exigiendo se respete su práctica de acompañar a dar a luz a otras mujeres con amor. Era el segundo bloque de la marcha.
Unos pasos atrás estaba una delegación de mujeres y jóvenes de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE. Luisa Lozano y Karina Monteros, mujeres de Saraguro, sentenciadas por protestar en el Levantamiento indígena del 2015, estaban ahí para denunciar que quienes más sufren la violencia del extractivismo son las mujeres y l@s niñ@s “Nos despojan de nuestro territorio para dar paso a la minería, eso es violencia. Somos mujeres que hemos sido criminalizadas por exigir nuestros derechos”.
No eran las únicas que dirigían su voz de exigencia al Estado: “Penalizar el aborto, es penalizar la pobreza” decía otro cartel, los llevaban activistas que exigen la despenalización social y legal del aborto, por aquellas mujeres que ponen en riesgo su vida por abortos clandestinos o por las niñas violadas obligadas a parir.
Cerca y compartiendo cantos, un grupo de brujas caminaba. Sí, brujas feministas con escobas voladoras. Mujeres jóvenes de colectivas feministas urbanas, con sus rostros pintados como mujeres Waorani y una escoba de paja y madera lanzaban hechizos y consignas: “No, no, no, no me da la gana ser una mujer sumisa y abnegada. Sí, sí, sí, sí me da la gana ser una mujer consciente y libertaria”
Eran miles, éramos miles y mientras más avanzaba la marcha, más personas se unían. Vestidas de lila, con globos de colores, con guitarra, con megáfono, con tambores, con máscaras, haciendo teatro; en bicicleta, exigiendo respeto a las mujeres en las ciudades; campesinas; migrantes; estudiantes denunciando el acoso de profesores a mujeres; trabajadoras, sindicalistas exigiendo políticas laborales equitativas para las mujeres; musulmanas exigiendo no más muertes de mujeres en las guerras; mujeres de la costa, de la sierra, de la amazonía; recicladoras, artesanas, mujeres populares.
En el camino, las personas las miraban con intriga “¿De qué es esta marcha vea señorita? ¿contra Correa?”, preguntó una señora. “Es una marcha contra la violencia a la mujer”, le respondió una activista, a lo que la señora respondió: “Ahh, bueno está que hagan esto, por que es terrible lo que sufrimos las mujeres y siempre se calla, verá”
Cuando la marcha pasaba la Plaza del Teatro, mujeres prostituidas observaban y comentaban entre ellas. “Vengan compañeras está marcha también es para ustedes” les dijo una activista, a lo que ellas entre risas cómplices respondieron “Ya vamos”.
Eran miles, éramos miles; hombres y mujeres ocupando la calle Guayaquil en su trayecto hacia la plaza 24 de Mayo “una plaza donde confluyen diversas memorias e historias no oficiales, invisibilizadas y no contadas” decían en los micrófonos para dar inicio al Festival.
Debajo de la tarima las mamas de la CONAIE junto a jóvenes feministas de colectivos urbanos de Quito encendieron el fuego y colocaron un altar con flores y plantas curativas. Una voz de abuela se escuchó para leer el manifiesto luego, más voces de mujeres de Imbabura, Muisne, Pichincha, Sucumbíos, de todos lados, daba igual de dónde sean, en ese momento el grito “Vivas Nos Queremos, Ni Una Menos” era uno solo.
Un solo grito que parece ser el inicio de algo más, porque como lo dijo una de las activistas “La marcha no es el final, es el comienzo de algo más grande, algo más gigante, algo que no sabemos aún qué es pero tendrá rostro de mujer y será feminista”.
Aquí la Galería de Fotos de Viviana Rojas «La Biby»
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