Adaptación del poema “Otro año desde aquel viernes santo” de Karina Vergara Sánchez

 

Las cuatro habitábamos en la misma calle. Pasábamos el día asomadas a nuestras ventanas, esperando el atardecer para que saliéramos a jugar, a comer dulces, a charlar.

Crecimos juntas. Cuatro niñas de 8 años jugando con las muñecas; cuatro chicas a los 12 haciendo competencias en las bicicletas; cuatro que a los 14 discutían por quién tenía la blusa más linda.

A ti, amiga, te mataron cuando teníamos 17.

La gente del barrio se indignó, sin embargo, sólo quedó una cruz en la esquina, junto al poste, como el eco de algo muy temible, pero lejano.

Un día tu familia cerró la casa y se marcharon para no volver. Desde entonces nadie pronuncia tu nombre.

¿Cómo explicar tu ausencia permanente?

¿Cómo explicar tantos años en los que diariamente no estás?

No fue el ataúd cerrado, que era apenas un sueño siniestro y sin sentido.

Para mí, fue cuando tuve que recorrer en silencio la ruta diaria hacia el colegio.

Eran los mismos pasos que el lunes anterior habíamos recorrido y tú no podías andarlos más.

Estuviste ausente en nuestra fiesta de graduación y no estabas para comprar esos libros que soñamos tener al ser mayores.

Nunca fui a tu boda, ni te abracé cuando el mundo cambiaba. Natalia se convirtió en la primera de nosotras en tener una hija y no le diste la bienvenida a esa bebé, que era una de las nuestras, de esa pequeña manadita nuestra.

Luego nació la niña de Carolina y después la mía y tampoco estuviste ahí.

Y cuando pasó el tiempo, tu hija hizo falta corriendo con las nuestras por el mismo pavimento en donde nosotras, a su edad, dibujábamos flores y escribíamos con tiza los nombres de los países a los que teníamos que viajar algún día.

Muchas veces me pregunto si mi hija alguna vez habrá sentido la falta de la caricia que nunca pudiste darle, si extrañará a esa amiguita que nunca llega a la fiesta de cumpleaños y que no tiene nombre porque nunca pudiste elegir si querías o no hacerla nacer.

¿Un día mis nietas sentirán que les faltan tus nietas creciendo lado a lado, haciéndose compañía?

Así estamos. Así estoy, pues, amiga. Sin nombrarte a diario, pero sintiendo constantemente que faltan tus pasos por el camino; tus risas en las fiestas; tus abrazos en los duelos; tus proyectos y los nuestros compartidos.

Estoy huérfana de verte ingeniera o pintora y cada vez que escucho tu canción, me haces falta para contarte, cuántos de nuestros sueños se hicieron o no ciertos.

Cuántos de los tuyos arden de saber que sólo fueron palabras de una niña que se quedó niña para siempre, sin llegar al día siguiente.

Hace años tú fuiste noticia en los diarios. No pudiste saber que años después, esto se volvió una pesadilla generalizada.

Aquí, en Ecuador y en este misma ciudad en donde tú y yo crecimos, asesinan y desaparecen niñas todos los días, tantas que los diarios no se dan abasto para contarlo.

Y estoy hoy poniendo palabras a este duelo por ti, por Vanessa, Angélica, Karina, Angie, Valentina, Cristina, por nosotras. También por todas las generaciones que vienen huérfanas –esa orfandad que yo me sé, también, de quién habría sido la compañera en la marcha, de la que habría sido la abogada, de la que sería la vendedora de frutas, de la sonrisa en el camino, de todas las promesas postergadas infinitamente en cada ausencia.

¡Cuántas!, ¿cuantas más tienen que morir?