por Ana Acosta @yakuana
Si fuera Roberto Aguilar, mi crónica sobre lo que sucedió en la sede de Pachakutik, hubiera empezado con una descripción minuciosa del rostro de Cristina Reyes simulando rascarse la nariz, pero en realidad tapándosela, incómoda, asustada, con ganas de salir corriendo de ese tumulto al que se habían metido, sin tener muy claro por qué. No recuerdo haberla visto tan rojiza y sudorosa desde que en la Asamblea Constituyente salió a protestar con las mujeres Pro Vida en contra de la despenalización del aborto, gritando, boicoteando y repartiendo agresiva, bebes destrozados y culpando a las mujeres ( las otras, las pobres, las que no pueden pagar un médico en una clínica con todas las garantías y además que guarde el secreto) de asesinas. Nunca hubo voluntad de diálogo para escuchar los datos de mortalidad materna, sólo consignas y gritos. Ahí ganó el que gritó más duro. Las damas Social Cristianas y pro vida impusieron su agenda, la de la Iglesia y la de Correa a punte advertencias y boicot. Por eso debieron estar agradecidas con Correa, cuando esté mando a callar a las Asambleístas mujeres, cuando intentaron decir algo parecido a “la mujer puede decidir sobre su cuerpo”.
Si fuera José Hernández, mi artículo sobre lo que sucedió en Pachakutik, no hubiera sido para utilizar los mismos calificativos del pasado de la guerra fría contra la izquierda radical.
Primero porque al hacerlo quedaría un poco en ridículo y luego me evidenciaría como un facilista y poco actualizado de los debates contemporáneos. Es muy fácil decir que la CONAIE es de izquierda radical, y que los radicales admiran a Cuba y Venezuela y que ellos son malos y crueles. Que el comunismo es malo. Que la izquierda es fea. Que Marx el monstruo barbudo que se come a los niños.
Si fuera José Hernandez no hubiera dicho nada de esto, porque lo único que demuestro es que el que se quedó parqueado en el pasado fui yo. En ese pasado en donde el comunismo era un insulto. Uy sí el diablo, el cuco que nacionaliza empresas, uy sí el monstruo que quiere acabar con el capitalismo. Con estos argumentos podría hacer un guion para una mala película de hollywood donde los rusos comunistas, por supuesto son los malos y los norteamericanos los héroes, y claro, todo se soluciona al final cuando la bandera de Estados Unidos flamea y ellos ganan el round para construir el futuro anhelado de la democracia liberal.
Si fuera Roberto Aguilar hubiera narrado lo que sucedió en Pachakutik, describiendo la cara de Gilmar Gutierrez, tratando de disimular el deja bu que le provocaba ver tanta wipalas juntas, esas mismas wipalas que movilizadas contra el TLC llegaron a Quito y motivaron asambleas barriales que luego calentaron el camino para que unos forajidos (también sentados alado, ahora ya sin cabello largo) hayan derrocado a su hermano. Gutiérrez ahí sentado tratando de contener su miedo bajo una capa de protocolo de diálogo.
Si fuera José Hernandez, antes de hablar de democracia como una categoría única, cerrada y de un solo color, entendería que si hay un movimiento político en este país que cuenta con una base social sostenida a nivel nacional, que cuenta con mecanismos de participación directa, de toma de decisiones en asamblea es Pachakutik, un movimiento político que depende de la CONAIE. No al revés. Si alguien ha logrado sostener movilizaciones, a costo de tener hoy más de 200 personas criminalizadas, enjuiciadas, por exigir que esa democracia de la que tanto hablan sea para todos y todas, ha sido la CONAIE. Por eso todos quieren su respaldo, hasta Alianza País, a veces recurre a Pachakutik para legitimarse ante su escases de base social. Los que quieren ser presidentes desde el banquero, pasando por el prefecto del mote pillo o el que daba los turnos en el IESS todos saben que requieren de una base como la de la CONAIE para llegar al poder. Saben que su ostracismo político no les ha permitido llegar a aquellos sectores que ahora requieren. Todos se sienten en el poder de decir qué tienen o qué no tienen que hacer los “indios”, expulsando el más escondido racismo paternalista y sintiéndose profundamente decepcionados cuando no hacen lo que quieren, cuando se rebelan y toman sus propias decisiones.
Si fuera José Hernández, no hablaría de democracia, descalificando la posición política de unas bases que discuten, que debaten y que están muy atentas a la dirección de su movimiento político, exigiendo ser escuchados, justamente el sentido de un movimiento democrático.
Talvez nunca seré Roberto, ni José, ni quiero serlo, es una lástima, por qué escribiría muy bien.