Periodismo antirracista: una deuda con las mujeres afrodescendientes en México

 

 

Por: Ana Hurtado @Afrovitiligiant/ @Afrofeminas

 

 

 

 

 Publicado 03 mayo de 2021

 

¿Quién no ha deseado ser invisible alguna vez en su vida? La fantasía nos ha enseñado a mirar esta condición de ausencia como un superpoder capaz de cuantificar el cariño o la añoranza. Según sea el caso, la invisibilidad puede ser una respuesta, un deseo…o incluso una práctica, pero en todas no abandona el sentido violento que significa desaparecer total o gradualmente de un espacio tiempo.

Dentro del modelo socioeconómico del capitalismo, convivimos con una continua extinción de cuerpos biopolíticos y sociales, una de las estrategias de desarticulación más efectivas. Al descomponer los tejidos sociales se reafirma la imposición de opresiones que atacan específicamente al género para ejercer un biopoder. Probablemente, a primera lectura, esto resulte una alusión a los planteamientos foucoltianos. Sin embargo, el problema es mucho más complejo y atañe a la interseccionalidad responder los modos en que el racismo estructural, las políticas migratorias y poblacionales se relacionan intrínsecamente con la hispersexualización de los cuerpos afrodescendientes en México.

La invisibilización no es un fenómeno que solamente se explique a través de la narrativa histórica, que, arbitrariamente ha suprimido la participación política de los afrodescendientes tanto en procesos emancipatorios cruciales para la conformación del Estado nación, como en la desvalorización de las epistemologías comunitarias donde se concentran cosmogonías, oralidades, ancestralidades e incluso pautas de justicia colectiva que rigen las relaciones intergeneracionales e interétnicas.

 Existen otras fuentes que ilustran la gravedad del racismo estructural mexicano, por ejemplo, la política pública donde los escasos atisbos de interculturalidad no alcanzan a abarcar. ni en una mínima parte, la realidad de las mujeres afromexicanas y afrodescendientes asentadas en la República Mexicana. Consciente del filo que implica una escritura separatista, preciso de ésta no sólo para explicar un problema, sino mejor aún, para nombrar esos fenómenos tan poco abordados en la academia y la prensa mexicana.  Aún con los grandes avances que se han tenido en materia legislativa y en el campo de la investigación, ambos campos mantienen lógicas racistas en lo más hondo de sus estructuras.

Podría encauzar una larga lista para ejemplificar cómo es que ambas esferas reproducen sistemáticamente la violencia en sus múltiples tintes; sin embargo, puntualizaré en dos cuestiones que conciernen al racismo mediático: la racialización de la pobreza y la folclorización.

Por racismo mediático se entiende a la forma en que los medios de comunicación perpetúan estereotipos culturales y prejuicios raciales que permiten la vulneración simbólica a culturas o cuerpos no hegemónicos, marcados por las relaciones colonialistas que legitiman- o invalidan- los lugares de representación y enunciación. Los arquetipos se valen de los clichés para ridiculizar y banalizar culturas, sujetos o expresiones atravesados por complejas relaciones de opresión. Las telenovelas, los cómics, o los programas de entretenimiento familiar se han valido de este recurso para justificar una postura clasista y despectiva respecto a la diversidad etnopolítica y etnocultural de cada país. El leitmotiv es más simple de lo que parece: los lugares de representación son jerárquicos y dependen de marcajes civilizatorios pautados por el modelo de la blanquitud.

Actualmente la modificación en las relaciones de consumo digital ha virado hacia otras interfaces, de ahí que los influencers sean nuevos sujetos de análisis para analizar la operatividad del racismo mediático, sobre todo, en las redes sociales. No obstante, el problema del racismo mediático es mucho más severo que la simple representación de los cuerpos. La racialización de la pobreza, por ejemplo, es una narrativa que ataca a sectores específicos, como los migrantes. En México las coberturas que se han hecho sobre la migración afrodiaspórica ha recurrido a la semiótica de la precarización y la aporofobia. Cuando la perspectiva de género atraviesa estas narrativas, encontramos que la representación de las mujeres afrodescendientes migrantes casi siempre es desde la maternidad. Esto no es fortuito, sino perverso, pues deja entrever la intención de lucrar con la emoción, desde un esquema patriarcal, claro está.

Por otra parte, la folclorización está más imbricada en la narrativa nacionalista, donde las mujeres afromexicanas son representada en una estética machista que directamente las asocia al espacio doméstico o a los certámenes, como si éstos fueran los únicos espacios donde las mujeres afromexicanas se desenvuelven.

En cualquier caso, ambas narrativas del racismo mediático fungen como solapas de una problema mucho más delicado y enteramente invisibilizado: la violencia sexual. Debido a la invisibilización estadística que durante muchos homologó a las comunidades afromexicanas y afrodescendientes, hoy los diagnósticos regionales de violencia de género no cuentan con una panorama real y actualizado sobre las condiciones de desarrollo de las mujeres afrodiaspóricas y las pertenecientes a pueblos afromexicanos.

La gravedad de este problema se agudiza al enfocarlo en la juventud. El racismo mediático es uno de los principales responsables de la hipersexualización de los cuerpos, por lo que tiene una responsabilidad compartida en la violencia sexual diferenciada que ha sido encubierta por la falta de parámetros estadísticos, y peor aún, de políticas públicas adecuadas.

Según datos de la Encuesta Intercensal 2015 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 1.2 % de la población mexicana se reconoce afrodescendiente, de este muestreo, el 51% son mujeres. En añadidura, estas cifras deben complementarse con las solicitudes de refugio y asilo realizadas por migrantes haitianas y africanas, de esta manera será posible dimensionar la gravedad de la violencia sexual racializada – sea esta en contextos locales o en condiciones de movilidad humana – y paralelamente, delegar las responsabilidades correspondientes a los medios que hipersexualiza, precarizan y folclorizan nuestra identidad.

La falta de parámetros estadísticos ha contribuido al aumento de la violencia sexual racializada. Feminicidios, violaciones, esterilizaciones forzadas, acoso, hostigamiento y tráfico sexual han sido atenuados por las narrativas folclorizantes, precarizadas y aporofóbicas nacidas en el seno de un periodismo adultocentrista, irresponsable y sin bases antirracistas. En la Declaratoria de Mujeres Afromexicanas de la Costa Chica (2015), distintas activistas ya alertaban sobre el problema de la violencia sexual, no obstante, los reportajes e investigaciones respecto al tema aún no exiguos.

Es necesario desmantelar las estructuras racistas de los medios de comunicación. Debilitar las narrativas del folclor y la precariedad y trabajar por una justicia reparativa para redignificar tantos años de invisibilidad. Ni un paso atrás. Por todas.