Desde hace dos meses el país centroamericano es escenario de masivas protestas contra el gobierno. Decenas de muertos y un llamado al diálogo nacional son las consecuencias.

 

Por María Campos para Subversiones*

Foto Rafael Conrado

 

Desde el pasado 18 de abril, es común leer o escuchar comparaciones entre las protestas de Nicaragua y las de Venezuela. Algunas personas van más allá y sentencian que en Nicaragua se está llevando a cabo un golpe de Estado suave o una revolución de colores como la de Egipto (2011) o Ucrania (2013) y, aun más, que son financiadas por Estados Unidos. La realidad amerita una interpretación a la altura de la complejidad de los hechos.

El manual de Gene Sharp sobre la lucha no-violenta

Gene Sharp es un académico estadounidense que, en 1993, escribió un libro titulado De la dictadura a la democracia. El texto describe, entre otras cosas, métodos no violentos para derrocar regímenes políticos. Algunas personas argumentan que Sharp elaboró un manual para aplicar “golpes suaves”, usado por la CIA para desestabilizar gobiernos que no gozan de su visto bueno. No es sorpresa que el largo tentáculo de los Estados Unidos esté detrás movimientos  contra-insurgentes como el de Nicaragua en los años ochenta. Sin embargo, no es posible adjudicarle a Sharp todo el crédito de una lucha más cercana a otras experiencias de lucha local, que a un plan estratégico de la CIA.

Quienes más hacen hincapié en mencionar a Sharp son medios rusos, quienes han llamado golpes suaves a movimientos que han forzado la salida de presidentes en países como Serbia (2000), Ucrania (2005), Kirguistán (2005) y Georgia (2003). Curiosamente, todos los presidentes derrocados en estos países mencionados eran pro-rusos.

En Venezuela, el chavismo ha ligado a Otpor con las protestas contra el presidente Maduro. Otpor fue un movimiento estudiantil de Serbia que, a inicios de la década del 2000, buscaba la salida del presidente Slobodan Milošević, quien años después fue acusado de genocidio. Según el medio oficialista TeleSur, jóvenes venezolanos fueron entrenados por líderes de Otpor, quienes llegaron a Venezuela en el año 2004 patrocinados por NED, la CIA, USAID y la Freedom House, con el fin de crear un programa desestabilizador para generar un golpe suave.

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La sublevación de sectores populares

Quienes pretenden ligar las protestas de inicios de abril de 2018 con el manual de Sharp o los intereses de la CIA siguen el mismo guión que ha utilizado el chavismo en Venezuela para desinformar. Dicha campaña está dirigida principalmente a personas, partidos y organizaciones que simpatizan o se consideran de izquierda.

Los conspiradores sostienen que Estados Unidos financia las protestas en Nicaragua ya que por medio de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo (USAID) y la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés) se financiaron durante muchos años foros de la sociedad civil, talleres de liderazgos y programas para la consolidación de la democracia a través de organizaciones no gubernamentales. Esto, según ellos, derivó en jóvenes burgueses que han sido adoctrinados por la derecha. Aseguran que a través de las redes sociales se empezó a gestar el golpe de Estado promoviendo etiquetas que tiene mucha similitud con experiencias desestabilizadoras (la etiqueta mayormente usada en redes es #SOSNicaragua).


Lo que se les escapa a los conspiradores es que, a pesar que el papel de la redes ha sido fundamental para fines de organización y documentación, a nivel nacional la cobertura de Internet es apenas del 20%. Por tanto, muchas ciudades insurrectas no esperaron a las redes sociales: empezaron su resistencia en cuanto supieron de la masacre que se estaba cometiendo. Nicaragua es un país pequeño con una población de apenas seis millones de habitantes. En las zonas del Pacífico y del Centro y, sobretodo, en regiones urbanas y de mayor colectividad, las noticias viajan rápidamente a través del vox populi.


También se les escapa a los conspiradores que Nicaragua ha sufrido a lo largo de su historia múltiples ataques e invasiones por parte de Estados Unidos. En 1856 se registró la primera y la más reciente sucedió en 1980, bajo el gobierno de Ronald Reagan. Seguramente, algunos nicaragüenses simpatizan con la política exterior estadounidense, pero la inmensa mayoría tiene algún familiar asesinado o desaparecido durante la guerra de los setenta y ochenta, patrocinada por el país norteamericano.

Por eso, Daniel Ortega siempre se ha valido de avivar las pasiones anti-yankees en sus discursos: sabe que aun hay resentimientos y rencor hacia dicho país. Por ende, no sería lógico pensar que esta vez la mayoría de nicaragüenses aceptarían sin cuestionamientos la injerencia de los Estados Unidos, cuando los fantasmas de las guerras auspiciadas por la política norteamericana aún se asoman por la ventana.

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La experiencia de la revolución popular sandinista de 1979

Existen muchas más similitudes entre la Nicaragua del 2018 y la Nicaragua de 1979 que con cualquier experiencia de golpe suave. Una foto de una barricada en Nicaragua comparándose con una guarimba de Venezuela no es prueba suficiente para argumentar que en ambos países fue aplicado el mismo guión por el mismo actor (Estados Unidos).

Ante el asedio de paramilitares que aterrorizan a muchas ciudades de Nicaragua, los pobladores se han organizado en sus barrios y han decidido obstaculizarles el paso. Se han levantado verdaderas murallas en las mismas calles donde durante la revolución popular sandinista del 79 los guerrilleros enseñaron a la población cómo hacer las barricadas. Han sido los mismos adoquines los que se han utilizado para esta labor.

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Son los papás y los abuelos de la generación millennial quienes han traspasado los conocimientos organizativos. En ciudades como Masaya, familias enteras resisten desde sus casas al ataque constante de la policía nacional y de parapolicías afines al gobierno. Esta ciudad ha sido símbolo de lucha tanto ahora como durante la revolución popular sandinista. En ella se encuentra un barrio indígena llamado Monimbó, conocido por la resistencia que mostró ante la colonización española y  la dictadura somocista. No es casualidad que cuando empezaron las protestas fue este barrio uno de los primeros lugares en el país en levantarse. Los masayas también cuentan con mucha organización, ya que todos los años realizan festividades muy importantes y celebraciones populares donde todos se involucran desde temprana edad y, a medida crecen, asumen un rol que los hacen parte de una red. De manera similar, los pobladores de esta ciudad están unidos en la lucha contra la dictadura.


Los nicaragüenses sentimos una especie de flashback entre la insurrección que estamos viviendo y lo que sucedió en décadas anteriores. Pero según los conspiradores, son los estadounidenses quienes están detrás de todo esto. Sin embargo, no calza en su narrativa que hayan sido sectores populares los primeros en insurreccionarse. Al igual que Monimbó, la crisis actual estalló cuando estudiantes de tres universidades públicas en Managua (UNA, UNI, UPOLI) salieron a la calle a protestar en contra de una medida aprobada por la administración de Ortega en relación al seguro social. Lo que vino después fue el horror: la policía y los grupos parapoliciales asesinaron estudiantes y manifestantes en general.


Estos asesinatos avivaron la chispa de la indignación y más barrios y ciudades se sumaron, realizando cacerolazos o levantando barricadas en forma de protesta. Una vez más, fueron sectores populares quienes se manifestaron; incluso ciudades consideradas bastiones del sandinismo, como León y Matagalpa.

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La salida del poder del presidente Ortega

Una cosa debe quedar clara: las protestas no han sido una mera reacción espontánea ante la brutalidad con la cual el presidente Ortega y su esposa -la vicepresidenta Murillo- han reprimido a la población. Han sido muchos los descontentos acumulados durante los 11 años que llevan en el poder: la ley del canal interoceánico que despojará de sus tierras a numerosas familias de campesinos y destruirá una biósfera natural; la falta de libertad de expresión y manifestación; la corrupción y malversación de fondos; la pérdida de la autonomía universitaria, el alza de combustible y de la tarifa de energía, entre otros.

Las protestas de Nicaragua carecen de un liderazgo visible, lo cual juega a nuestro favor. En las negociaciones llevadas a cabo en el Diálogo Nacional que sostiene el gobierno se encuentra una coalición de distintos sectores: estudiantes, campesinos, académicos, agrupaciones de derechos humanos y de la sociedad civil, del movimiento feminista, entre otros. Ellos y ellas son los representantes del pueblo y, aunque existan ciertas figuras que destacan, no son la vanguardia. Quienes encabezan la lucha están atrincherados en las universidades o en los distintos tranques que obstaculizan el tráfico en la carretera panamericana y otras vías.

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Decir que en Nicaragua un movimiento encabezado por sectores populares sin ningún partido político de por medio está gestando un golpe de Estado, equivale a decir que la Revolución Popular Sandinista de 1979 también fue un golpe, como decía el dictador Somoza. Los golpes de Estado, por definición, representan una toma repentina del poder de forma violenta. En este caso, la toma de poder no se está dando ni de forma repentina ni violenta, ya que durante el Diálogo Nacional lo que se ha presentado es una agenda que permita la democratización del país y la salida pacífica y ordenada de Ortega. Existe un asidero jurídico para la salida de Ortega, y no es ninguna exigencia inconstitucional, como su reelección de forma ilegal en el año 2011.

Tampoco ha sido el manual de Gene Sharp ni los foros sobre liderazgo quienes han estructurado un plan para desestabilizar al gobierno de Ortega. De las casi 200 personas asesinadas por el gobierno hasta el momento, la mayoría han sido pobladores de barrios marginados o estudiantes de universidades públicas. Ninguno de ellos calza con la descripción de los conspiradores sobre líderes burgueses siendo adoctrinados por USAID y la CIA. Ni siquiera sería posible establecer un nexo entre estos muchachos mártires y la USAID.

La salida de Ortega no es una exigencia de una élite, es una demanda popular, y quienes han sido mayormente castigados por el régimen de Ortega han sido pueblos y ciudades considerados de mayoría sandinista, al igual que muchos barrios de la capital. Que irónico sería que un golpe blando de la CIA se estuviese gestando en las mismas calles que escenificaron la lucha anti-somocista.

 

Texto publicado originalmente en Subversiones