Molotov en Quito: el rock no se extingue, sólo se desconecta
Por: Kevo Hidalgo @kevohidalgo y José Mosquera @bluesdebus
El rock es una fuerza que está en permanente cambio, le cuesta permanecer estático y se cuestiona constantemente sus propios códigos. La distorsión y las guitarras saturadas nos estremecen a todos, eso nadie lo niega, pero la debilidad por el sonido orgánico y sobrecogedor de una guitarra acústica pone a prueba la sensibilidad del rockero más pesado.
El rock de Molotov es versátil pero cargado de personalidad, más de uno fantaseó alguna vez con la posibilidad de escuchar el riff de “Here We Kum” en una guitarra acústica, y aunque posibilidad de un Unplugged siempre estuvo presente era difícil imaginarse cómo iban a aterrizar tanto desmadre a un formato menos estridente.
Después de largos años entre la espera y la resignación, nuestra paciencia sería recompensada con “El Desconecte”; un disco que además de apelar a lo más profundo de nuestro “fanático adolescente interior”, también nos demuestra que Molotov no necesita guitarras eléctricas para sonar duro y contundente.
Los teloneros de esta intensa velada tenían la difícil tarea de preparar al público para una descarga inclemente de energía y ganas de portarse mal. El cuarteto quiteño “Tripulación De Osos” logró conectar con un público que probablemente los escuchó por primera vez, pero con el que no perdieron la oportunidad de demostrar porque son una de las propuestas más sólidas del rock local.
El show de Molotov fue con todo desde el principio, el público sabía que difícilmente volverían a verlos rockeando en tan solemne formato, así que no dudaron ni un segundo en gritar, saltar y meter todo el relajo posible desde la primera canción.
El público se apropió del concierto, subió al escenario, cantó con la banda y hasta hubo tiempo para selfies en medio del show. Se había creado una experiencia en colectividad que capaz de unir a todas y todos en un grito de resistencia, porque la música de Molotov es eso; una propuesta que se resiste al odio, al racismo y la intolerancia.
Las luces se apagan pero la lucha sigue, la música nos permite sentirnos entre comunes y sentirnos parte de algo que solo podemos vivir si lo construimos con otras y otros dispuestos a dejarse conmover con el sonido, la energía y la resistencia.