Por: Cantuña @descocoloniza

Quito en una tarde de marzo puede ser muy lluviosa, y la tarde del 19 no fue la excepción. Sin embargo, más de uno decidió salir a las calles a lavar el tropel de amarguras neoliberales que nos viene azotando desde hace más de 8 años, y a decir lo que quieren que se contenga para no echar por los suelos al banánico milagro de estas tierras. En la  calle 10 de Agosto estaban los vendedores y las vendedoras informales, haciendo de los ponchos de agua y los paraguas los productos más solicitados por los llamingos marchistas que no habían venido cargando con los suyos para esta necesaria tarea. Las razones para salir a luchar por la vida de los pueblos, para resistir ante esta oleada necolonial que nos quiere cuadricular para calzar en el mundo global, y entre iguales empezar a desvestir los obscenos ropajes de la Mashistad de turno y su cohorte, parece que no faltan: criminzalización de la protesta social, persecución política a quien es disidente de tan revolucionario proyecto, leyes que amenazan a la vida en favor de grandes y transnacionales capitales, y los fascinerosos y sabatinos episodios de la Pantera Rosa, han hecho que se diga “…con Lucio, ya no había presidente…”.

La lluvia iba mojando las ropas y los cabellos y el andar de las personas iba prolongando encuentros en esta vorágine neoliberal, en la que las posibilidades de sobrevivencia están siendo limitadas por el mercado y sus apóstoles. La calle estaba ocupada por indígenas, trabajadores y trabajadoras,  campesinos y campesinas, comerciantes informales, jubilados y jubiladas, estudiantes secundarios y universitarios –de universidades públicas y privadas-, diversidades sexuales, docentes y personal universitario, asociaciones de migrantes retornados que no recibieron la ayuda ofrecida por parte del gobierno, asociaciones de músicos, artistas, grupos de jóvenes, organizaciones de mujeres, personas comunes y silvestres, familias, niños y niñas, y una que otra mascota. La calle estaba atiborrada por una diversidad de gente, de sectores sociales; parece que la situación anda haciendo aguas por varios lados, pues las políticas aliancistas afectan cada vez más a gente que es obligada a luchar para hacer posible su existencia.

Marcha Ecuador

Atravesando los diferentes bloques de organizaciones, colectivos y de llamingos, se podían escuchar los diversos  motivos para que se haya salido a tomar un baño auspiciado por San Pedro:  “Que la educación no es un privilegio”; “que ya está bueno con el control y vigilancia autoritaria sobre la universidad y sus quehaceres”; “que se rechazan las cocinas a inducción por una simple deducción de costos”; “que los fondos previsionales de la seguridad social son de los asegurados y no del fascilista de turno, y que por tanto la seguridad social no puede ser estatizada”; “que se dejen de criminalizar a quien defiende la vida de su gente”; “ya no más impuestos y medidas económicas que encarecen los productos de primera necesidad”, porque, eso sí, los salarios de la gente se mantienen congelados; etc.  Se puede hacer un rosario de demandas y frentes de lucha, pero vale  decir que por múltiples que sean éstas, existía un sentimiento común y que genera unidad: es fácil hermanarse cuando es evidente que en esa plaza chica, la que le ha sido arrebatada a los ecuatorianos y las ecuatorianas, es donde se está gestando el seguro desangre de un pueblo que ya conoce de las letanías bancomundialistas y fondomonetaristas.

Por eso, cuando parte de la larga y festiva marcha pasaba frente al ex edificio de “la licuadora”, que hoy se ha convertido en el ministerio del turrismo,  en donde estaba colgado un inmenso cartel que decía algo así como “¡Guarda y te salvas!” en favor de las recientes salvaguardias arancelarias impuestas por el gobierno, los y las marchantes no escondieron su descontento y abuchearon a los funcionarios y las funcionarias públicas que contemplaban la fiesta del pueblo desde los alto de su turrística torre escudados por los carteles oficialistas.

Lo interesante fue comprobar que ese abucheo generalizado caló en la turrística burocracia y parece que llenó sus rostros de vergüenza, ya que no esperaron mucho para retirar el cartel de la vista del pueblo y aliviar los tan merecidos vituperios. Parecía que ni ellos creían que estas desesperadas medidas económicas vayan a traer beneficios a los ecuatorianos y ecuatorianas, y cuando quitaron el cartel le daban la razón a los miles de movilizados no sólo en Quito, sino a lo largo del territorio nacional. Un consejo para esa burocracia que no ha sido obnubilada por un jugoso salario y que, gracias al Divino Niño, todavía no ha aprendido a repetir las barrabasadas del sabatino discurso: es bueno expresar lo que uno siente y piensa, ésa es justamente la diferencia entre los seres humanos y animales como los borregos; así que si no quieren pasar por ganado ovino, liberen su lengua de su burocrático confort.

Ya entrando al centro histérico por la calle Guayaquil, las distancias entre marchantes se reducían por la estrechez de la calle, sí, pero también porque era necesario ir compactándose para llegar con más fuerza y potencia hasta la Plaza de San Francisco, lugar de concentración tras la caminata. Además, estando tan cerca de quienes motivaron esta noble movilización, no se podía hacer más que desgañitar las verdades de esta paradójica nación. Se escuchaba a todos comparar al burgomaestre del puerto principal, representante de la oligarquía y la derecha clásica de la costa ecuatoriana, con el nuevo caudillo que se guarece tras unos pocos simpatizantes costeados con la plata del pueblo y múltiples contingentes policiales en una lamentable plaza chica, y se decía que los dos provienen del mismo material escatológico. Es más, no se puede esperar más que creatividad de la juventud que ve negada su posibilidad de existir, así que de sus voces se podía oír: “León y Correa, la misma diarrea”, como para no cambiar la excrementicia temática.

Algo que vale destacar de esta parte del recorrido es la política de seguridad que ha establecido el régimen a través de su mini-stro del interior, pues había policías a granel resguardando el perímetro de la casa de gobierno.  Pero claro, la seguridad es la de ellos en relación al pueblo, para que éste último no les haga tambalear en su palacio encantado y vaya a botar cagando el proyecto de las salvagarras, el negocio de las inductivas cocinas, de elevar el precio del gas, de entregar los recursos a chinos, gringos o europeos,  de privatizar la educación y de sentirse, aunque sea por un momento, Dios por tener la capacidad de darle su juicio final a cualquiera que le vea mal. Eso sí, los marchantes no son ingenuos, sino ya estarían del lado aliancista, y sabían que si hay esa ingente puesta en escena de la fuerza bruta y armada –o sea la policía-, es porque quienes están detrás de ellos temen por su futuro.

Hasta San Francisco arribó la marcha de los pueblos y las organizaciones sociales, y para ese entonces la lluvia cesaba de caer sobre la capital.  La plaza estaba atiborrada de gente que gritaba, tocaba tambores y bailaba al son de la irreverencia y la resistencia. Entre esta multitud que iba y venía en esta histórica plaza, se veía resplandecer el arcoíris de los  y las indígenas, el arcoíris de este diverso territorio que siempre ha enfrentado las intentonas coloniales modernizadoras, privatizadoras y transnacionales, y lo ha hecho en nombre su vida, de sus tierras, por la simple posibilidad de seguir existiendo en este bendecido pedazo del mundo. San Francisco  era una fiesta popular que daba la señal de dilapidación de un modelo económico y político que ya es anacrónico  y marchito.

La fiesta no paró así nomás. Las personas llegaban a la plaza constantemente, pero también ya empezaban a salir de ella para terminar la jornada, y en este trayecto de retorno los ánimos se mantuvieron efervescentes y en pie de lucha. Era una movilización de doble vía, de ida y vuelta, permanente, constante, ingente, infinita, perpetua, en la que los pueblos, las organizaciones sociales, y los mortales llamingos de la franja de Quito, liberaban la bronca por el autoritarismo y las miserias que se viven por acá, y se desataban con ideas poco convencionales y hasta medio lascivas. Parece que estaban con ganas de bajarse los pantalones para todos y todas andar con la nalga al aire, por eso vociferaban: “¡fuera correa, fuera!”.  Para este humilde servidor, como que la gente estaba fuera de sí, y quitarse los pantalones era poco para todo lo que en verdad se querían bajar.

Esta tarde y noche de resistencia  y lucha terminaban, haciendo premonitorias nuevas movilizaciones y otras medidas que demuestren que el poder no está en los palacios y sus mashistades, sino que reside en el cotidiano vivir de las personas, en su trabajo y, sobre todo, en su unidad. La quituna capital se recoge el 19 en una fría noche de este invierno ecuatorial, pero sabe que le esperan calurosas y agitadas jornadas  en esta interminable lucha por la vida en el final de los tiempos.