Por: Gabriela Gomez

@PiciosaGomez

Según estadísticas del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de Ecuador, INEC, 1 de cada 4 mujeres ha sufrido violencia sexual, detrás de estas cifras se esconden nombres de mujeres, adultas ancianas o niñas que han sido abusadas, en la mayoría de casos por personas cercanas a su entorno. En el escenario púbico continúa retumbando el eco de un caso particular. Una niña, que ha tenido varios nombres para cuidar su identidad; María, Ana, Alicia… esta posibilidad de darle el nombre de cualquiera de nosotras, delata la probabilidad constante de ser víctimas de violencia.

El agresor, que también podría ser uno más de los nombres comunes que engrosan las listas de victimarios, resulta ser un nombre con poder, esa fuerza omnipresente que blinda a los hombres comunes del peso de la justicia.

«La Fiscalía del Guayas, recibió 332 denuncias por violación, de las cuales solamente se emitieron 95 sentencias condenatorias»

En 2011, Esperanza M., madre de una niña de 13 años, se presenta a la Fiscalía del Guayas para presentar la demanda formal en contra de Jorge Glass Viejó, un hombre de 74 años de edad, acusándolo de violación de la menor. Después de varios meses de “desaciertos” de los abogados “defensores”, Esperanza, respaldada por el Colegio de Abogados del Guayas, interpone otra demanda, ahora por paternidad y pensión alimenticia, para el niño, resultado de las violaciones a las que su hija era sometida mientras ella trabajaba como conserje de la institución educativa dirigida y perteneciente al agresor y donde la menor estudiaba.

En septiembre de 2014, Glass Viejó recibió sentencia, a pesar de la engorrosa trayectoria del proceso, sentencia de 20 años, que el papel aguanta pero que todavía son inciertos de cumplirse, 200 dólares mensuales que no alcanzan lo suficiente y que no alcanzarán para reponer la vida de una niña obligada a ser madre.

En el mismo año, la Fiscalía del Guayas, recibió 332 denuncias por violación, de las cuales solamente se emitieron 95 sentencias condenatorias. El delito de violación, según informes del Departamento de Gestión Procesal de la Fiscalía General es uno de los más recurrentes en la provincia del Guayas.

 » A sus 13 años debió hacerse cargo de la infancia de su hijo y la suya propia, y que siendo una vida en desarrollo se le negó lo más básico que merecemos los seres humanos: respeto.»

Ella; la de nombre ficticio, la que puede ser cualquiera de nosotras que libramos batallas diarias contra la injusticia y la violencia; se enfrenta no solo al círculo de buenos amigos del poder, que actúan de forma fantasmal y pueden hacer que la injusticia se convierta en una práctica mal sana y cotidiana. Ella también se enfrenta a esos poderes de un sistema altamente organizado y bien heredado, se enfrenta al poder del machismo, que coloca a la víctima como victimaria, que coloca rezos en los vientres ajenos, imponiendo normas morales incluso desde la política pública y la legislación, ese poder que no nos permite siquiera caminar tranquilas. Así por ejemplo, en la ciudad de Quito, según cálculos del programa “Cuéntame” que atiende a víctimas de acoso en el transporte público, durante el 2015 se recibieron 450 denuncias, 2 de ellas concluyeron en la sentencia de cárcel y multa por agresión sexual a niñas de 11 y 5 años de edad.

Como resultado, desde el 2009, 58 mujeres que han asistido a casas de salud con cuadros de aborto, tienen abiertos procesos penales, según el informe del Frente Ecuatoriano para la Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos presentado a la CEDAW en 2015. Estos poderes que no se rasgaron las vestiduras por ella, que a sus 13 años debió hacerse cargo de la infancia de su hijo y la suya propia; que no tuvo la oportunidad de elegir sobre su vida, y que siendo una vida en desarrollo se le negó lo más básico que merecemos los seres humanos: respeto.

Ella, a la que desde niña estuvo condenada a la precariedad y violencia de la pobreza, que recorrió el camino de silencios ciudadanos y golpes estructurales. En ella nos reflejamos todas, que jugamos a diario la ruleta de la violencia de la que seis de cada diez de nosotras termina insultada, maltratada, sobreexplotada, violada o muerta.

«El pasado 11 de julio de 2016, el Tribunal de Garantías penales de la ciudad de Guayaquil, da respuesta positiva al pedido de Revisión de sentencia interpuesta por los abogados de Jorge Glass Viejó».

Esperanza, guarda en su nombre el secreto de la convicción que la mantiene al frente del proceso de defender a su hija, ahora con casi 18 años y su nieto de cinco, corren el riesgo de volver a ser violentados en su dignidad y derechos esenciales.

El pasado 11 de julio de 2016, el Tribunal de Garantías penales de la ciudad de Guayaquil, da respuesta positiva al pedido de Revisión de sentencia interpuesta por los abogados de Jorge Glass Viejó. Un caso que mientras siga transitando por el pasillo del poder, difícilmente llegara a una conclusión justa.

Nosotras, como Esperanza y su hija, sentimos la convicción de denunciar el poder de un estado femicida, que no ha podido sostener su discurso progresista, por su práctica patriarcal y misógina. Que no conforme con mandar a callar las tibias voces que rompieron sus filas, ha impuesto su moral y legalmente ha forjado un camino para que las mujeres que decidimos apropiarnos de nuestros cuerpos y nuestras vidas, terminemos en un cementerio o una cárcel. Nosotras que estamos construyendo un poder diferente, libre, reflexivo y con sororidad, continuaremos exigiendo que las injusticias auspiciadas por el poder patriarcal, como la cometida contra Esperanza y su hija, no sigan engrosando las listas de estadísticas en este país.