por Pocho Álvarez W 

Silencio, del latín silentium. Es la abstención de hablar, la falta de ruido o ausencia de sonidos. Es también un recurso paraverbal usado en un diálogo. Hay silencio objetivo cuando no hay sonido y hay silencio subjetivo, una pausa o puntuación en un relato o exposición, para acentuar la carga dramática de la narración. Son múltiples sus acepciones, hay silencio administrativo, silencio musical y ahora silencio cinematográfico. Hay silencio en los cineastas de la mitad de la tierra, y hay silencio ciudadano en este “país irreal limitado por sí mismo partido por una línea imaginaria”. (Jorgenrique Adoum. Ecuador).

Cuando Juan Martín Cueva elaboró su renuncia a la Dirección Ejecutiva del CNCine buscaba romper una inercia de silencios. El silencio de panteón que se proyecta sobre el mañana cinematográfico del Ecuador sin su marco legal propio, la Ley de Cine.

El silencio sordo del actual proyecto, la “Ley Orgánica de Culturas” que desde hace cuatro años y siete ministros, impulsa el Ministerio de Cultura, y que lo conocemos como señala Cueva en su renuncia “muy parcialmente”.

El silencio de hurto que significa para la historia del cine ecuatoriano la derogación de la Ley de Cine, un retroceso de más de treinta años que borra de un plumazo un andar de lucha y respuesta ciudadana de varias generaciones de cineastas.

El silencio de sepulcro que se crea con la transformación del CNCine en una dependencia del Ministerio de Cultura —el “Instituto de Cine y Audiovisual – CNCine”— presidido nada más, ni nada menos, que por el propio ministro de Cultura y Patrimonio.

El silencio de imposición, el calla y obedece del Estado y su tecnoburocracia que niega la posibilidad de respuesta y organización propia de la sociedad civil. “No se le puede pedir al sector que apoye a ciegas un proyecto que desconoce todos los aportes y experiencias que se han generado en una dinámica ciudadana de los cineastas ecuatorianos desde hace décadas…” advierte Juan Martín Cueva en su citada renuncia.

Vivimos el silencio como tiempo imperativo. El de la incertidumbre, creado por el severo recorte presupuestario, (el 60% del presupuesto del CNCine) y su lacónica explicación, “obedece a las difíciles circunstancias de la coyuntura mundial” testimonio que dice mucho del concepto que el gobierno tiene de la cultura y el arte, de su importancia en tiempo de crisis y junto a ello el sentido de responsabilidad frente a la historia. La culpa no es nuestra es del otro, siempre.

Rehuimos el debate y contagiamos de silencio nuestro quehacer como conducta, así nos abstenemos de cultivar el habla, el uso de la palabra, del decir y dialogar , de los argumentos como necesidad de la construcción crítica de un nosotros que en el caso del cine y su espacio, nunca se pensó, ni se hizo como apéndice del Estado y que, por lo tanto, no buscó crecer aspirando burocracia.

Habitamos silencio, el de la soledad, el que nace de la incapacidad de generar un diálogo propio, el de la debilidad como colectivo organizado. Hemos callado y hemos cedido la iniciativa de la construcción de nuestro ser social al poder central y al interés de su gobierno. Así, a cambio de un confort generado por la coyuntura de la Ley de Cine y sus fondos de fomento a la producción, hipotecamos la discusión sobre el mañana del cine ecuatorial. Nunca buscamos ser una minga permanente para ampliar y madurar nuestro marco legal y las fuentes de financiamiento propias. Nunca cuestionamos el papel del Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual (IEPI) en el Consejo Nacional de Cine y su silencio cementerio respecto de la censura que ejerce la empresa española ARESRIGHTS (http://ares-e.com), en las redes sociales y su conducta violatoria de los derechos ciudadanos y de la Constitución, so pretexto de la defensa del copyright que “ha sabido tener”, nos enteramos, un informe público, el de los sábados, el llamado “Informe del Mandatario a sus Mandantes”. Hecho único e insólito, una excepción que el IEPI lo patentó con su silencio como aporte único de País al Derecho Universal de Autor.

Nunca levantamos una sola crítica al poder central por la absoluta ineficiencia del Ministerio de Cultura. Solo basta mirar el ya largo desfile, 7 ministros en 9 años de una muy cuestionable gestión. “Long” desfile, para estar a tono con la actual ciudadanía universal que alienta el quehacer del Ministerio y que no ha dado, ni da respuestas al tema de la cultura en este espacio diverso, de imaginarios y pueblos.

Estamos frente a un calendario sin ruido. Vivimos silencio, coros de silencio, es decir servidumbre. El poder cualquier poder busca, para gobernar, la quietud de la obediencia y me resisto a creer que los cineastas seamos afonía.

El pasado y sus legados, la lucha por la construcción de un marco legal propio que permita gestionar fondos propios fuera del presupuesto del Estado para así tener autonomía, la Ley de Cine —una realidad en Uruguay, Cuba y tantos otros países del mundo— hoy en Ecuador, transita el camino de la derogación. Y al igual que la abandonada casa de la Asociación de Cineastas del ecuador (ASOCINE) un legado del cine y los cineastas, a nadie interesa, a nadie conmueve. Estamos frente a un nosotros indiferente, a una generación que busca acomodarse en la comodidad del silencio, requisito necesario para ejercer “ciudadanía” en estos tiempos verdeflex. Si no, cómo podríamos explicarnos los ascensos de ciertos funcionarios que hicieron del tema del cine ecuatoriano su personal plataforma para habitar hoy importantes embajadas. Si no como podríamos explicarnos el sacrificado periplo de socialización de la “Ley Orgánica de Culturas” de la viceministra de Cultura en París, Francia…

La renuncia de Juan Martin es precisamente el grito de un cineasta en contra de este silencio y este proceder. Es el corte a un callar que encubre una realidad que no construye. Es una alerta, al nosotros cinematográfico, respecto del apetito del gobierno, de la fagocidad feroz del Ministerio de Cultura que busca engullirse, a propósito de constituir el llamado Sistema Nacional de Cultura, toda iniciativa organizada y eficiente de la sociedad civil. Por ello la Ley de Cine y el CNCine están sentenciados y tienen los días contados. Porque de lo que se trata para las alturas del poder y sus viajes es convencer, léase imponer, la necesidad de “corregir”, según ellos, las llamadas anomalías jurídicas de un pasado que persiste, la Ley de Cine y el CNCine, una autonomía de organización y de gestión, un tiempoespacio eficiente, por lo tanto incompatible con el marco normativo actual y su espíritu. Un espíritu excluyente que lleva a concentrar y acaparar, cooptar, todo el tema cultural.

¿Qué sentido tiene de que el Ministro de Cultura sea quien presida el Directorio Ejecutivo del “Instituto de Cine y Audiovisual, CNCine” ? ¿Es el Ministro garantía de autonomía…? ¿Por qué atar al obeso caminar del Ministro y su Ministerio, a su espesa agenda, la ágil dinámica que demanda y necesita la actividad cinematográfica? ¿No se han dado cuenta las altas autoridades del Ministerio de que su “eficiencia” es patética…?. Nueve años de la llamada revolución ciudadana, nueve años del Ministerio de Cultura y no hay ningún consenso respecto de la Ley de Cultura, al contrario hay múltiples confrontaciones y disensos. Esa es el carta de presentación real de quienes pretenden fagocitarse, la Ley de Cine y el CNCine.

Se nos asegura desde el Ministerio que el proyecto de ley “amplía y diversifica las fuentes de financiamiento público para el fomento”… ¿Cuáles?… Veamos la cita textual del proyecto de Ley:

“ a) Los provenientes del Presupuesto General del Estado;

  1. b) Los que le asignen por parte del Fondo para el Fomento de las Artes e Innovación en Cultura de conformidad con los criterios establecidos por el Ministerio de Cultura y Patrimonio; y,
  2. c) Los que se asignen por la aplicación de otras normas legales en lo relacionado con el fomento a la innovación y creatividad.”

Seguimos atados al presupuesto del Estado, seguiremos siendo mucho más dependientes de sus bonanzas y de sus vacas flacas… y lo que es más, sin un instrumento legal propio que permita buscar fuentes de financiamiento y fomento propios, independientes del poder central y sus apetitos.

Sino despertamos como un nosotros, con luces cámara y acción, con palabra crítica e imaginación del mañana, sino defendemos la esencia de la Ley de Cine, el toque del silencio, la corneta fúnebre será la que nos despierte. Entonces será demasiado tarde. Habremos guardado, como lo dijo Eduardo Galeano, “un silencio bastante parecido a la estupidez…”