Chiapas: “Necesitamos y merecemos vivir”

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Publicado originalmente en LatFem

fotografías: Radio Zapatista y LatFem

Fue el mensaje de clausura de las zapatistas en el segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, convocado por el EZLN. Al igual que en el primero, no tuvo presencia de varones y culminó con un nuevo mensaje de resistencia: “estamos listas; vamos juntas”. Cerca de 4.000 mujeres se reunieron el 27, 28 y 29 de diciembre en el Caracol “Torbellino Nuestras Palabras”, en los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas en Chiapas, para intercambiar experiencias y trazar estrategias para defender el derecho a la vida. Crónica de Laura Guarinoni, desde Chiapas, de tres días de encuentro de los feminismos sin fronteras en territorio zapatista.

 

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Bajo los rayos de un sol implacable, tiradas sobre la tierra chiapaneca, cientos de mujeres de distintas edades y diversas latitudes recuerdan con este homenaje a las víctimas de femicidio y a las desaparecidas. En ronda, forman cinco círculos que se agrandan desde el centro a la periferia, como las ondas se hacen cuando se tira una piedra al agua. Algunas lloran, con sus puños apretados golpean el piso y levantan polvo; otras gritan con rabia los nombres de las quienes ya no están, mientras el resto inmóviles fingen la muerte. Cada una de ellas tiene distinta procedencia, costumbres, etnias, hablan diversos idiomas. Todas viajaron desde lejos, o de más cerca, para participar del segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan convocadas por las Zapatistas en el caracol “Torbellino Nuestras Palabras”, en la región tojolabal-tzeltal de Las Cañadas, en uno de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) dentro del Estado mexicano de Chiapas.

Al mando del micrófono está Angélica Maia, una joven bailarina de El Pueblito, en el Estado de Querétaro, en el norte de México. Ella coordina la actividad y recita: “La brutalidad ejercida por el machismo, particularmente la violencia contra las mujeres, es la que nos convoca. Debemos caminar por la vida pidiendo permiso por y para ser mujer y andar un camino lleno de alambre de púas, con la cabeza y el corazón pegados al piso. En el delito de ser mujer viene incluida la condena”.

El silencio se apodera de las sierras al noroeste de México. Quienes no participan miran desde el templete -una pequeña estructura con forma de templo desde donde se ve el centro del predio- o a un costado de las rondas, sin emitir ningún sonido. 

“Pero hay mujeres que lo enfrentan con rebeldía, que luchan. Que se ponen de pie. Salud a estas mujeres. Resistimos bailando”, grita Ángela y en seguida comienzan a sonar los tambores.

De a poco todas se ponen de pie. Se escucha un aullido colectivo. Comienzan a zarandiarse al ritmo de la música. Con cada movimiento parecen quitarse un poco de pena y otro poco de rabia: revolean las cabezas, se abrazan, se secan las lágrimas y se desprenden de la tierra seca que quedó en sus cuerpos. Culminan con un abrazo colectivo entre cientas.

Angie, como la llaman quienes la conocen, sonríe y cuenta a LATFEM que lleva la performance a encuentros y festivales en distintos puntos de su país. Siempre la realiza con mujeres que se autoconvocan. Para llegar a la zona de Morelia hizo más de 1200 kilómetros. Viajó casi 3 días, hizo 4 trasbordos, durmió en varios colectivos y bans hasta llegar a la ciudad de San Cristóbal de las Casa. Allí se encontró con compañeras y emprendió el viaje final hasta el Caracol – una de las 16 regiones organizativas de las comunidades autónomas zapatista-. “Costó llegar pero aquí estamos. Nos lanzamos a la aventura, no recibimos casi información de cómo sería la juntada, no sabíamos como llegar, ni con qué nos encontraríamos pero confiábamos en que sería totalmente transformador, y lo fue”, dice el mediodía del 29 de diciembre, en la última jornada del encuentro.

La convocatoria para el segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan se lanzó en septiembre de 2019. Había sido anunciado para marzo, tal como se hizo el primero en 2018, pero las organizadoras decidieron posponerlo porque no podían garantizar la seguridad de las asistentes. Cuando ya se avecinaba el fin de año y muchas que habían sacado pasaje se resignaban a esperar un año más, llegó el comunicado de las zapatistas. Entonces, con muy poco tiempo y con un sólo mail de confirmación – algunas sin siquiera lo recibieron- miles de mujeres se organizaron, dejaron sus tareas diarias, sus trabajos y algunas sus hijes y familia, para llegar a las tierras mayas. Participaron más de 4.000, de 49 países de los más diversos: desde México, Brasil, Chile, Argentina, Ecuador, Guatemala hasta Estados Unidos,Grecia, Dinamarca, India, Inglaterra, Sri Lanka, Turquía y Kurdistán.

Esta vez, el encuentro se destinó únicamente a visibilizar y denunciar la violencia contra las mujeres y a compartir y crear nuevas estrategias para combatirla. El objetivo fue que activistas, familiares de víctimas, colectivos feministas, organizaciones, movimientos sociales y mujeres sueltas se escuchen, compartan testimonios y estrategias de organización para combatir al sistema patriarcal. Las zapatistas plantearon un día para gritar y denunciar nuestros dolores, el segundo para compartir ideas, experiencias y buscar salidas; y el tercero dedicado a la cultura, el deporte y al festejo de la vida.

“Queremos que vengas y que digas claro tu denuncia. No para que la escuche un juez o un policía o un periodista, sino que para te escuche otra mujer, varias mujeres, muchas mujeres que luchan”, decía parte de la invitación propuesta por las zapatistas.

En el ingreso al predio había un cartel que decía “Prohibido entrar hombres”, y otro al lado que  rezaba: “Aquí solo para mujeres”. En ese lugar convivieron durante 3 días las miles de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries – pese a no estar consignados en el cartel fueron parte de la juntada- en un espacio único, libre de violencias, donde los niñes jugaban lejos de sus madres y luegos eran devueltos por las compañeras. Las que perdieron algún objeto, lo recuperaron, inclusive billeteras y dinero.

El binarismo quedó de lado desde el primer momento cuando las zapatistas plantearon en la apertura que no hacían diferencias por raza, religión ni ideología.”Son bienvenidas las identidades excepto los varones”, explicaron las anfitrionas frente al planteo de la exclusión, por parte de alguno de los asistentes que no se sentía representado por la etiqueta de “mujer”.

De la puerta para afuera: sólo los hombres. Se registraron 95 menores, muchos de ellos que quedaron al cuidado de los varones, junto a los zapatistas, en una zona lejana a espacio del evento.

 

Juntas y organizadas

Más de 2.000 mujeres zapatistas de todas las edades viajaron desde las dieciséis Caracoles donde están las Juntas de Buen Gobierno -a las 5 originadas en 2004 se sumaron otras 11 en 2019 – para poner en marcha el Encuentro. Cada una tenía una tarea asignada: estaban las que organizaban las intervenciones en el micrófono abierto y controlaban los tiempos, las de “los Tercios Compas” que documentaban las charlas, las cocineras, quienes se encargan de la limpieza del baño y los lugares comunes, las choferas que trasladaban a las asistentas, las promotoras de salud y las artesanas que vendían manteles, ponchos o diademas típicas traídas de su comunidad.

El grupo de milicianas que se encargaba de la seguridad estaba formado en su mayoría por jóvenas (como ellas se llaman), algunas de muy corta edad. Vestidas con uniformes de pantalón verde, camisa marrón y gorras, un pañuelo atado al cuello y sus pelos entrelazados llevaban arcos y flechas o palos de madera y custodiaban el predio, inclusive en las horas de la noche cuando todas descansaban. 

Todas tenían sus caras cubiertas con palestinas violetas o pasamontañas negros en los que algunas llevaban bordado el número del caracol del que provenían. Entre ellas hablaban en sus lenguas originarias mayas tzotzil, tzeltal y tojolabal, y muchas no comprendían bien el español.

“Nos hemos organizado para escucharlas. Todo lo hemos preparado en colectivo y si guardamos nuestra identidad no es porque les tenemos miedo es porque somos invisibles para el gobierno y si así lo somos, entonces no verán nuestro rostro, es parte de lo que hemos acordado”, explicó a LATFEM Adriana, una artesana de la comunidad 23 de Mayo del caracol Chilón.

 

Mantenerse vivas

En la clausura del primer encuentro en tierras zapatistas se acordó entre quienes asistieron: “Seguir vivas y seguir luchando”. Más de un año después, la Comandanta Amanda del Comité Clandestino Revolucionario Indígena Comandancia General del EZLN (CCRI-CG) dio la bienvenida al contingente de mujeres con un discurso que resaltó la continuidad de la violencia. “No podemos dar buenas cuentas. En todo el mundo siguen asesinando mujeres, las siguen desapareciendo, las siguen violentando, las siguen despreciando”.

La insurgente siguió: “Parece sencillo de decir, pero lo sabemos bien que ya hay muy pocos lugares en el mundo en donde podamos estar contentas y seguras. Por eso estamos aquí, porque nos trae nuestro dolor y nuestra rabia por la violencia que sufrimos las mujeres por el delito de que somos mujeres”.

En medio de un país donde de enero a septiembre de 2019 casi 2.900 fueron asesinadas, según las cifras del Sectretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), y más de 1000 desaparecidas, las zapatistas viven en una suerte de oasis ya que en sus territorios no se registraron femicidios en el último año.

Pese a este logro, todavía existen diversas formas de machismo que buscan eliminar. “En los Caracoles no hay mujeres asesinadas porque entre todas nos organizamos. En estos territorios tenemos libertad. En caso de que haya mujeres violentadas a los compañeros se les castiga”, contó Elizabeth, coordinadora zapatatista del segundo encuentro que vive en el caracol La Realidad. 

Según explicó a LATFEM, las comunidades no tienen un sistema punitivista en que se excarcele o expulse a quienes cometen delitos, en este caso sexuales. La junta de buen gobierno evalúa la agresión y les exigen trabajos colectivos acordes a lo que necesite el pueblo -puede ser trabajar en los cultivos o en otras actividades en el campo-.

Las violencias que escuchó en estos días a la encapuchada le hicieron recordar lo que le contaba su mamá o su abuela y a lo que ella vivió antes de 1994 – año del levantamiento-. “Queremos decirles que no tengan miedo, que hemos estado ahí, pero que se puede cambiar si se organizan”, dijo.  

Elizabeth es parte de la generación de mujeres zapatistas que debió conquistar el derecho a la igualdad. “Al principio costó que nuestras propias compañeras entendieran que como mujeres podemos participar, podemos ser cocineras, promotoras de salud o ser comisariadas, milicianas o parte de la junta de buen gobierno. No importa si tenemos hijos o no. Por eso organizamos este encuentro y llamamos a nuestras bases para que vean que sí podemos salir a hablar y compartir”, dijo. 

Admitió que aún hay machismo dentro del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pero apuntó contra el capitalismo, quien fue el impulsor, y aclaró que por eso se declaran anticapitalistas y antipatriarcales. 

 

Violencias y más violencias

El micrófono destinado para denunciar violencias, que en principio sería solo para el día 27, permaneció abierto dos días enteros debida la gran cantidad de testimonios y relatos de violencia psicológica, obstétrica, abusos, violaciones, desapariciones y feminicidios como los de Araceli Osorio, madre de Lesvy Berlín, asesinada en Ciudad Universitaria de Ciudad de México o el de Irinea Buendía, madre de Mariana Lima. También tuvieron su momento las bolivianas para denunciar la dictadura de Jeanine Añez; las kurdas, palestina, ecuatorianas y colombianas para subrayar violencia contra las mujeres por parte de los Estados; las campesinas indígenas mexicanas contaron cómo de adolescentes sus familias las obligan a casarse y son violadas por sus maridos; las brasileras recordaron a la concejala feminista Marielle Franco asesinada en 2018 y una chica peruana denunció la violencia climática y a los “proyectos de la muerte que envenenan a la madre tierra”.

Quienes escucharon atentas sentadas en bancos de madera o en el piso entonaban un “no estás sola” cada vez que alguna aseguraba que era la primera vez que contaba su sufrimiento. Lloraban juntas, se abrazaban, aplaudían y se daban ánimo.

Desde Chile viajó una comitiva de unas 30 mujeres. Se autoconvocaron en una asamblea para acordar cuáles serían  sus denuncias, a pleno rayo de sol abajo de un cartel que decía “Llegó la hora del florecimiento de los pueblos”. Intercambiaron historias de la violencia que vive su país desde los levantamientos de octubre. Horas más tarde, cuando fue su turno para hablar en el templete todas se taparon un ojo para representar a las cientos víctimas de lesiones oculares por la represión de los pacos. 

En las carpas en frente al templete se organizaron de manera espontánea talleres y conversatorios de los más diversos temas: maternidad, comunicadoras alternativas, viajeras, lesbianas, escritoras, salud reproductiva, educación sexual integral, educadoras, sanar el linaje femenino, autoconocimiento y sanación. También hubo clases de defensa personal, talleres de bordado en foto y de yoga. Las participantes se iban juntando, pegaban carteles en el predio para avisar la convocatoria o hacían un anuncio con el micrófono entre denuncia y denuncia. El último día, entre la música y los bailes de despedida hubo hasta un torneo de fútbol al que se anotaron 50 personas.

Entre los debates sobre las estrategias para combatir las violencias “Mafasa” Solis, de la  Asociación de Psicólogas Feministas planteó la creación de un directorio internacional de especialistas para la defensa de las mujeres y aseguró que la terapia con un enfoque feminista es muy diferente a la tradicional. “Las escucho todo el tiempo en estos procesos tan dolorosos cuando nos pasan estas violencias, pero también en los procesos de denuncias, por eso sugiero que nos unamos varias compañeras y creemos manuales con cosas que nos han servido para sanar para que otras mujeres puedan tener esas herramientas”, dijo.

En tanto, Verónica Beltrán, de la Brigada Ignacio Martín Baró en Jalisco, contó que su equipo implementó un proyecto que busca difundir entre la población los derechos sexuales y reproductivos de las ciudadanas. “Hacemos acompañamiento de violencia contra las mujeres y tenemos un grupo de 30 psicólogas quienes trabajamos desde un enfoque de género en la psicoterapia”. Vanessa, de la colectiva poblana “Coatlicue Siempre Viva”, comentó que junto con sus compañeras crearon un albergue donde resguardan a  “hermanas violentadas”. “Se mantiene de donaciones y recibe a compañeras trans, migrantes o lesbianas que salieron de sus casas porque sus familias no las querían o las tra trataban mal”, dijo.

Las argentinas que viajaron tomaron la posta para compartir la Flavia Saganias, condenada a 23 años de prisión por “idear un ataque” a su ex pareja, Gabriel Fernández, a quien había denunciado por abuso sexual contra su hija de 6 años. “La justicia patriarcal nos está cercenando el terreno ganado. Por eso esta causa es muy importante para nosotras. Ellos quieren que tengamos miedo porque si denunciamos nos pueden denunciar, y hasta ponernos presas”, fue una de las frases de Cecilia, oriunda de Capilla del Monte y que siguió de cerca la causa. Después habló Carolina y resumió algunas de las denuncias que las mujeres argentinas querían compartir: entres ellas estaba el negacionismo y racismo del Estado hacia los pueblos originarios y afrodescendientes, las consecuencias de la megaminería en Mendoza, los travesticidios y el incumplimiento del cupo laboral trans.

Patricia, de 21 años, es base de apoyo zapatista, explicó que el Encuentro es una réplica de las asambleas en las que las mujeres del movimiento, en las que se preguntan cómo están, generan redes para apoyarse entre ellas y denunciar a los agresores. Además del 2018, las zapatistas habían abierto previamente su territorio a fines del 2007 en el Caracol “Resistencia Hacia un Nuevo Amanecer”. Se trató del “Primer Encuentro de las Mujeres Zapatistas con las Mujeres del Mundo”. En ese entonces los varones podían ingresar al lugar pero con tareas limitadas: sólo podían cocinar, limpiar, traer la leña y cuidar a los niñes.

Por la noche, la energía era distinta. Las asistentas se juntaban en ronda para cantar y hacerles ofrendas a las abuelas y a las mujeres que ya no están. También se organizaron clases de perreo que terminaron en una fiesta, rondas de música brasilera y algunas hicieron malabares con fuegos. En la primera noche, varias artistas se juntaron en el templete para improvisar canciones feministas, entre ellas estuvo la chilena Mont Laferte que, a pedido del público, cantó a capela algunos de sus hits.

 

 

La lucha continúa

“Después del primer encuentro nos preguntamos: ¿Será que siguen ahí las compañeras con su lucecita? Para eso convocamos a este encuentro, para ver si ahí sigue o no, porque nos enteramos que sigue la matanza, sigue la violencia en contra de las mujeres. Por eso decimos, volvamos a encontrarnos y para sacar propuestas”, contó Adriana cuando le preguntaron por qué organizar un nuevo encuentro. 

El mensaje de cierre de la gran juntada fue leído por la comandanta Jéssica. Dijo que la empatía fue la emoción que más predominó durante los tres días que duró el Encuentro.

Felicitó a las “luchadoras por haberse organizado para escuchar, comprender, dialogar y generar propuestas que ayuden a parar las violencias que sufrimos”.

“Llegamos a un acuerdo  de comunicar y de gritar que no estamos solas, que no estás sola compañera y hermana; pero no basta, no es sólo consuelo lo que necesitamos y merecemos es la paz y la justicia”, gritó.

Luego del acto de despedida preparado por las milicianas, todas cantaron “Un violador en tu camino”, la canción del grupo chileno Las Tesis que provocó los aplausos de las presentes. Cada una regresó a sus hogares con una nueva lucecita y la consigna de no permitir que ésta se apague.

 

Escucha el audio de las palabras de clausura, en voz de la comandanta Yésica.


Más información: Radio Zapatista