Caravanas centroamericanas:

del sueño americano al insomnio mexicano

 

 

Durante años, miles de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos han emigrado a Estados Unidos huyendo de la violencia y la pobreza de sus países. Solos, en familia o en caravanas, emprenden el periplo con el anhelo de una vida mejor. Pero el reciente recrudecimiento de las políticas migratorias estadounidenses los ha obligado a buscar nuevos destinos. De ahí que México esté convirtiéndose en el nuevo horizonte centroamericano.

 

 

Publicado en Distintas Latitudes

 

Texto: Augusto Magaña (El Salvador), Noelia Esquivel (Costa Rica),

Dánae Vílchez (Nicaragua), Alicia Pereda (México), Julett Pineda (Venezuela),

Milena Arce (El Salvador)  y Johanna Osorio Herrera (Venezuela)

Fotos: Pablo Juárez (Guatemala)

 

 

 

Publicado 06 julio 2021

 

 

“A mi hijo adolescente lo están obligando a ser parte de las pandillas, y si no lo hace yo tengo que pagar una cantidad de dinero para que no nos molesten, pero tampoco puedo hacer eso ya”, le contaba una madre a María de Jesús Peters, reportera mexicana, durante una de las caravanas centroamericanas de migrantes de 2019. Al momento de la entrevista, la mujer había caminado ya decenas de kilómetros, harta de la profunda violencia de su país. Iba con la esperanza de que al final de la travesía la esperara una vida mejor, más tranquila.

En octubre de 2018, a través de redes sociales, un numeroso grupo de alrededor de siete mil personas comenzó a organizarse en Honduras para migrar hacia Estados Unidos. Poco después salieron del país juntas, a pie. Aunque los flujos migratorios de Centroamérica no son nuevos, este era distinto: además de ser muy numeroso, estaba conformado por mujeres, niñas y niños, personas adultas mayores y familias completas.

La comunidad nacional e internacional se fijó inmediatamente en la primera caravana migrante, que fue detenida por las autoridades mexicanas en el puente internacional de Ciudad Hidalgo. El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, había amenazado con interrumpir la ayuda regional, cerrar la frontera y desplegar sus tropas allí si le permitían continuar hacia su país.

Algunos de los detenidos fueron trasladados días más tarde a la sede de la Feria Mesoamericana, en Tapachula, donde les permitieron iniciar los trámites de solicitud de refugio. Casi todos estaban en las mismas condiciones: no sabían cómo proceder legalmente. Las políticas migratorias tampoco resultaban claras. Otros, para evitar la detención, se separaron de la caravana antes de llegar a México y siguieron su camino de forma irregular.

A aquella primera caravana le siguió otra el 17 de enero de 2019, con más de 13 mil personas de varias nacionalidades. Luego vinieron varias más, entre ellas aquella en la que viajaba la madre entrevistada por Peters. Sin embargo, ninguna logró mantenerse unida hasta el final. Siempre se desintegraron, se desvanecieron.

Aún así, activistas en pro de los derechos de los migrantes han recalcado que la migración con destino a EE.UU. continúa. La diferencia es que ahora se emprende de forma individual o en familia, en lo que comúnmente se conoce como “paso hormiga”.

No hay certezas sobre el número de migrantes que continuaron su viaje hacia Estados Unidos de esta forma después de abandonar las caravanas de los últimos años, pero en 2019 se  evidenció un importante incremento en la aprehensión de personas provenientes de Honduras, Guatemala y El Salvador por parte de la Patrulla Fronteriza estadounidense. Más de 114 mil fueron arrestadas mientras intentaban cruzar solas la frontera. Lo mismo ocurrió con otras más de 430 mil, quienes intentaron hacerlo en familia.

 

  Aunque en 2020 fueron las familias mexicanas las que sufrieron un incremento del 67% en el número de detenciones en la frontera estadounidense, el número de centroamericanos cayó vertiginosamente un 94%. Esto podría atribuirse en primer lugar a las restricciones de movilidad impuestas en la región debido a la pandemia de covid-19. No obstante, algo más podría estar cambiando. Registros de la División de Población de la Organización de Naciones Unidas muestran que la población centroamericana en México aumentó más del 60% entre 2000 y 2010. Cálculos de este equipo periodístico evidencian un aumento de migrantes salvadoreños, guatemaltecos y hondureños en tierras mexicanas de 79% entre 2015 y 2019, y de 70% entre 2019 y 2020. Ocurre lo mismo con las peticiones de refugio por parte de migrantes centroamericanos. En 2018, de acuerdo con datos de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), 15 mil 719 personas provenientes del triángulo norte solicitaron refugio en el país. La cifra aumentó a 43 mil 175 en 2019. Y aunque el número cayó en 2020 debido a las restricciones de movilidad, la tendencia se mantiene aún en miles.  

 

La caída en el número de detenciones de centroamericanos en la frontera estadounidense, sumado al incremento de migrantes hondureños, salvadoreños y guatemaltecos en México y al aumento de solicitudes de refugio por personas de esas nacionalidades en este país, parecen indicar que México, anteriormente un país de tránsito, es ahora uno de destino.

“Ya ni se habla del sueño americano, esa palabra quedó hasta allá”, dice la reportera mexicana María de Jesús Peters. “Ahora la prioridad ya no es llegar [a Estados Unidos]. Los migrantes han notado que pueden vivir en México. Ellos lo que quieren es estar en paz en un lugar donde no tengan que pagar derecho de piso o donde los amenacen con volver a sus hijos parte de las bandas delincuenciales”.

Según Silvia Garduno, portavoz en México de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), la creciente decisión de los migrantes centroamericanos de quedarse en México podría deberse a las restrictivas políticas migratorias estadounidenses.

Por su parte, Eduardo Gutiérrez, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Baja California, explica en su ensayo México: ¿espacio de tránsito, destino temporal o país de refugiados?, que en esta decisión también han influido un grupo de cuestiones encadenadas entre sí, como la necesidad de estos migrantes de huir de sus países de origen, lo intrincado del proceso de obtención de asilo en Estados Unidos y las posibilidades regulatorias con que cuentan en México.

Así, concluye Gutiérrez, “México termina por volverse un país de refugiados”.

 

Violencia que expulsa y que cambia el foco

“Teníamos nuestra propia panadería en El Salvador, hasta que llegaron las pandillas y ya no pudimos seguir vendiendo. Nos amenazaron hasta que salimos del país”. El testimonio recogido por ACNUR de Raúl, un padre salvadoreño que huyó con su familia hacia Guatemala, evidencia la principal causa de desplazamiento de personas migrantes centroamericanas en la región: la violencia.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Personas Migrantes en Tránsito de México (realizada en 2016 y publicada en 2018), las principales causas por las cuales las mujeres provenientes de Honduras, El Salvador y Guatemala deciden migrar a este país son la inseguridad y la violencia (46%), seguidas por las razones económicas (32%). En el caso de los hombres, el orden es inverso.

El mismo estudio muestra, además, que debido a su vulnerabilidad y a los riesgos de ser víctimas de violencia sexual, las mujeres, niñas, niños y adolescentes no acompañados, así como las personas de la tercera edad, prefieren viajar en grupos, como las caravanas.

“Las personas migrantes perciben que la fuerza mediática de las caravanas genera mayores posibilidades de cruzar de forma segura el territorio mexicano o de acceder al procedimiento para solicitar protección humanitaria, ya sea a través del refugio o las visas humanitarias”, explica Alethia Fernández, investigadora de la Universidad Autónoma de México (UNAM), en su ensayo Violaciones a los derechos humanos durante los procesos de solicitud de refugio y detención migratoria en la frontera sur.

“Lamentablemente”, añade, “la falta de información sobre el derecho al refugio, la imposibilidad para demostrar la validez de su caso y las limitadas capacidades institucionales de las autoridades mexicanas, son los mayores obstáculos para solicitar protección humanitaria incluso en el contexto de las caravanas”.

En México, funcionarios del Instituto Nacional de Migración (INM), quienes decidieron reservar sus nombres por políticas de la entidad, confirmaron a Distintas Latitudes que en 2020 ninguna caravana entró al país, aunque sí se organizaron al menos siete. Todas fueron detenidas por las autoridades de los países vecinos, algunas incluso antes de salir.

La primera caravana migrante de 2021 fue dispersada por la fuerza en Guatemala

 

Aún así, según la COMAR, en 2020 un total de 22 mil 526 migrantes hondureños, salvadoreños y guatemaltecos pidieron refugio en México. Ello parece indicar que estos migrantes estarían usando la misma estrategia de “paso hormiga” identificada con respecto a Estados Unidos. Según Silvia Garduno, se trata generalmente, en efecto, de familias que no tienen más alternativa que huir debido a la violencia y la persecución en sus países de origen.

 

 

La adaptación como respuesta

Según ACNUR, para 2019 había en el mundo alrededor de 470 mil personas refugiadas y solicitantes de asilo provenientes de El Salvador, Honduras y Guatemala. La cifra va en ascenso, y países como México comienzan a percibirse como destinos, más que como rutas. Por tal razón, Silvia Garduno plantea que las políticas de recepción de migrantes necesitan mejorar.

“Para México, que está lidiando con los temas de migración hacia Estados Unidos, son distintas las políticas que pueden implementar para un grupo que está en tránsito, que las que se requieren para un grupo que se quiere quedar e integrar”, dice.

El Marco Integral Regional para la Protección y Soluciones de ACNUR afirma que “México ha avanzado en la creación de políticas públicas para la protección de personas desplazadas, incluyendo la aprobación de una legislación que prohíbe la detención de niños, niñas y adolescentes. Para el 2021, el país ha enfocado su planificación en los compromisos nacionales de protección, salud y educación”.

Sin embargo, aún quedan grandes desafíos por superar, sobre todo en el contexto de la pandemia. Un reto importante es el aseguramiento de acceso de personas migrantes y refugiadas a la vacunación. “Debemos garantizar que no se les discrimine ni se les excluya. También debemos seguir fortaleciendo el sistema de asilo en México, que va avanzando hacia la integración”, señala Garduno.

Migrantes pertenecientes a la primera caravana de 2021. Foto: Pablo Juárez

 

En cuanto al programa de la ACNUR que ubica migrantes centroamericanos en ciudades mexicanas con ofertas de trabajo, Garduno asegura que va teniendo éxito, aunque en el sur las opciones son más limitadas. “Lo que hemos visto es que ha funcionado muy bien que las personas se inserten en el mercado laboral en ciudades específicas. Hay que consolidar ese programa y que trascienda a políticas de Estado”, explica la portavoz.

“El autorreconocimiento como un país de refugiados por el Estado mexicano sería el comienzo para una ardua labor en materia de política pública, operatividad y marcos jurídicos, bajo la premisa de que una política migratoria debe estar conectada con las nuevas realidades de las dinámicas de movilidad humana”, dice el profesor Gutiérrez López sobre la premisa de integración mencionada por Garduno. “De lo contrario, podría estar condenada al fracaso”.

 

 

Este contenido fue parte de un reto periodístico asignado a la 5ta generación de la #RedLATAM de Jóvenes Periodistas. Aquí puedes leer el especial completo sobre migración.