Un Bicho llegó a mi chat para

hablarme del VIH

un relato para romper los prejuicios

 

Por: *Patricia Moreno @pamoreno_   Ilustración: Andrea Alejandro Freire @drejanx

 

No hay nada que pueda hablar del VIH si no lo tengo, pensé. Y a los dos segundos me vi en esa oración colmada de la arrogancia de los conformistas y con vergüenza de declararme ignorante. Lo cierto es que no era necesario vivir con el Virus de Inmunodeficiencia Humana para saltar el muro y aprender, no desde la cinta que dice “peligro” sino desde la empatía. Y esto lo supe después de pequeños episodios que me marcaron. Bien dice el refrán popular, las cosas pasan por algo.

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Tócame decía el texto que acompañaba la obra de Gledys Macías en una exposición artística. Ese día fui parte de un grupo de visitantes que hicimos un recorrido mediado en el Museo de la Universidad Central, MUCE. Prefiero ir sola, pero aquel día de febrero, en esa visita colectiva, mi cabeza implosionó por primera vez. Frente a nosotrxs estaban tres lienzos de 60 x 30, ubicados de manera vertical uno junto al otro, todos estaban pintados de rojo. La mediadora habla del autor y suelta una pregunta casi inocente:

— ¿Qué les parece la obra?

Yo pude leer la información días antes, sin embargo, quienes estaban en el grupo no. Entonces se acercaron en busca de algún detalle artístico que pudiera estar escondido en la pintura.

— Es el color del amor —dice un chico.

— Parece algo referido al fuego, pero no me gusta —continuó con desazón una muchacha.

— Véanlo bien. Pueden acercarse un poco más si quieren —indicó la mediadora.

Cuando parte del grupo estaba con los ojos a menos diez centímetros de los cuadros y los dedos cerca de los bordes, la educadora del museo señaló en completa calma:

— El color rojo de Tócame es óleo mezclado con sangre VIH positivo.

En un solo salto todxs volvieron hacia atrás con la cara palidecida. El susto de esas miradas no se me olvida más.

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En marzo, una compañera que vive en Buenos Aires, me dejó un mensaje en mi chat de Facebook que contenía un link. No hubo saludo previo, ni palabras adicionales. No hice click pensando que era un virus, de los tantos que circulan en la red. Dos días después, un nuevo mensaje. Mi compañera pregunta qué tal me pareció el cómic. Esta vez decido seguir el enlace y lo primero que veo en negrilla es estas palabras: “Bicho es una cepa de VIH. Se alimenta de mis defensas. Para evitar que me haga mierda le doy antirretrovirales, así no me come a mí”. Exploto en preguntas.

— ¿Cómo así me lo mandas? —pregunto intrigada.

— Porque sé que te gusta curiosear en nuevos temas —responde.

Esa noche no dormí. Me propuse buscar más información sobre lo que había visto. Googleo “Bicho es una cepa de VIH” y doy con ese mundo sobre el que, horas más tarde confirmaría, nada sabía.

Se trataba de un virus, en efecto, pero no del que pensaba, sino de Bicho y yo, una historieta que relata en primera persona cómo es vivir con VIH. Los protagonistas son Fauno, quien narra sus experiencias con Bicho, el Virus de Inmunodeficiencia Humana, VIH. En la historieta ninguno de los dos lleva el papel del malvado, ambos personajes reflexionan sobre su convivencia.

Mientras leo, adentro en la memoria, se remueven las frases que recuerdo escuchar cuando era niña: “el Sida solo les da a los homosexuales y a los infieles”. Tan difícil es nombrarlo que al virus no se le dice VIH, sino Sida. Entonces Lucas Fauno, escritor, activista y guionista argentino, a través de Bicho y Yo me dice que hablemos del VIH sin rodeos. Le hago caso: empiezo por quitar la voz de lectora de ciencia médica y suelto los músculos. En dos imágenes me aclara: el VIH se alimenta de las defensas humanas y es controlable, mientras que el Sida es una condición causada por el VIH que se aprovecha del sistema inmune destrozado y lo ataca. Entiendo rápidamente que el Sida es una evolución del virus que no ha sido tratado a tiempo. Aprendí del que conoce sobre el virus porque vive con él, con ese bichito circular negro de aspecto peludo que aparece en cada entrega de la historieta.

Bicho se convierte en el disparador de preguntas que me llevan a pensar los prejuicios.

—¿Cuántas personas que conozco son VIH positivas? —me pregunta Fauno.

Según yo, ninguna.

— Es poco probable que un amigo, amiga te cuente que tiene el virus positivo por temor al rechazo y al estigma—declara Fauno.

Se trata de una cuestión social. Cambiamos el tono de voz y nos dirigimos hacia las personas con VIH entre lástima y solemnidad. Acostumbramos a afinar la voz, ceñir el entrecejo y preguntar a un metro de distancia ¿cómo es ser portador del VIH?. Fauno responde con otra pregunta y una analogía para discutir el término: ¿Portador?

— Se portan armas. Hablar de portadores es una de las peores maneras de dirigirse hacia quienes vivimos con el virus. Una persona con VIH es eso, alguien con VIH, un ser humano positivo —me aclara.

Otra vez voy a Internet y leo que “portador” alude a alguien que lleva una carga que dejará en manos de otrxs. ¿Alguna vez pensé en ese estigma? Pues no.

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De marzo a acá ya pasé por el cumpleaños de Bicho y Fauno, vi qué tipo de conversaciones les plantean los chicos en Grindr —una red social LGBTI+— chismoseé con su historia y me uní a sus enojos. Cada entrega del cómic me interpeló de tal manera que si equiparo la anécdota de la obra artística Tócame con mi desconocimiento inicial del VIH, me veo igual que esxs chicxs, dando el brinco hacia atrás, pero no a causa del miedo, sino por apatía.

Con Bicho y yo reafirmo que la “buena conciencia” no basta. Fauno me recuerda que no solo es necesario conocer otras realidades, importa contribuir para hacerlas más vivibles. Me dice que lo que necesita es acompañamiento confiable y antirretrovirales garantizados, entonces tendría que aportar a que este pedido sea atendido, porque su vida importa.

Resulta que el cómic no solo es el relato de un virus que se instala en el organismo, también narra lo que implica ser una persona con VIH ante una sociedad que juzga pero no da respuestas.

Bicho aterrizó en mi chat para removerme por completo y estará entre nosotrxs hasta ver la cura. La verdad, nunca quisiera conocerlo, aunque esté a la vuelta de la esquina. Pero si un día estamos cerca, espero que me encuentre más humana y con la falsa compasión a miles de kilómetros.

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Empiezo a ser amiga de Bicho y me gusta. Llevo un fragmento del cómic en la agenda, como quien lleva la foto de un ser queridx, esx que se cuestiona contigo.

La mancha negra y peluda de mi cabeza empieza a desvanecerse. A esta si la haré spam.