Del sistema paritario a la agenda de lucha de las mujeres

 

 

Por: Nayra Chalán Qhishpe, Vicepresidenta de la ECUARUNARI

Originalmente publicado en: Red Kapari

 

Fecha de publicación 21 junio de 2021

 

 

Desde la colonia, las mujeres indígenas fuimos violentadas y violadas por colonizadores, criollos, mayorales e incluso por nuestras parejas. En las haciendas; cuando todavía existía el huasipungo, los patrones maltrataban, explotaban y abusaban de los huasipungueros. En el caso de los hombres, la explotación y el maltrato ocurría en la misma jornada de trabajo, mientras que las mujeres fuimos abusadas sexualmente como una condición connatural a la relación contractual. La violencia doméstica se convirtió en una constante que persiste hasta la actualidad. Ante esa realidad, nuestras mamas y abuelas lucharon contra el patriarcado y lo hicieron en los límites de su compresión de los alcances de la dominación y la violencia patriarcal.

Salir del círculo de la violencia patriarcal, en el caso de las mujeres indígenas, implica un camino cuesta arriba, pues no se puede negar que los agentes de la dominación se encuentran arraigados en las relaciones comunitarias. Es importantísimo el trabajo que las mujeres ponemos para sostener las comunidades y las estructuras organizativas; pero nuestra acción política ocurre tras bastidores y en la periferia. Sin embargo, desde las comunidades y organizaciones de base evidenciamos que es escasa la participación de la mujer en roles de dirección. Existen excepciones, donde organizaciones de mujeres han logrado un acumulado social y político que vale la pena reconocer.

En cualquier caso, largo camino ha recorrido la sociedad para que las mujeres aprendamos a leer, votemos, nos divorciemos, tengamos derecho a la potestad de nuestros hijos e hijas, seamos gobernantes; en fin, para que mínimamente equilibremos la balanza respecto de los derechos de los hombres. Pero ahí no acaba la historia. La verdadera lucha recién empieza.

El capitalismo se adaptó incorporando a la mujer en el proceso de reproducción del capital. No se hizo ningún problema en explotarla igual o más que a los hombres. Siempre es rentable explotar a más personas y no importa su género. Por ello, la lucha de las mujeres indígenas y populares del campo-ciudad, que es anticapitalista y por supuesto anti patriarcal, plantea abolir todo tipo de privilegios que deriven de la riqueza. A las mujeres trabajadoras no nos importa si nuestro jefe es hombre o mujer. Luchamos en contra de la explotación sin considerar el género, sexo, etnia o procedencia del explotador o explotadora.

En los últimos días, a propósito de la elección del nuevo Consejo de Gobierno de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), se ha planteado un debate feminista al interior de la organización. Se propone que una mujer asuma la dirección, aduciendo que nunca una warmi la ha presidido. Es una demanda legítima. Lo curioso es que se ha puesto fuerza en la reivindicación de la representación paritaria casi con exclusividad en la CONAIE; mientras se anuló este relato en la designación de las candidaturas presidenciales pasadas, en la dirección de Pachakutik y en la Asamblea Nacional. Y lo más importante es que se obviaron los problemas de fondo. Incluso vemos con asombro cómo varios actores externos han asumido ese discurso. Surge entonces la interrogante, ¿Qué ha motivado ese repentino interés por las demandas feministas?. La respuesta es simple. La candidatura de Leónidas Iza Salazar a la presidencia de la CONAIE incomoda a un sector político, cuya estrategia encubierta de diversidad plantea algunas ideas que se esconden bajo la alfombra: el fin de las ideologías –no somos de derecha ni de izquierda–, somos la “tercera vía” –escaparate para patrocinar la socialdemocracia, el capitalismo verde y el ambientalismo neoliberal–, entre otras.

Este discurso manejado, sobre todo, por personajes ligados al electoralismo es una posición cómoda para negociar con cualquier actoría sin importar sus vínculos con el poder. Por tanto, la insistencia en el decreto de que sea una mujer quien debe conducir la CONAIE en los próximos tres años abriga un espíritu instrumental y antidemocrático, pues es el Congreso de los pueblos y nacionalidades, como máxima instancia, el encargado de decidir sobre su futuro.

Ahora bien, surge la siguiente pregunta, ¿a qué le tienen miedo?. Le tienen miedo a la posición de izquierda dentro del movimiento indígena que se desprende del rol funcional al sistema y que ha decidido el camino de la lucha y que por ende es profundamente anticapitalista. La línea dentro del movimiento indígena que se dice “no ser de izquierda ni de derecha” ha demostrado ser antidemocrática y autoritaria; basta recordar que no tuvieron ninguna voluntad política para que las organizaciones participen en la designación de las candidaturas nacionales en las últimas elecciones presidenciales

A la tendencia conservadora no le interesa las luchas de las mujeres: votaron en contra de la despenalización del aborto y figuras públicas del movimiento indígena han preferido callar ante esta necesidad, ejercen violencia política contra las warmis dirigentes que no pertenecen a su grupo, utilizan lenguaje despectivo cuando se refieren a una mujer, no pagan pensiones alimenticias, piden favores sexuales a cambio de garantías laborales, despiden a mujeres embarazadas de cargos públicos. En fin, la lista es larga.

Queda claro que, en este momento, más allá de la representación kari o warmi, está en disputa la tendencia que dirija a la CONAIE el próximo período. Por un lado, podría ser la tendencia conservadora, y por otro, la tendencia de izquierda que lucha y que ha demostrado ser anticapitalista; pues se ha posicionado con un discurso en defensa del territorio, el trabajo, la vida y que enfrenta las relaciones de explotación y opresión, tanto la colonialista y como la patriarcal.

Por ello, es difícil creer en el feminismo liberal que propone el sistema paritario, tan lejana de la realidad es creer que mientras tengamos a una mujer y no un hombre en una papeleta, el patriarcado habrá sido superado. Bajo ese presupuesto significaría que la Política de hierro de Margaret Thatcher y Angela Merkel, o el Feminismo del techo de cristal” de Hillary Clinton o Condolezza Rice, o el Feminismo liberal de María Paula Romo o Cristina Reyes son el avance de la estrategia anti patriarcal. Per se la incorporación de la mujer en el sistema representativo no garantiza un avance en las reivindicaciones de la lucha de las mujeres indígenas y populares del campo y la ciudad. Es decir, no significa una ruptura de las relaciones de explotación y opresión de la mujer y de la especie humana.

Me apuesto por una sociedad donde no existan diferencias de género, donde todas y todos puedan expresarse como les plazca, sin ser objetadas por ello. Creo en una sociedad que luche contra el patriarcado y contra el capitalismo porque tienen la misma patente de corso: mientras exista alguno de los dos síntomas, la enfermedad no podrá ser vencida.

Pensando con Angela Davis, activista y feminista afrodescendiente, en similar espíritu a la práctica de mama Dolores Cacuango, debemos pelear por construir un feminismo eficaz que luche con la misma intensidad contra la explotación de clase, raza y género, el capitalismo y el imperialismo.