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Morir dos veces

La muerte de una trabajadora sexual en la ciudad de México

 

 

Por Bicky Ramírez

Medio: La Desvelada

 

 

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“Mientras velábamos el cuerpo de Amanda,  una de sus compañeras[1] de oficio de nombre Natalia, recitó una frase que conmovió a quienes estábamos presentes: cuando se ejerce el trabajo sexual se muere dos veces. Las mujeres trabajadoras sexuales presentes en el velorio no tuvieron curiosidad en preguntar a qué se refería con ello. Ellas lo sabían y todas asintieron con la mirada cabizbaja”

En septiembre del año 2021, derivado de mi trabajo de investigación sobre trabajo sexual en la ciudad de México (CDMX) participé en el velorio de Amanda. Una joven trabajadora sexual que murió a consecuencia de un paro respiratorio dentro de una casa de campaña improvisada, instalada en vía pública. Tres años atrás, Amanda ejercía el trabajo sexual, sin embargo, murió como persona en situación de calle. 

El fallecimiento de Amanda es uno de tantos casos que evidencian la indiferencia institucional y social a la que aún se enfrentan a diario las trabajadoras sexuales de la ciudad de México, sobre todo las que laboran en calle y quienes provienen de estados de la República Mexicana como Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Veracruz o quienes son originarias de centroamérica y no alcanzaron a cruzar la frontera con los Estados Unidos.  Por ello, su condición de migrantes, el rezago educativo, el rechazo social,  la falta de acceso y desconocimiento de programas gubernamentales y la nula empatía del Estado, no les permiten tener una vida digna como mujeres y, tampoco como trabajadoras sexuales. 

Todavía son pocas las trabajadoras que permanecen con una voz activa en la búsqueda de una agenda de cambio que mejore sus vidas. En tanto que algunas ellas no confía en las organizaciones civiles a favor del trabajo sexual. Explican que en esos espacios surgen los primeros tratos de discriminación institucional, en donde solo son exhibidas como “objetas” para presionar a las autoridades.

Quiero dejar en claro que, esta crónica no pretende victimizar el trabajo sexual, sino denunciar que muchas de las mujeres que recurren a esta actividad como opción laboral, están propensas a sobrevivir el resto de sus días bajo un estigma social que las criminaliza y las discrimina, un tipo de  muerte social que las lleva a vivir en el olvido.

Eso pasó con Amanda; el desconocimiento sobre su persona me llevó a reconstruir una breve biografía de su vida obteniendo datos en voz de sus compañeras trabajadoras sexuales. No obstante, la personalidad introvertida que caracterizaba a la chica no permitió a sus colegas conocerla a profundidad. Solo se sabía una cosa: Amanda era muy reservada. Los nombres de todas las mujeres que menciono en la crónica fueron cambiados para proteger la identidad de cada una de ellas. Tampoco menciono el sitio en donde ellas laboran, para evitar hostigamientos en su zona de trabajo.

 

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La muerte social

De acuerdo con la Encuesta Trabajo Sexual, Derechos y No Discriminación que el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (COPRED)[2] lanzó en 2020, más del 50% de las trabajadoras sexuales en la CDMX provienen de otros estados y otras partes de América Latina.  Muchas de ellas migran en busca de mejores oportunidades de trabajo. La encuesta relató que, en comparación con otros oficios, el trabajo sexual es una opción laboral que brinda mayor flexibilidad en las jornadas y genera más ingresos.

Estos datos son reafirmados en voz de las trabajadoras sexuales, quienes añaden que ejercer el trabajo sexual como actividad autónoma, evita que sean sujetas a largas entrevistas laborales en donde son rechazadas y expuestas por no saber escribir, leer, por no tener documentación, por no saber usar una computadora, por su lugar de origen, edad, por ser madres solteras o por su género. 

Durante diciembre del 2021, en el marco del Día Internacional Para Poner Fin A La Violencia Contra Las Trabajadoras Sexuales, el COPRED reconoció la intersección que influye y promueve la violencia hacia las trabajadoras sexuales, destacando fenómenos como: la estigmatización asociada al trabajo sexual, discriminación de género, la pertenencia étnico-racial, el estado serológico (dentención del virus del VIH), el consumo de sustancias y otros factores[3]

Tanto mujeres Trans como mujeres Cis siguen sujetas a múltiples formas de violencia en el trabajo sexual, aunque les mujeres que lo ejercen en vía pública son más susceptibles a recibir agresiones de forma directa por vecinos y transeúntes. La estigmatización que las atraviesa les limita de gozar del derecho básico como el de la protección, por ejemplo: la policía no interviene cuando se suscitan peleas entre elles, son criminalizadas bajo el argumento de que “es normal que las trabajadoras sexuales sean violentas”.

Una serie de manifestaciones durante la primera semana de diciembre del 2021, dejó ver que también son agredidas por comerciantes ambulantes, quienes las hostigan en la lucha por el espacio. En tanto que, derivado del grado de depresión y soledad a la que se enfrentan, estás son más susceptibles al consumo de drogas, sustancias que son fáciles de conseguir cuando se vive en la calle.

Gracias a los lazos de confianza que he logrado entablar con ellas, pude comprender el miedo que les provoca reconocer que siguen estando sujetas al abuso de poder por parte de organizaciones criminales que cobran derecho de piso; esto solo pasa en algunas calles de la ciudad de México. Las más perjudicadas son las trabajadoras sexuales jóvenes, quienes aseguran deben pagar cuotas que van de 200 a 500 pesos semanales. El miedo que surge de la amenaza por perder su lugar de trabajo, a sufrir levantones (secuestros), agresiones físicas o ser asesinadas, no les permite denunciar.

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Breve historia de la vida de Amanda

Amanda tenía 22 años cuando emigró de una zona rural del estado de Tabasco a la CDMX en compañía de una amiga de la misma edad. A principios del año 2018 ambas jóvenes llegaron a ejercer por voluntad propia el trabajo sexual. Sin embargo, la amiga (de quien no se sabe nada) migró semanas después a otra ciudad, su meta era llegar a los Estados Unidos. Amanda decidió establecerse en la gran urbe, trabajar y enviar dinero a su madre, quien cuidaba a sus dos hijas pequeñas en Tabasco.

Ella era conocida entre sus compañeras por ser joven y muy callada. Algunas la recuerdan chambeando en la avenida, escuchando música con su celular. Paola, una trabajadora sexual de edad avanzada, recuerda a Amanda durante sus primeros días en la ciudad, los cuales asegura, no fueron fáciles.

-Pobrecita de mi niña. Todavía me acuerdo cuando ella estaba llorando debajo del árbol. Un cliente la había agarrado mal y ella lloraba mucho. Le dije que no llorara, que esos eran los gajes del oficio, que tenía que aguantar.

Conforme pasaba el tiempo sus compañeras notaron que Amanda perdía peso. Dejó de rentar su cuarto de hotel y comenzó a vivir en la calle. Ocasionalmente ejercía el trabajo sexual para conseguir dinero y con ello costear su adicción a la piedra. Chabela, otra de sus compañeras de oficio, recuerda que los últimos meses de vida, Amanda ya no comía.

-Recuerdo a esa chamaca drogándose y el plato de comida a un lado. Esa pobre ya ni comía, pobrecita, sufrió mucho.

Con esto no quiero dar por sentado una acusación respecto a la forma de vida de Amanda. Teóricos como Philippe Bourgois[4] definen esto como: el surgimiento de peones de las fuerzas estructurales, seres humanos que construyen su propio destino, aunque ese destino implique la autodestrucción como método de supervivencia.

Amanda logró sobrevivir en la urbe tres años.  Murió el cinco de septiembre del 2021 dentro de una casa de campaña improvisada con lonas, plásticos y cobijas que compartía con otras personas en situación de calle.  Esa casa estaba rodeada de escombros, resultantes de una obra de mejoramiento urbano. Su madrina explica que, minutos antes de que Amanda falleciera,  la fue a ver para darle ánimos, pero sabía que eran los últimos minutos de vida de su ahijada.

-Cuando llegué estaba morada. No supe qué decirle. Un día antes llamé a la ambulancia. El paramédico le puso suero, pero me dijo que mi flaquita ya se iba a morir. Todavía recuerdo sus últimas palabras, decía: “Mi gordito ya viene por mí, allí está madrina, ya viene por mí”.  Yo me asusté porque no había nadie.  Sé que su gordito era el padre de sus hijas, pero nunca me dijo nada sobre él. Era muy callada mi flaquita.

Las compañeras adjudican el motivo de su fallecimiento a muchas situaciones: el consumo de drogas, diabetes, desnutrición o COVID. Edith, una compañera trabajadora sexual inmersa en el activismo, me dijo la causa real por la que Amanda había perdido la vida. La chica había sido contagiada de SIDA y nunca recibió atención médica. Nadie se hizo cargo de ella debido a su condición social: pasó de ser trabajadora sexual a persona en situación de calle.

 

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Sábado 5 de septiembre del 2021. Mi banal preocupación se centraba en buscar una sudadera deportiva. Había caminado por varias horas en las principales calles del centro histórico y no me di cuenta de que estaba anocheciendo. El estridente ruido que se produce en las calles de la ciudad de México no me permitió escuchar el tono de mi celular. Tenía muchas llamadas perdidas de Edith. Intuí que algo pasaba así que le devolví la llamada. Edith contestó al primer tono y de inmediato comenzó a hablar. Se escuchaba desesperada.

-Bicky, se murió Amanda una de las compañeras. No tenemos dinero para el funeral, nadie nos quiere ayudar. Ya hablé con las organizaciones y con los activistas, pero nadie nos quiere ayudar. Nos están dejando solas.

-¿Y qué se puede hacer? ¿Qué hago? Le contesté alterada.

-Ayúdame a reunir el dinero. Son nueve mil pesos…¡nueve mil pesos! Nadie tiene ese dinero. Tenemos que hacer una colecta entre todas, para que la compañera no se vaya a la fosa común.

-¿Ya localizaron a la familia?  Pregunté erróneamente.

-¿Familia? ¡Aquí nadie tiene familia! Estamos solas. Nadie sabe de la familia de Amanda. Nadie tiene un número de teléfono. Solo está su madrina, pero también es una puta[5], como nosotras.

Aquella noche fue caótica. La colecta del dinero se llevó a cabo toda la madrugada. Las compañeras cooperaban lo que podían: veinte, cincuenta, cien o hasta 200 pesos. “Es que la chamba está baja”, explicaban quiénes cooperaban cantidades mínimas. Algunas compañeras como Victoria, no se limitaron a preguntar ¿quién era Amanda?

-Era una compañerita que antes ejercía. Pero se perdió en las drogas. Vivía con otros (es) chicos (es) de la calle. Pobrecita, sufrió mucho, le explicaba Edith.

-Pues no la recuerdo. Pero lo que sea para que reciba cristiana sepultura, contestó Victoria mientras daba su cooperación. Victoria es una chica trans que, al final del día, se encargó de terminar la colecta. 

Se recorrieron varias calles de la zona hasta conseguir un monto de 6 mil pesos. Edith y Naomi hablaron con el personal de la funeraria. Ambas explicaban que eran mujeres trabajadoras sexuales, que no tenían dinero pero que eran solidarias y que habían reunido más de la mitad, que de favor les permitieran velar el cuerpo, con la promesa de que iban a conseguir el dinero faltante antes de que terminara el día. Ellas solo pedían confianza.

-Somos mujeres de palabra. No porque seamos putas, significa que le vamos a quedar mal. Nosotras le vamos a pagar hasta el último peso. Explicaba con tono enérgico Edith

El hombre que atendía la funeraria la miró con seriedad y asintió con la cabeza.

 

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Las compañeras explican que, el problema con Amanda es que los últimos días de su vida fue una persona de la calle. Ello la posicionaba en la escala más baja de su círculo social. Pero no la abandonaron.

Alrededor del ataúd solo le acompañaban cinco de sus amigues: Edith, Naomi, Paola, su amigo Cepillo (un hombre en situación de calle con un ligero retraso mental que decía ser el padre de Amanda) y su madrina.

Eran las 10 de la mañana cuando “un alma caritativa” (en palabras de Naomi)  puso la cantidad faltante para cubrir el gasto del funeral. Los aplausos y agradecimientos no faltaron. Esa alma caritativa era Javier, un hombre de 52 años que decía haber conocido a la chica. Era su cliente. 

Postrado en el ataúd, el hombre lloraba desconsoladamente. Un llanto crudo, silencioso y devastador que, más allá de conmover a las presentes, las dejó sorprendidas.

-¡Ay, mi Amandita! Te me adelantaste, pero espérame que yo te voy a alcanzar. Sollozaba Javier.

De repente el hombre secó las lágrimas de sus mejillas y preguntó al empleado de la funeraria si podía abrir la caja. Con una expresión amable, el empleado abrió el ataúd. Jaime tomó el cuerpo de Amanda y lo abrazó con fuerza. Con un llanto crudo exclamó: -Yo siempre te amé, Amanda.

Me había limitado a mirar a Amanda dentro del ataúd, hasta que Javier la tomó en brazos. El cuerpo de Amanda era extremadamente delgado: sus piernas y brazos eran huesos vestidos de piel, sus mejillas estaban entumidas entre los pómulos. Cuando Javier volvió a su lugar, comencé a platicar con él.

-¿Cómo conociste a Amanda?, le pregunté.

-Siempre paso por la zona porque por allí trabajo, soy empleado de limpieza. Muchas de ellas me hablaban, pero yo no les hacía caso. Hasta que un día Amanda me llamó y me gustó la forma en la que era conmigo. Era muy tierna. Siempre me decía que me la llevara de allí. Que no le gustaba estar allí.

Javier reconoció su entusiasmo de comenzar una vida con ella. Sin embargo, él se veía limitado por su familia, quien no concebía la idea de que Javier tuviera como pareja a una prostituta.

-Le conté a mi hermana que, al fin había conocido a una muchacha, que yo la quería y que me quería ir a vivir con ella. Mi hermana me decía que no, que cómo yo podía vivir con una mala mujer. Pero ella no era mala. Me arrepiento mucho. Si yo me la hubiera llevado, ella aún estaría con vida.

Javier sacó de su mochila un pedazo de servilleta. En ella estaba dibujado un corazón con la leyenda “Javier y Amanda”.  Al no tener una foto de Amanda, el hombre solo se consolaba contemplando la servilleta.

-Qué bonito dibujo, ¿lo hizo Amanda? Le pregunté.

-No, este lo hice yo. En mi hora de comida agarraba las servilletas y me ponía a dibujar cosas pensando en ella. Yo se las regalaba, a ella le gustaban mucho.

 

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El caso de Amanda no es aislado. Hasta el momento he presenciado el fallecimiento de tres personas involucradas en el trabajo sexual que viven en situación de calle y que mueren por deficiencias de salud. Sin embargo, las causas sobre el fallecimiento de Amanda y la constante frase “sufrió mucho”, evidencian la ausencia de derechos humanos para estas mujeres.  La necesidad de dar una sepultura digna es promesa de que, cuando otra compañera muera, no será olvidada en una fosa común.

Aún platico con Edith y convivo con las demás compañeras trabajadoras sexuales de calle que siguen sobreviviendo ante el abandono institucional y social. Aunque entre ellas tienen disputas, siempre buscan la forma de apoyarse. Para Edith eso es la sororidad.

-¿Ves a esa trans? También ya se va a morir, ya está muy mal ¿Qué podemos hacer nosotras si también somos pobres? Pero aquí vamos a estar, chingándole para organizar el funeral. Si no tuvo una vida digna, al menos que su muerte lo sea.

 

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Notas al pie:

  1. Decido usar “compañera”, para referirme a las mujeres CIS y Trans que ejercen el trabajo sexual en la calle, a quienes doy acompañamiento como parte de mi trabajo de investigación. Cuando me refiero a elles como “compañera”, tengo la intención de posicionarme como una persona que reconoce sus demandas y necesidades, sin apropiarme de su lucha.
  1. Veáse más en: https://copred.cdmx.gob.mx/storage/app/media/diagnostico-sobre-el-trabajo-sexual-en-la-cdmx.pdf
  1. Véase más en: https://copred.cdmx.gob.mx/comunicacion/nota/el-copred-llama-reconocer-los-derechos-de-las-personas-trabajadoras-sexuales-sin-discriminacion

 

  1. Véase más en: Bourgois, P. (2010). En busca de respeto. Vendiendo Crack en Harlem. Ciudad de México: Siglo XXI.

 

  1. La palabra “puta” no debe ser leída de forma despectiva. “Puta” tiene una connotación política que busca el reconocimiento y la dignificación del trabajo sexual.