Con la salud en las manos
Publicado 18 de noviembre de 2021
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Sin conocerse, Rosa P. y Delia Paillacho tienen algo en común: ambas sienten que llevan la salud en sus manos, aunque desde lados opuestos del espectro de la vida: Rosa cuando comienza y Delia cuando termina. Rosa nació en la parroquia rural de Cacha en Riobamba, pero huyó de su casa de niña y llegó a Quito hace más de 40 años. A pesar de la discriminación que vivió por hablar el idioma kichwa y utilizar su ropa tradicional de anaco y bayeta, una de las etapas que más ha disfrutado hasta el momento de su vida en la capital ha sido su trabajo como auxiliar de enfermería en la Maternidad Isidro Ayora, donde se encargaba de cuidar a los recién nacidos y a sus madres.
Rosa cuenta que, a través de sus manos, les transmitía energía y amor. “Una señora, no sé por qué, un día en la calle bendijo mis manos. Me dijo que yo también bendiga a las personas porque tengo unas manos benditas”, recuerda. Por eso, cuando bañaba a los niños y niñas que nacían en su lugar de trabajo, “desde el amor que nacía de mi corazón, les pasaba las manos por la carita y les iba diciendo: ‘Tú vas a ser un gran médico, tú vas a ser un gran abogado’ y, cuando chillaban mucho: ‘Ya, ya sé que vas a ser tú: cantante’, así les decía”, cuenta Rosa entre risas. “Incluso los médicos que trabajaban conmigo decían que les transmito eso de querer acariciar, de querer mimar, de querer acurrucar así a los niños”, añade alegremente.
Al otro extremo se encuentra Delia, quien trabaja como supervisora de enfermería en el Hospital Andrade Marín y como docente en la Universidad Central. “Hay una avidez del ser humano de ser atendido, de ser acariciado emocionalmente, aunque no le topes”, dice Delia, quien también es enfermera de cuidados paliativos. En esta especialización, ella acompaña a las personas en su etapa final. Delia ama su profesión porque le permite brindar apoyo en el momento más frágil de la vida.
Como Rosa, Delia siente que transmite salud con sus manos: “Yo no era consciente de este atributo, pero me han hecho ver que tengo una especie de energía que me pone en congruencia con las personas. Es algo que tengo en mis manos; yo puedo estar en el invierno más frío, pero mis manos siempre están cálidas”.
Ella usa este poder para apoyar a sus pacientes. Cuenta que, al morir, muchas personas sienten ansiedad, desesperación, frustración o angustia. “Para calmarlas, me acerco a la persona, froto mis manos y las paso por su cara mientras despacito le digo directamente al oído: ‘A ver, Juanita, tranquila. Todo acá va a quedar bien, te doy permiso para despedirte, ya has vivido, tienes el permiso para irte, ya ándate en paz’. Entonces, le toco con mis manos sobre los ojitos, le cierro los ojos y muchas veces expiran ahí”.
La manera sutil y afectiva de transmitir cuidado que describen Rosa y Delia no siempre ha sido valorada por la medicina occidental moderna, también conocida como el paradigma biomédico. (LINK AL PRIMER ARTÍCULO) Este paradigma considera que la medicina debe basarse en la ciencia, la objetividad y la razón, y define la salud como ausencia de enfermedad.
En el libro Biomedicina examinada, la antropóloga médica, Deborah R. Gordon, explica que, con su énfasis en la objetividad y en la ciencia, el paradigma biomédico acepta la división entre mente, espíritu y cuerpo que se marcó en la antigua Grecia y que se reforzó durante el Renacimiento. Partiendo de la idea de que el cuerpo se rige por reglas de funcionamiento verificables, objetivas y universales, los doctores formados en este paradigma se enfocan, sobre todo, en el cuerpo de los pacientes. Así, prefieren no involucrar demasiado los aspectos mentales, afectivos y emocionales propios ni los de las personas que tratan, pues consideran que éstos interfieren con la razón y con la objetividad que buscan mantener.
Ampliando la perspectiva
Aunque el paradigma biomédico ha sido mayoritariamente posicionado como el único válido, existen otras formas de comprender, abordar y vivir la salud que también ofrecen aportes muy importantes. Margarita de la Torre – mujer guerrera, sanadora ancestral Kichwa Otavalo y consultora independiente –invita a ampliar la perspectiva y aprender de diferentes conocimientos, muchos de los cuales nacen de las sabidurías y prácticas ancestrales.
Investigaciones realizadas en distintos lugares del mundo apoyan las palabras de Margarita. Por ejemplo, el estudio titulado Logrando sociedades saludables: ideas y aprendizajes de diversas regiones para futuros compartidos, encargado por la Alianza para la Investigación en Políticas y Sistemas de Salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS), explica que, a pesar de que el paradigma biomédico ha sido el predominante a nivel mundial, existen diversas maneras de abordar la salud que han nacido en diferentes regiones y que son igualmente relevantes, tales como el Sumak Kawsay/Buen Vivir.
El Sumak Kawsay/Buen Vivir como alternativa de salud y vida
El Sumak Kawsay/Buen Vivir es una propuesta que nace desde la sabiduría y la vivencia runa / indígena en Ecuador. En el libro Feminismo y Buen Vivir: Utopías Decoloniales, compilado por las investigadoras Soledad Varea y Sofía Zaragocin, las autoras sostienen que esta propuesta ofrece un gran aporte porque se basa en valores y formas de vida diferentes al planteado por el modelo de desarrollo occidental. Así, en el texto Más allá del desarrollo, Floresmilo Simbaña explica que el Buen Vivir/Sumak Kawsay es una crítica y alternativa al desarrollo que considera a la persona, no como un ser individual, sino como un sujeto colectivo que forma parte de un todo. De esta manera, centra la vida en la comunidad y en la colectividad, y promueve la complementariedad, la reciprocidad y la armonía con todo lo que nos rodea.
Para José Yánez del Pozo, autor del libro Allikai: La salud y la enfermedad desde la perspectiva indígena, la forma de entender la salud está vinculada a una filosofía de vida más amplia, ya que no se trata solamente de cómo intentamos sanar una enfermedad, sino que se relaciona a las preguntas que todas las personas nos hacemos en algún momento, como: ¿Cuál es el origen de la humanidad? ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué está bien y qué está mal? ¿Por qué tenemos salud o enfermedad?
Rasu Paza Guanolema, profesor de kichwa, revela que el modelo de salud que emerge de la propuesta del Sumak Kawsay no comprende a la salud como individual, sino como una experiencia relacional y colectiva. Además, considera que toda vida tiene un espacio, un tiempo, y una misión que cumplir, pues todos los seres son pares y complementarios. Por lo tanto, las acciones de los individuos repercuten en sí mismos, en la familia, en la comunidad y en su entorno. Como tal, la salud es comprendida como un estado de armonía con uno mismo, con la comunidad, con los antepasados y con el medio ambiente / naturaleza / Pachamama /cosmos /mundo espiritual.
Rasu aclara que esta armonía no se entiende únicamente en términos de equilibrio, sino también de una completa aceptación e integración de todas las facetas de la vida, emociones y experiencias, incluidas aquellas consideradas “negativas” o “incómodas”. Además, la armonía es comprendida como reciprocidad, o “dar primero para recibir después”, y como hacerse responsable por las acciones propias.
Siguiendo esta visión de salud, explica Rasu, la enfermedad no es vista como algo que le sucede solo a nuestro cuerpo físico, sino como una aya / persona / entidad que nos visita para hacernos conscientes del desequilibrio o la falta de armonía y reciprocidad en uno o más aspectos de nuestra vida.
José añade que, a diferencia del paradigma biomédico, la filosofía indígena del Abya Yala considera que la medicina debe ser preventiva, no curativa. Por eso, busca entender la raíz de cada enfermedad. Margarita explica que, para encontrar esta raíz, la medicina ancestral no solamente se enfoca en el ámbito físico de la persona, sino también en el mental y espiritual. “Muchas veces nos enfermamos por los dolores internos. Son dolores de violencia, son dolores de resentimiento, de frustraciones; eso es lo que nos enferma, y son estos dolores humanos y sociales los que también debemos sanar”, dice Margarita.
El aporte de la sabiduría ancestral afroecuatoriana
María Eugenia Quiñónez Castillo, lideresa y sanadora ancestral del pueblo afroecuatoriano en el Centro Médico Ancestral la FE, tecnóloga en Ciencias Ancestrales, y docente en el Instituto Superior Tecnológico los Andes de Estudios Sociales (ILADES).
“Cuando se habla de la medicina originaria se tiende a pensar en la indígena, que es muy importante, pero no hay que olvidar la de los pueblos afroecuatorianos”, dice María Eugenia Quiñónez Castillo, lideresa y sanadora ancestral del pueblo afroecuatoriano en el Centro Médico Ancestral la FE , tecnóloga en Ciencias Ancestrales, y docente en el Instituto Superior Tecnológico los Andes de Estudios Sociales (ILADES). “Nosotros también tenemos medicina en nuestras manos; nosotros también somos medicina, somos armonía, somos alegría, somos hermanas y hermanos de la misma esencia”, añade María Eugenia, quien explica que mucho de esta medicina se basa en las plantas porque la naturaleza es sabia y tiene todo lo que necesitamos para curarnos.
Igualmente, Yenny Nazareno Porozo, poeta afroecuatoriana y profesora de historia y etnoeducación, explica que la medicina del pueblo afroecuatoriano empieza desde el momento de alimentar “porque cocinamos nuestra comida con todas las hierbas del medio que utilizamos para curar, entonces estamos alimentando y a la vez estamos curando”.
Irma Bautista Nazareno, Coordinadora Nacional de Organizaciones de Mujeres Negras (CONAMUNE), aclara que, si bien hay ciertas hierbas medicinales que son comunes en todas las prácticas de la medicina ancestral, su proceso de preparación, así como de diagnóstico, pronóstico y tratamiento, es muy diferente. “La medicina ancestral afroecuatoriana utiliza mucho la palabra, la fe y la espiritualidad”, explica Irma.
Así, la medicina afroecuatoriana va más allá de lo físico y cognitivo. Por eso Yenny dice: “Como adoro yo la palabra ‘intangible’ porque no solamente en lo material hay sabiduría”. Al igual que ella, María Eugenia considera que la medicina debe recordar que las personas estamos hechas también de lo que ella llama un material sublime, y que es ahí – en lo que no se puede tocar y en lo que no alcanzamos a entender por completo – donde también se encuentra su sabiduría. Añade que la sanación se da cuando la gente aún no ha perdido la capacidad de entender, escuchar y dar importancia a estos elementos, pues “es ahí dónde está nuestro secreto”.
De esta manera, la medicina basada en el conocimiento ancestral afroecuatoriano expande la forma de comprender la salud planteada por el paradigma biomédico al no solamente incluir la razón y la ciencia, sino también la fe, la espiritualidad y lo intangible. Además, sugiere que la salud no se encuentra únicamente en hospitales o centros médicos, sino también en lo cotidiano y en la naturaleza, en las plantas medicinales y en la comida que consumimos.
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Intercambio de saberes
Yenny Nazareno Porozo explica que para que poder realmente beneficiarnos de todos los aportes que las diferentes formas de comprender y abordar la salud nos pueden ofrecer, necesitamos compartir e integrar los diferentes conocimientos y prácticas existentes. Para eso, nos invita a considerar con mayor detenimiento qué sabiduría aceptamos como válida, y cómo intercambiamos nuestros saberes.
Yenny valora mucho el conocimiento de las mujeres mayores, como su mamá, una partera de 82 años, y cuenta que “cuando nos sentimos enfermas, siempre nos hemos acogido a toda la enseñanza de nuestras madres y de todas esas mujeres que están terminando su ciclo de vida, siempre nos hemos arropado con ella, con toda esa vivencia y su bagaje de sabiduría, pero nuestras mayores se nos están muriendo, y qué pena que, con ellas, se vaya toda esta sapiencia”.
Para que la sabiduría ancestral no se pierda, Yenny considera que es muy importante crear espacios de encuentro para transmitir y compartir conocimientos. Piensa que el primer paso es inculcar amor por la historia, las costumbres y las enseñanzas propias, así como por los conocimientos de las personas mayores. “Hay que escuchar primero casa adentro y después casa afuera, porque lo de afuera también es bueno, pero primero hay que ponerle mucho amor a lo nuestro”, dice.
Irma Bautista Nazareno concuerda. El proceso de acercarse a su historia y aprender a amarla fue transformador. Recuerda que, en su escuela le decían: “Ustedes no tienen cultura, ustedes son aculturizados porque ustedes son descendientes de esclavos que trajeron de África y les hicieron que no tengan nada”. Pero algún tiempo después, un sacerdote le contó lo que en la escuela nunca le dijeron. Le habló de la historia del pueblo afroecuatoriano, de todos sus aportes y de todo su valor. “Entonces, comprendí un montón de cosas y me acepté a profundidad negra. Reivindicamos la palabra ‘negra’ con la que nos insultaban a tal punto que la empezamos a sentir la sensación de placer al escucharla y al decir: ‘Soy negro, soy negra’. Es con todo este inmenso amor que me ha despertado el pueblo afrodescendiente que yo abordo todo lo que hago”, cuenta.
Tanto para Irma como para Yenny, las aulas y la educación formal son insuficientes para el intercambio de saberes ancestrales, y sienten que se puede crear encuentros más significativos y acordes a este conocimiento. Por ejemplo, Yenny ha organizado espacios de aprendizaje en los que ha pedido que cada asistente lleve dos plantas, una alimenticia y una curativa. Mientras cada una explica cómo se usa cada planta, todas la siembran.
María Eugenia Quiñónez también piensa que aunque se tiende a considerar a la educación académica como la única vía para impartir conocimiento, los pueblos ancestrales tienen otros medios igual de válidos. “La medicina occidental y la medicina ancestral tienen escuelas diferentes, pero igualmente relevantes. La nuestra es la escuela del hacer, la escuela de la misión, la escuela de los dones espirituales. Todos los seres humanos llegamos a la tierra con una misión, y dentro de esta misión tenemos estos dones espirituales. A cada persona, Dios le dejó su don espiritual; a unos les dejó el don de enseñar, a otros les dejó el don de la palabra, a otros (como a mí) les dejó el don de la sanación. Podemos unir el don espiritual de cada uno para poner en servicio de la humanidad todo lo que sabemos y todo lo que somos”.
Cuenta que esto lo aprendió y lo vivió desde muy pequeña: “Mi madre nunca supo leer ni escribir, pero es una gran sanadora gracias a que pudo poner sus dones y sus talentos al servicio de los demás. Mi padre hizo lo mismo, por eso yo siempre digo que mis primeros y mejores maestros fueron ellos. Después entré a la academia, pero nadie me enseñó lo que mis padres me transmitieron”.
María Eugenia opina que esta sabiduría ancestral debería ser compartida ampliamente. Considera que médicas y médicos formados en la medicina occidental moderna deberían interesarse por las prácticas y conocimientos de sanadoras y sanadores ancestrales. Sin embargo, siente que no hay esa apertura.
Para ella, parte de este rechazo se debe a la idea equivocada de que se busca reemplazar una medicina con la otra, y aclara que no es así. Por ejemplo, ella acepta la medicina occidental cuando se necesita una cura rápida, como en caso de una fractura. En cambio, recurre a la medicina ancestral para encontrar los múltiples orígenes que puede tener una enfermedad. “Son dos competencias distintas, pero sería importante juntar la espiritualidad y la ciencia para que haya una armonía perfecta en la salud integral del ser humano”, expresa.
Martha Arotingo, mujer Kichwa Cotacachi y partera tradicional, añade que esta convergencia de saberes no solo debería darse entre la medicina occidental y la ancestral, sino que también debería promoverse entre las distintas medicinas originarias. Por ejemplo, piensa que la medicina afroecuatoriana y su propia práctica como partera en Cotacachi, Imbabura, podrían fortalecerse mutuamente. Además, le encantaría que existiera una red de parteras nacionales para que así pudieran acompañarse, hacerse preguntas cuando tengan dudas, y cuidarse entre sí.
Martha aprendió el oficio de partería desde muy temprano y valora mucho este conocimiento que le fue transmitido por su madre. “Acompañando a partos a mi mamá he quedado fascinada y he querido seguir sus pasos”, dice Martha, quien, además, recuerda cómo las historias que ella le contaba cuando era niña le motivaron. La madre de Martha fue partera de sus propios partos. En cinco de los seis nacimientos de sus bebés, ella estuvo sola o acompañada únicamente por el papá de sus hijos. “Estas son historias muy fuertes que me han marcado y me han removido bastante. Me conmuevo mucho cuando siento sus palabras”, dice Martha, quien también cuenta que a su mamá le hubiera gustado tener el acompañamiento de alguien que conociera su oficio, pero en ese entonces no había muchas parteras en su comunidad. Por eso, solo estuvo acompañada por una en su primer parto, en el que aprendió de su partera para sus siguientes partos y para los de muchas otras mujeres de su comunidad. “Agradezco que mi mamá nos haya entregado este conocimiento, para que otras mujeres no tengan que parir solas como lo hizo ella. Le agradezco a mi mamá por la fuerza que me ha dado para continuar por este camino”, añade. Por eso, le duele que la partería y la medicina ancestral no sea suficientemente reconocida, pues siente que la estructura estatal y la institucionalidad de la salud muchas veces las miran como si fueran entes de competencia, riesgo e ilegalidad. “Pero, en realidad, seguimos el mismo rumbo, el mismo objetivo, y así lo hemos hecho siempre”, aclara.
Ella cree que el rechazo hacia su práctica y sabiduría puede partir de un desconocimiento del aporte de la partería y la medicina ancestral: “Nuestra forma de acompañar es más familiar, afectiva y espiritual. Es realmente una estructura comunitaria que nace de un conocimiento ancestral que se ha ido perdiendo y que hay que rescatar”.
Xavier Maldonado, médico docente en la Universidad Central y coordinador de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social (ALAMES), núcleo Ecuador, valora mucho la contribución de la medicina ancestral y de la partería, y explica que “la partera tiene un rol social fuertísimo. Ella acompaña a la mujer durante el embarazo. Va a vivir a la casa de ella unos días antes y la acompaña durante el parto y postparto. Están ahí, cocinan, conversan, hablan del marido, hablan de violencia”, explica, y añade que el apoyo que ofrece la partera se mantiene durante la crianza y educación de las y los hijos.
Xavier considera que la colaboración entre medicinas debe darse desde este entendimiento de la sabiduría y la práctica de cada una. “El rol de la partera va mucho más allá que atender un parto en un hospital. No comprender esto y no tener un profundo respeto por este rol es matar la partería”, dice Xavier.
Para lograr esta amalgama de saberes, María Eugenia invita a todas las personas a aprender más acerca de los diversos conocimientos y prácticas ancestrales. “Creo que hay mucho desconocimiento e ideas equivocadas sobre lo que hacemos, y por eso se asustan, porque no comprenden. Pero si le vamos a tener miedo al cuco, conozcámoslo primero, ¿no les parece?”, dice con su sonrisa tan característica.
Es así como, desde sus propios espacios, Martha, Yenny, Irma, María Eugenia y Xavier coinciden en que, a través de la humildad, el respeto, la colaboración y el intercambio horizontal de conocimientos podemos enlazar manos, experiencias y saberes para avanzar hacia nuevas formas de comprender la salud y, más importante, de sentirla y vivirla.