La historia se escribe en plural
Publicado 18 de noviembre 2021
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Las personas que nos juntamos en este especial para compartir historias, sensaciones, percepciones, sabidurías y experiencias de bienestar y salud somos muy diversas. Nos identificamos como mujeres afroecuatorianas, negras, runas, indígenas, montuvias y mestizas. Nos consideramos valientes, guerreras, éticas, luchadoras, feministas, sencillas, sensibles, espontáneas, fuertes, seguras, decididas, humildes, responsables, honestas, trabajadoras, objetivas, positivas; llenas de sueños y sonrisas. Algunas somos tímidas; otras, muy sociables. Hablamos castellano, kichwa y shuar. Muchas nos desenvolvemos en dos de estos idiomas. Las más jóvenes tenemos 19 años; las mayores, 71, y cada década de entre estos dos extremos está representada por al menos una de nosotras. Somos lideresas, estudiantes, cabezas y trabajadoras del hogar, políticas, comunicadoras, defensoras de derechos, poetas, escritoras, cineastas, profesoras, educadoras populares, docentes universitarias, emprendedoras, fotógrafas, bordadoras, investigadoras, cosmetólogas, acupunturistas, podólogas, abogadas, enfermeras, parteras, curanderas. Somos madres, hermanas, vecinas, amigas, tías, abuelas, hijas, compañeras. Todas somos ecuatorianas, pero nuestras comunidades de origen y nuestras trayectorias son muy distintas.
Experiencias de migración
Algunas llegamos a Quito con nuestras madres y padres, quienes migraron desde otros lugares de Ecuador, muchas veces empujados por la falta de recursos y acceso a necesidades básicas en sus comunidades, como nutrición, salud y educación. Otras, en cambio, ya nacimos en la capital, donde también enfrentamos muchas dificultades.
Algunas vinimos solas, todavía siendo niñas, para trabajar en casas de extraños que no siempre nos trataron bien. A pesar de los años que han transcurrido, recordamos con claridad el miedo y la confusión que sentimos cuando salimos de nuestros hogares, y cuánto luchamos para poder salir adelante.
Algunas migramos para cumplir nuestro sueño de estudiar la secundaria o la universidad. A pesar de que nos habíamos esforzado mucho por alcanzar este objetivo y estábamos muy emocionadas de haberlo logrado, no siempre se nos hizo fácil despedirnos de todo lo que conocíamos y empezar una nueva vida solas en la capital. Poco a poco, nos fuimos acostumbrando y aprendimos a querer ambos lugares.
Muchas vinimos también para escapar de la violencia que vivíamos en casa; a veces por parte de familiares; otras, de parejas o maridos.
Bienestar al alcance
Desde estas distintas experiencias, nos juntamos para explorar qué significa para nosotras el bienestar, y dónde lo encontramos. Si bien reconocemos que, en el modelo de sociedad actual, es indispensable tener suficientes recursos económicos para poder sobrevivir y llevar una vida plena, notamos que el bienestar no solo se encuentra en el crecmiento económico (link al primer artículo). También lo hallamos en sensaciones sutiles que no se experimentan solo con la mente, sino también con el cuerpo y los sentidos. Por ejemplo, lo encontramos en el olor a la mañana, a humedad y a tierra mojada. Lo hallamos en la naturaleza; en las montañas; en el maíz; en el pasto verde; en los tomates que sembramos; en nuestras gallinas; en los pajonales; en las formas de las nubes; en el cantar de los pájaros; y en el sabor a café, a mortiño, a capulí y a guayaba. Encontramos bienestar en el sonido del río y del viento entre los árboles. Para otras, el bienestar está en la música, en la danza, en una caminata o en un abrazo. Muchas veces, estas sensaciones nos conectan con nuestros recuerdos, familiares, comunidades y territorios.
También encontramos bienestar en los lugares comunes, querendones, cotidianos, y en las actividades del día a día. Algunas veces, el bienestar está en los sitios donde compartimos con nuestros seres queridos: cocinas, mesas, hornos de leña, salas y pasillos. Otras veces, está en los pequeños espacios que nos regalamos a nosotras mismas, sobre todo cuando somos las principales proveedoras de cuidado para las personas que nos rodean.
Así, encontramos bienestar en nuestras camas; en hamacas que arrullan; en cobijas y abrigos; y en ventanas, montañas, jardines y terrazas donde nos sentamos a tomar el sol. Además, encontramos bienestar en los recuerdos que guardamos de los momentos especiales que hemos compartido con nuestros familiares, ancestros, y mascotas; y en nuestras distintas espiritualidades.
También nos preguntamos qué significa bienestar específicamente en Ecuador y en la realidad como mujeres diversas en la capital. Algunos aspectos que limitan enormemente nuestro bienestar en este contexto son la violencia, el racismo, el clasismo y el machismo que vivimos a diario. Quienes somos mayores; nos identificamos como runas, indígenas, afroecuatorianas, negras o montuvias; o vivimos con algún tipo de discapacidad, nos enfrentamos incluso con mayor discriminación.
En este contexto tan hostil, injusto y doloroso – en el cual nuestra mera humanidad es pasada por alto o puesta en duda constantemente – sentimos bienestar cuando logramos aprender a reconocer y amar nuestras identidades, y cuando realizamos actividades que nos conectan con nuestras raíces. También hallamos bienestar cuando representamos quienes somos a través de diferentes elementos que nos caracterizan y que están presentes en el día a día, como el idioma, la vestimenta, el cabello, y el nombre que elegimos.
Expandiendo el sentido de salud
Ejercicio en el que compartimos experiencias de salud en uno de los encuentros presenciales de Las palabras curanderas
También exploramos el concepto de salud. Lo primero que notamos es que, para nosotras, la salud no está en los hospitales, sino que, al igual que el bienestar, se encuentra en el día a día. Además, consideramos que tener salud requiere mucho más que estar libres de dolor. Partiendo de los conocimientos y prácticas tradicionales de los diferentes pueblos y nacionalidades, muchas vemos la salud como algo que compete no solo al cuerpo, sino también a la mente, al corazón, al espíritu y al afecto. Así, nuestra visión difiere de la división entre razón, emoción y espiritualidad que ha marcado, en gran medida, la manera en la que se aborda la salud en la actualidad.
Partiendo también de los conocimientos de nuestros pueblos, nacionalidades, y ancestros (link al segundo artículo), muchas sentimos que la salud no es individual, sino colectiva. Esto requiere que para que nosotras podamos estar saludables, las personas que nos rodean y el entorno en el que vivimos tienen que estar saludables también. Para lograrlo, necesitamos cuestionar la manera en la que nos relacionamos con nosotras mismas, con las otras personas, con la naturaleza, y con todos los aspectos de la vida, incluida la muerte.
Algunas consideramos que, para poder estar saludables, necesitamos que este cambio en la manera de relacionarnos empiece por nosotras. Por ejemplo, Dánely dice que, para ella, “salud es aprender a cuidarte, amarte y respetarte a ti misma”, y Carla añade que este amor por sí misma ha estado relacionado con el poder cumplir sus sueños y alcanzar su meta de estudiar periodismo, pues desde niña soñaba con cursar esta carrera.
Además, pensamos que nuestra salud está estrechamente relacionada a la de las otras personas. Al nosotras estar bien, podremos mantener relaciones armónicas y de servicio con quienes nos rodean, lo que nos permitirá aportar a la salud de una manera colectiva.
La comida es otro factor muy importante que nos conecta con nuestras comunidades, memorias, y formas de vida. Así, consideramos que la salud está muy ligada al territorio y a la conservación de la naturaleza, los alimentos y los saberes ancestrales.
Pensamos que para tener salud necesitamos mantener un contacto cercano con la naturaleza, y que ésta se encuentre saludable también. Sin embargo, no siempre es fácil mantener esta cercanía en la ciudad. Además, siguiendo los modelos de desarrollo impuestos, existen proyectos extractivos en muchos de los territorios donde nacimos y crecimos, y éstos dañan la tierra y nos enferman.
Por último, consideramos que debemos replantear la manera en la que nos relacionamos con todos los aspectos de la vida, incluida la muerte. Algunas pensamos que la muerte es parte natural del ciclo de la vida, y creemos que necesitamos cuestionar no solamente la manera en la que vivimos, sino también en la que morimos y abordamos este proceso.
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¿Con quién contamos?
Consideramos que para poder tener una vida plena y saludable que concuerde con nuestras propias formas de comprender estos conceptos, se requieren grandes cambios sociales y estructurales. Sin embargo, sentimos que contamos con poco soporte estatal para lograrlos. En vista de esta ausencia, algunas hemos entrado a la política para intentar cambiar las cosas desde adentro. Por ejemplo, Mercy y Helen trabajan para que otras personas no pasen por las dificultades que ellas han enfrentado.
También hemos buscado apoyo en nuestras comunidades más cercanas con las que convivimos a diario. Muchas hemos encontrado este soporte en nuestras familias, amigas, vecinas y compañeras.
Además, contamos con redes de apoyo comunitario, muchas de las cuales hemos creado nosotras mismas. Estas redes se han fortalecido y se han vuelto incluso más necesarias durante la pandemia.
También contamos con nuestras distintas espiritualidades, las cuales nos dan fuerza para continuar en los momentos más difíciles.
Finalmente, tal como lo hemos comprobado con la creación de este especial, contamos con la palabra para transmitir nuestra experiencia encarnada y para proponer y articular nuevas alternativas de sociedades y de vida.
Sobremesa
En El libro de los abrazos, el periodista Eduardo Galeano escribe: “En la casa de las palabras había una mesa de colores. En grandes fuentes se ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul de mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino”. Así también, en las mesas que compartimos cuando nos encontramos, nos nutrimos entre todas.
Tal como lo expresa Yanua, quienes coincidimos en este especial nos preguntamos qué necesitamos para poder llevar una vida plena y saludable, y juntamos todas las respuestas para ampliar la visión colectiva.
Exploramos experiencias con todo lo que transita y habita en nosotras y nuestras cotidianidades, incluyendo los afectos, los sentidos, las emociones, la intuición y la memoria, así como también los espacios que ocupamos, y las fotografías y objetos que son especiales para nosotras o que cargamos cuando migramos. El hacerlo nos permitió acceder a la sabiduría no solo de la mente, sino también del cuerpo.
Al prestar atención a las sensaciones sutiles e intangibles que otras veces hemos pasado por alto, pudimos encontrar formas de vivir y definir el bienestar y la salud que responden de mejor manera a nuestras realidades que los enfoques existentes, los cuales se han basado sobre todo en la individualidad, la ciencia, la objetividad y la razón. Así, aprendimos que el bienestar y la salud son mayoritariamente colectivos, y que compartir sentires diversos nos puede ayudar a replantear la forma en la que nos relacionamos con nosotras mismas, con las otras personas, con nuestro entorno, y con todas las facetas de la vida, incluida la muerte.
Este proceso abrió nuevas preguntas: ¿Cómo podemos seguir expandiendo la manera en la que definimos, no solo el bienestar y la salud, sino también los otros conceptos que nos unen y que atraviesan las trayectorias vitales de tantas personas, como ‘palabra’, ‘migración’, ‘identidad’ y ‘comunidad’? ¿Qué nuevos tipos de sociedades podríamos construir al escuchar voces diversas que nos inviten a considerar otras formas de abordar estos conceptos ¿Qué necesitamos y con quién contamos para hacerlo?
Desde nuestra palabra curandera, colorida, encarnada y compartida; desde la palabra que esperaba ser elegida; desde la palabra que no conocíamos, o que conocíamos y habíamos perdido, como dice Galeano, y que en este proceso reencontramos y articulamos, les invitamos a nuestra mesa para seguir explorando estas preguntas y para continuar imaginando y creando nuevas formas de escribir la historia – y la vida – en plural.