Ecuador: Una victoria contra la minería y una disputa sobre las políticas significativas de la izquierda

 

 

Por: Miriam Lang*

Traducción al español: Belén Febres Cordero

Foto portada: Yasunidos Cuenca

 

Publicado 22 febrero 2021

[rt_reading_time label=»Tiempo de lectura:» postfix=»minutos» postfix_singular=»minute»]

 

El domingo 7 de febrero, en Ecuador no solo se celebraron elecciones presidenciales y legislativas. Cuenca, la tercera ciudad del país sudamericano, votó en contra de una serie de megaproyectos mineros en las cabeceras de cinco ríos que abastecen de agua a la zona urbana.

En la zona, directamente adyacente a un parque nacional declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO, hay más de 4.000 cuerpos de agua grandes y pequeños en el sensible ecosistema del Páramo, que actúa como reserva en los Andes. Sin embargo, corporaciones de Canadá, Australia, Perú y Chile, entre otros , ya han obtenido un total de 43 concesiones para la extracción de diversos metales.

Catorce organizaciones populares promovieron el referéndum, a través del Consejo Cantonal de Cuenca y aprobado por el Tribunal Constitucional en septiembre de 2020. De esta forma, el domingo 7 de febrero de 2021, más del 80% del electorado de Cuenca votó a favor de la prohibición de la minería industrial en esta parte de la sierra andina. Este es un  claro mandato democrático acorde a la Constitución de 2008 de Ecuador que estipula los derechos de la naturaleza.

Dado que el resultado del referéndum es legalmente vinculante según la Constitución, el próximo presidente tendrá que cumplirlo. Muchos de los 16 candidatos a la presidencia apostaron por la expansión de la minería en sus campañas electorales para sacar al país de la crisis económica por la que atraviesa. Solo uno de ellos se pronunció firmemente en contra de la minería y de la ampliación de la frontera petrolera en la región amazónica: Yaku Pérez Guartambel, el candidato del movimiento indígena (CONAIE) y su organización política, Pachakutik.

La elección presidencial no se decidirá definitivamente hasta la segunda vuelta y el escrutinio final del 11 de abril de 2021. El heredero político del  expresidente Rafael Correa, Andrés Arauz, que obtuvo el 32,2% de los votos en la primera vuelta, participará con toda seguridad en abril. Sin embargo, aún se discute quién será su oponente. En el conteo final de los votos por parte del CNE, el banquero neoliberal Guillermo Lasso supera a Yaku Pérez apenas por décimas, por lo que Pérez ha denunciado fraude y solicita el recuento de votos, configurando un escenario apretado que todavía puede traer sorpresas.   

Por primera vez en la historia del país, Yaku Pérez, un candidato indígena procedente de organizaciones de base tiene posibilidades de ganar las elecciones. Esto ya es un enorme éxito simbólico para el movimiento indígena de Ecuador, que fue noticia por última vez en octubre de 2019 con un Levantamiento contra la liberalización de los precios de la gasolina y el diésel, y contra las políticas neoliberales del gobierno de Lenin Moreno.  

Si Yaku Pérez llega realmente a la votación final, la campaña electoral enfrentará dos interpretaciones diferentes de lo que se define como izquierda en América Latina. Por un lado, una  izquierda populista y autoritaria en la estela de Rafael Correa, quien estuvo en el poder de 2007 a 2017 y se apoyó en una expansión del extractivismo para financiar una modernización de las infraestructuras y los programas sociales. Estos programas prometieron mayor equidad,  pero a costa de la destrucción de la naturaleza y de la  restricción de facto de los derechos democráticos. Por otro lado, una izquierda intercultural, plural y ecológica que apela principalmente a las generaciones más jóvenes, que pone en primer plano temas como el cambio climático y la preservación de las selvas tropicales, y remite al gran movimiento indígena de los años 90 y a su forma comunitaria de hacer política.

En este sentido, la irrupción de Yaku Pérez, ex-prefecto de Azuay, aporta aire fresco a la rancia polarización entre la vieja izquierda progresista (representada por Arauz) y la derecha más reaccionaria (representada por Lasso) en una región muy necesitada de innovación política.

Sin embargo, una amplia campaña internacional de difamación contra Yaku Pérez comenzó en la misma noche de las elecciones, utilizando los medios de comunicación y las estructuras internacionales instaladas en años anteriores en torno a la visión de un «socialismo del siglo XXI».

Especialmente Venezuela, Bolivia y Ecuador han proclamado emprender una renovada senda socialista durante los gobiernos progresistas de la primera década y media del siglo XXI. Desafortunadamente, esta nueva variante del socialismo demostró haber heredado algunas de las características menos deseables del socialismo del siglo XX, como un enfoque bastante autoritario de transformación vertical, de arriba hacia abajo, otorgando un papel central al partido gobernante; una centralización del poder estatal, derogando controles y contrapesos necesarios; e intolerancia hacia la disidencia, la cual es criminalizada y perseguida judicialmente con frecuencia. Esto condujo a un clima de polarización que sofocó toda la energía transformadora que había crecido en la sociedad organizada durante las luchas antineoliberales plurales de los años 90 y principios de los 2000, y permitió un retorno silencioso a los acuerdos de libre comercio y a las políticas económicas que favorecen a las élites. Las políticas extractivistas y de megaproyectos orientadas hacia la modernización encontraron mayor y creciente resistencia por parte de las organizaciones indígenas y campesinas, así como de las comunidades afectadas. También estudiantes, trabajadores y organizaciones feministas se opusieron a la expansión de estas políticas por diversas razones. Así lo expresaron algunas organizaciones ecuatorianas de esta otra izquierda plural en una carta abierta presentada en Quito en febrero de 2021:

“La izquierda no es un sujeto, un partido, un movimiento, un gobierno; es una movilización humana permanente que reinventa y transforma la sociedad en búsqueda de la defensa de la vida afirmando y ensanchando la dignidad, la justicia y la libertad humana sin agredir a las otras especies y dañar el planeta (…). El progresismo ecuatoriano fue izquierda cuando allá por el 2006 expresaba una movilización social que buscaba construir un destino distinto al marcado por el capitalismo patriarcal y colonial imperante en el Ecuador y en América Latina. Sin embargo, en el momento que al contrario de expresar esa movilización social la saboteaba, la asfixiaba, la perseguía, la silenciaba, dejó de ser izquierda. Cuando la izquierda es conservadora deja de ser movilización y deseo social y se convierte en un partido (Alianza País) en una fórmula ideológica (Revolución Ciudadana) en un caudillo (Rafael Correa) que contiene y destruye la resistencia y la movilización social, y detiene la historia en su reinvención de mundos humanos más gratos.”

Recientemente, el expresidente ecuatoriano, Rafael Correa; el candidato presidencial correísta, Andrés Arauz; y el exvicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, jugaron un papel en la creación de una Internacional Progresista, un espacio plural de coordinación global que apunta a la transformación sistémica. Lamentablemente, este espacio ha tomado partido en la dura disputa en curso sobre la definición de la izquierda en América Latina.

Ahora, agregando un nuevo capítulo a esta misma disputa en todo tipo de plataformas, se despliega una amplia gama de argumentos en contra de Yaku Pérez, describiéndolo, por un lado, como un golpista, respaldado por la CIA, imperialista, oligárquico y eco-fascista de derecha; y, por otro, como un eco-impostor o “greenwasher”. Eso si no se sumergen en argumentos plenamente racistas para deslegitimarlo. La campaña claramente provoca todos los tropos clásicos que ayudaron a la izquierda tradicional a construir una cosmovisión simplista y dualista durante la Guerra Fría. Esta estrategia de polarización agresiva no solo imposibilita comprometerse seriamente con las propuestas de Yaku Pérez para un futuro gobierno, dejando que Arauz monopolice el ser «el candidato de izquierda» para la segunda vuelta electoral, sino que también limita la posibilidad de cualquier compromiso crítico o aprendizaje del fracaso de la política progresista durante su hegemonía en la historia reciente de América Latina. Incluso más preocupante es el hecho de que distrae de los temas realmente importantes que están en juego hoy, incluyendo las nuevas estrategias políticas para enfrentar una crisis multidimensional (que incluye la representación política y la democracia electoral liberal). Además, imposibilita cualquier impulso de co-crear colectivamente nuevas sociedades en un espacio político abierto que permita el ensayo y error y la deliberación plural.

La retórica estéril de tú-estás-o-conmigo-o-contra-mí cierra el espacio político de la creatividad y, en cambio, propaga el miedo. Evita por completo entablar una discusión profunda sobre el significado de una política de izquierda significativa en la actualidad. De todos modos, el futuro que necesitamos no será construido por un solo candidato, independientemente de su orientación política, sino por una interacción fértil entre organizaciones sociales fuertes y gobiernos que aprendan a escuchar a sus bases. En este sentido, la carta abierta mencionada anteriormente continúa:

“No es solo a Yaku Pérez, ni siquiera al movimiento Pachakutik-CONAIE lo que defendemos en este proceso electoral, es la movilización social por la defensa de la vida humana y no humana, por la defensa de la comunidad, del cuidado, de los territorios y sobre todo de los derechos de las mujeres para decidir su vida. Existe una trayectoria distinta al progresismo conservador patriarcal, colonial y extractivista de Arauz, Ortega y Maduro y al liberalismo conservador, patriarcal, colonial y extractivista de Lasso, Macri, Guaidó, Añez. No somos blanco y negro, somos diversos colores en un espectro bello como la whipala. La trayectoria de la movilización de los pueblos y nacionalidades indígenas y populares que apoyan lo que Pachakutik expresa en este momento tan complejo en la historia ecuatoriana.”

El voto por Yaku Pérez y el resultado del referéndum de Cuenca muestran que una parte importante de la sociedad ecuatoriana comparte estas preocupaciones. Una nueva política de izquierda tanto en Ecuador como en América Latina debe reconectarse con la efervescencia social de los 90 y principios de los 2000. No puede basarse en un regreso triunfalista del socialismo del siglo XXI, sino que debe reconocer y aprender de lo que ha salido mal durante estos años, una discusión autocrítica necesaria que también podría inspirar muchos otros procesos transformadores en el mundo. Debe volver a centrarse en los derechos de la naturaleza, los cuales fueron socavados por las políticas de esta izquierda «conservadora progresista» cuando estaba en el gobierno.

Ecuador es uno de los países con mayor biodiversidad del mundo. En tiempos de extinción masiva de especies, un curso de política económica basada en una mayor producción minera y petrolera podría tener consecuencias incalculables para mucho más que este pequeño país.

La pandemia ha llevado a una expansión y aceleración de las actividades de destrucción de la naturaleza en un área gris legal en toda América Latina, ya que los controles ambientales se han suspendido en gran medida. Al mismo tiempo, la Covid-19 ha dejado muy claro que el avance de la sobreexplotación capitalista hacia ecosistemas frágiles encierra grandes peligros para la humanidad.

En Cuenca, toda una población urbana, y no solo la comunidad rural directamente afectada, se ha pronunciado en contra de la minería. Esta decisión popular allana el camino para finalmente discutir el cambio fundamental de política económica que necesitamos con urgencia, el cual coloca aspectos que sustentan la vida tales como la soberanía alimentaria y la conservación el agua por encima de los imperativos del mercado mundial.

*Miriam Lang es profesora de Estudios Ambientales y Sustentabilidad en la Universidad Andina Simón Bolívar, Quito.

* Texto publicado originalmente en Open Democracy