Por: Ana Acosta

@yakuana

La deportación masiva de 121 cubanos nos duele a todos y todas. Nos duele porque gran parte de los ecuatorianos y ecuatorianas tenemos algún familiar o persona cercana que migró al extranjero y que vivió la despedida, el viaje, la fractura que significa dejarlo todo.

Mi hermano migró a Estados Unidos, buscando un opción de vida frente a la crisis económica que provocó el Feriado Bancario en 1999. Cuando viajó dejó a mis sobrinos con nosotros, por lo que yo crecí con ellos. Luego fue mi padre, que también migró porque su trabajo no alcanzaba para vivir. Luego mis sobrinos también se fueron a encontrarse con su padre. También migró mi mejor amiga y su hermana, porque su madre también huyó de este país que no avizoraba caminos. De esto ya son casi 17 años que ninguno ha podido volver.

Esto me dejó dos rastros en la construcción de mi subjetividad y de mi accionar político. La primera es que desconfío en los políticos vinculados a los poderes financieros por que los considero los responsables de la crisis que provocó esta migración masiva de ecuatorianos. Por eso, nunca apoyaría a Guillermo Lasso y su propuesta de ser el nuevo presidente de Ecuador. La memoria está viva, muchos todavía recordamos lo que hicieron cuando estuvieron en el poder. Lasso me recuerda a Mahuad y su sonrisa impostada mientras anunciaba las medidas que nos llevaron a la peor crisis económica que vivió el país.

El segundo rastro que me dejó este proceso es una creencia profunda de que las fronteras son construcciones innecesarias, que los muros deben ser derrumbados, ya sea el construido por el comunismo real o los construidos por el capitalismo real en Palestina, México o cualquier parte del mundo. Por esta misma creencia, considero que quienes han llegado a Ecuador estos últimos años; atraídos por las políticas de apertura, por la declaración de la “ciudadanía universal”; deben tener la libertad de hacerlo sin el temor de recibir represalias o el trato violatorio a los Derechos Humanos que ha sido víctimas en estos días.

Las deportaciones masivas de Cubanos, han provocado la separación de familias enteras, parejas, madres de sus hijas, han roto lazos. Pienso en estas personas y lo doloroso de este momento, y no puedo evitar recordar a mi hermano, a mis sobrinos, a mi mejor amiga, a mí misma siendo expulsada de un país por no contar con un papel que acredite que no soy “irregular”

Es doloroso constatar cómo el tufo xenófobo, que se apoderó de Europa frente al pueblo sirio y se expande en el aliento de Donald Trump en Estados Unidos, se haya instalado en un gobierno que hasta hace poco promulgaba la ciudadanía universal y el respeto a los Derechos Humanos; un gobierno que se contradice cada vez más sobre su propia palabra y expulsa a seres humanos sin más justificación que la tan usada y manoseada “legalidad”.