ESPECIAL ZARELIA

Cuando morir o huir es el camino

 

 

 Por: Luciérnaga

Publicado 03 de agosto 2023

 

 

En abril de 2023 se cumplieron tres años del primer acercamiento que tuve con Jéssica Martínez, activista transgénero por los derechos de la comunidad LGBTI+ y lideresa de la Asociación de Mujeres Trans Nueva Esperanza de Ambato, capital de Tungurahua, una provincia de la Sierra centro de Ecuador.

Como sucede cuando tocas el botón del interruptor al interior de un cuarto, en medio de la noche, ahora todo el panorama es gris, nada comparado a cuando ella estaba viva.

En la primera entrevista que compartió conmigo, Jéssica tenía 36 años, una mujer esmeraldeña con veinte y dos años de activismo a favor de los derechos de las feminidades trans, de los cuales al menos quince los había gestado en Ambato. Ella huyó de Quito en la década de los noventa, donde sobrevivió a un ataque policial del que fue víctima por razones de identidad y expresión de género.

 —Salí de Quito porque unos policías casi me matan—, me dijo Jéssica, en julio de 2021.

Fue impresionante escucharla. Su lucha diaria por mejorar su calidad de vida y la de sus compañeras era notoria.

—¡Negra! ¡Madre!— así la llamaban.

La conocí junto a otras mujeres trans que eran parte de la Asociación.

Este gremio se había conformado en medio del bullicio de la calle Marieta de Veintimilla y Martínez, cerca al parque 12 de noviembre, y el mercado Central en el ‘corazón’ de Ambato, lugar en donde el 3 de septiembre del 2022, paradójicamente, Jéssica fue asesinada con más de ocho disparos por miembros de una banda vinculada al narcotráfico, la extorsión y el sicariato.

El ideal de Jéssica era que todas sus compañeras puedan acceder a derechos como: la igualdad y no discriminación; a la integridad y seguridad personales; al trabajo, a la libertad de expresión, a la libertad de tránsito y residencia; a la libertad de asociación, reunión y manifestación; a acceder a la justicia, audiencia y debido proceso legal; a derechos sexuales y reproductivos; al derecho a la ciudadanía, a la salud, a la identidad y libre derecho a la personalidad, y a otros derechos a los que la sociedad y el Estado ecuatoriano les había obligado a renunciar históricamente.

Compartir con ella y con sus compañeras fue impresionante. Había mujeres de la Costa, la Sierra y el Oriente, de provincias del Norte, Centro y Sur de Ecuador, y también mujeres en situación de movilidad, extranjeras. Todas habían transitado por pueblos y ciudades innumerables, ejerciendo el trabajo sexual y labores relacionadas a la belleza y a la estética. Había entre ellas, historias comunes que derribaban la pared de sus orígenes y las hacían ver como una familia. Lamentablemente el continuum de violencia era la historia que más se repetía.

La mayoría de mujeres transgénero eran sobrevivientes de algún tipo de violencia. Violencia sexual por parte de sus parejas o clientes; violencia física, estatal y psicológica, esta última era la más prevalente y estaba presente en todas.

La ley de vida de Jéssica o su razón de ser era defenderse y defenderlas, no sé exactamente cómo, desde cuándo o porqué, pero ella había desarrollado algo parecido a lo que el común de las personas llama, el “instinto maternal”. Era algo más que un liderazgo. Ella en el grupo era como la piedra angular, los cimientos de la Asociación.

Recuerdo que hablando con sus compañeras me aseguraban que Jéssica era su respaldo, que le consultaban sobre sus proyectos y decisiones, la mantenían al tanto de sus viajes y actividades, que le contaban sobre sus dolencias físicas, sus enfermedades, sobre sus sentimientos y aflicciones, sobre sus alegrías y tristezas. Pero también me hicieron saber que cuando alguien hacía algo por fuera, rompía las reglas y acuerdos establecidos o desconocía alguna de sus advertencias, ella no movía un dedo por nadie.

Esto lo comprobé once meses después. Era real. Un día mediante una llamada telefónica Jéssica me contó que una de las chicas había caído presa por hurto y escándalo público. Y en efecto, la integrante de la Asociación permaneció en el Centro de Rehabilitación Social de Ambato detenida por cuatro meses. Jéssica me aseguró que no iría a “salvarla” y que ninguna de las chicas lo haría. Su justificación era que al interior del grupo las reglas estaban claras.

Jéssica reseñó que meses atrás, la misma persona que en ese entonces cayó presa, fue intervenida por un abdomen agudo en el Hospital de Macas. Este cuadro clínico fue producto de una agresión hecha por miembros de la Policía Nacional de ese cantón, sin razón alguna. Hubo testigos. Allí Jéssica habría viajado a cuidar a su compañera en el Hospital amazónico, buscó recursos para cubrir sus gastos médicos y luego la trajo a Ambato, a su casa en donde la cuidó por meses. Allí entendí a qué se refería con sus reglas.

 

En este tiempo pude conocer que su liderazgo lo gestó en la calle pero que también trascendió a otras esferas como la de lo público. Jéssica participaba de reuniones con autoridades que representaban al Gobierno Central en territorio, también con oenegés que promocionan el respeto a los Derechos Humanos. Alguna vez intercambiamos un listado de nombres de personas que hacían parte su red de apoyo. Tenía muchos contactos activos y sabía claramente con quienes tratar qué temas, con quienes podía contar para necesidades particulares y con quienes no.

La crisis también las golpeó y de alguna manera la Asociación se debilitó. La pandemia de la Covid-19, como a todos, también influenció en las dinámicas de su trabajo. El confinamiento total, los encierros parciales, los toques de queda las dejaron por meses sin ingresos y, lógicamente, los apoyos estatales no se canalizaron para ellas: no aparecían en los grupos vulnerables.

 

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Todo cambió ¿Quién las cuida?

En septiembre del 2021, cinco meses después de conocerlas, hablamos del que fue uno de los primeros hechos violentos registrados en el centro de Ambato.

Jéssica detalló que el domingo 29 de agosto del 2021 habían asesinado al estilo sicariato a una trabajadora sexual de 20 años, oriunda de Babahoyo. Su cuerpo, con heridas de bala, aún con vida, quedó en la avenida 12 de noviembre y Pasaje Puca. Ella murió en una casa de salud horas más tarde. Días antes a este asesinato, grabaron, en la noche, en el mismo lugar, un documental con las mujeres de la Asociación.

Luego de esta conversación no se topó más el tema de violencia, aunque Jéssica comentaba que habían empezado a tener problemas, pues a ella y a sus compañeras les solicitaban pagos por ocupar la plaza, las amenazaban, les pedían que vendan droga e incluso, hasta que dejen su sitio de trabajo.

Dos meses y unos días más tarde nuevamente hubo otro evento delictivo en pleno centro de la ciudad. La noche del 10 de noviembre del 2021, se registró un segundo asesinato al estilo sicariato. En la misma avenida que la muerte de agosto. En este caso fue un hombre. Los sicarios lo habrían matado por error porque el ‘blanco’ era una persona que estaba con el occiso.

“Marco Antonio Muñoz, jefe de la Policía de Subzona Tungurahua, mencionó que la víctima hasta el momento no ha sido identificada; se estima que tenía 25 años y no registra antecedentes policiales. “La posible hipótesis del hecho es violencia común y microtráfico”. Publicado en El Comercio, 11 de noviembre de 2021.

El 10 de diciembre, Jéssica presentó en el Gobierno Provincial de Tungurahua, ante una amplia audiencia, el documental ‘Luciérnagas’ en el que trabajó junto a sus otras compañeras y una equipa de periodistas de la provincia. La lideresa en su discurso fue potente al exigir el respeto a sus derechos y a los derechos de sus compañeras. Visibilizó uno de los tantos hechos de violencia de los que son víctimas y exigió atención a las autoridades.

 

Desde ese acontecimiento solo tuve un par de acercamientos más vía telefónica hasta cuando se dio el Paro Indígena que duró del 13 al 30 de junio del 2022, un total de 18 días. Jéssica participó en una vigilia apoyando las movilizaciones en los exteriores de la Gobernación de Tungurahua, junto con más activistas mujeres, el 25 de junio del 2022. Fue en esa fecha cuando me habló por primera vez de las amenazas constantes que estaba recibiendo.

 

Miembros de organizaciones delictivas la habían subido a una camioneta para explicarle cuál era la situación actual de la plaza (zona donde trabajaban), además le habían pedido que se uniera, pagando un aporte por el uso de la calle para trabajar o con la venta de sustancias sujetas a fiscalización (droga).

Jéssica estaba indignada, puesto que las inmediaciones de esas calles habían sido su territorio por más de quince años. Jéssica no estaba dispuesta a pagar, tampoco a permitir que las socias de su Asociación lo hagan y mucho menos a vender droga. -¡Primero muerta!-, decía.

Jéssica contaba que el microtráfico era parte de lo cotidiano del lugar, pero nadie forzaba a nadie, al menos no a las mujeres de su Asociación. Tampoco ellas se involucraron. -Ellos hacen lo suyo, nosotros no vemos, ni escuchamos, no sabemos nada-, explicaba.

Ante las amenazas, había decidido no salir a trabajar por un tiempo y esto coincidió con su decisión de realizarse una cirugía de vesícula a la que se sometió el 29 de junio del 2022 en el Hospital Regional Ambato. Tras salir de este impase en su salud, la mujer decidió buscar el camino para denunciar lo que estaba sucediendo en el Parque 12 de noviembre y lo que estaba atravesando. Varias de sus colegas activistas estaban al tanto, también autoridades de su confianza, pero no a detalle.

La extorsión a la que se le quería someter era el pago del piso o la llamada “vacuna”, de ella y de quienes laboran en el parque, incluidas las chicas de la Asociación. Ella planeaba salir de Ecuador, pero no iba a aceptar tal condicionamiento, ya sabía a quién dejaría sus bienes, parte de su ropa y maquillaje, y también aconsejaba a las chicas a ir viendo la forma de salir de la ciudad ante el peligro. 

El 11 de agosto del 2022, pese a que su vida seguía en riesgo, Jéssica hizo un nuevo aparecimiento público. Fue convocada como representante de la Asociación de Mujeres Transgénero Nueva Esperanza, para recibir las disculpas públicas de un ambateño conocido como ‘Maestro Cherazo’, quien había, de acuerdo a la Defensoría Pública, vulnerado los derechos de las personas de la comunidad LGBTIQ+ en una transmisión en directo hecha en Facebook, cuando una madrugada pasaba por el sitio de trabajo de las mujeres trans emitiendo comentarios estigmatizantes y prejuiciosos.

El 2 de septiembre del 2022, tuvimos contacto por última vez, solo me informó que las amenazas persistían, que tenía miedo, que desconfiaba de la Policía Nacional porque sabía que había personas de altos rangos cómplices.

El 3 de septiembre del 2022 la asesinaron. Jéssica tenía problemas económicos, por lo que decidió salir a trabajar en la noche, en el mismo lugar de siempre, junto a una de sus compañeras. Esa noche un sicario le disparó a quemarropa y acabó con su vida.

Finalmente, prefiero pensar y me llena de cierto sosiego el hecho de que la muerte violenta de Jéssica no es el acabose de su existencia, de que sí bien su vida física fue arrebatada de la manera más infame, la que vive aún en nosotros y en el corazón de sus compañeras es la que sigue prevaleciendo, es la que aún se resiste en desaparecer del todo, y la que con certeza afirmo seguirá cuidando de cada paso de quienes la estimaron en el revés del tiempo, porque sin lugar a dudas y citando a Elvira Sastre: “A veces, la ausencia es la mayor presencia de alguien”.

 

*NOTA SOBRE LA AUTORA:

La autora de este artículo prefirió mantener su nombre en reserva por motivos de seguridad