Por: Elena Vásconez

La experiencia

Las mujeres de la Caja de Ahorro y Crédito «Julián Quito»* se ponen de acuerdo. Por primera vez encuentran pretextos para hablar de sus derechos y expectativas en el espacio mixto del que forman parte. “Los sectores populares del sur de Quito también tienen mujeres”, piensan, y se abren paso en la organización donde numéricamente son mayoría. Entonces descubren que aportan más cuando se juntan para pensar sobre su situación que cuando asumen únicamente las tareas de limpieza, de alimentación o la logística.  

Ellas dirigen pequeños emprendimientos. Son maestras, empleadas de fábricas, de negocios y restaurantes. Estudian, trabajan y cuidan a sus hijos y a otros familiares. Son abuelas, jubiladas, hijas y hermanas. Son lideresas en sus barrios y gestoras sociales. Trabajan con madres comunitarias y jóvenes. Otras se dedican al comercio informal y varias no tienen empleo fijo.

Aunque muchas no han podido o no han querido acercarse a las teorías feministas para sentirlo desde ahí, tienen algo en común: la capacidad de tejer solidaridades y la decisión de provocar encuentros sosteniéndolos en la organización popular que se convierte para ellas y sus comunidades en el lugar donde se plantea la resistencia y la sobrevivencia.

Tampoco se autodefinen feministas ni son eruditas en el tema, pero le ponen nombre a la opresión, a la explotación y a las violencias reconociendo claramente sus efectos en la propia vida, tanto como las oportunidades para transformarse. Cambian los dolores y la ira por estrategias de lucha política y apuesta.

Están abiertas a compartir y a crear nuevos aprendizajes vitales significativos en lo cotidiano y se aseguran de que la generosidad sea una práctica, no solo un discurso.

Para ellas, leer la realidad en otros términos es una cuestión que sugiere abrir los ojos y hacer que otros los abran.

Son “mujeres de a pie” y saben que vienen de un mismo lugar, con plena conciencia de clase. Desde ahí ponen la voz, el pensamiento, el cuerpo, el contingente y las militancias. Dialogan con las diversas luchas que componen el movimiento social. Salen a las calles. Gritan consignas. Se ponen al frente y lideran las marchas. Se movilizan por los derechos de la naturaleza, de los trabajadores y las diversidades, contra las violencias, el femicidio y la criminalización de luchadores sociales. Son defensoras de los derechos humanos.

Aunque muchas no fueron a la universidad, pueden reconocer la doble y triple exclusión y  la sobrecarga de trabajo que atraviesa sus vidas, al igual que los mecanismos de explotación que afectan a sus compañeros de camino, que además son sus compañeros de organización, sus vecinos, esposos, amigos, hijos, hermanos y nietos, pequeños comerciantes y emprendedores, artistas populares o líderes locales.

Juntas y organizadas cuestionan, desde la voz popular, las reglas que impone el capitalismo y sus  poderes, al tiempo que crean mecanismos de expresión, acción y denuncia hasta revertir todas las formas de dominación y exclusión o al menos intentan “darles la vuelta” haciendo contrapoder, siendo un mundo de fueguitos.

Y no es tarea fácil, sobre todo cuando hay que empezar por lo concreto, de adentro hacia afuera. Cuestionando las prácticas cercanas y los machismos propios y ajenos. Aterrizando en la relación personal y en el accionar de la organización. No son asuntos etéreos ni solo una cuestión de mujeres. Pensarlos provoca rupturas, roces, desencantos, pero asimismo nos permite avanzar, hacer-nos preguntas, subsanar, integrar.

Proponer en colectivo el feminismo popular dentro de un espacio organizativo mixto tiene que ver con estas intenciones, con la riqueza de estas experiencias y con el significado que le impriman sus actoras y actores.

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¿Para qué sirve el feminismo popular entonces?

En las últimas décadas se han visibilizado distintas experiencias de feminismo popular  propiciadas por espacios de mujeres que en algunos casos han sido parte de organizaciones mixtas y que coinciden con  la necesidad de no establecer jerarquías entre las distintas opresiones caracterizándolas como “principales o secundarias”, dice Claudia Korol, periodista, educadora popular, feminista argentina.

La razón es la siguiente: si asumimos la existencia de distintas formas de dominación y disciplinamiento que se refuerzan mutuamente expresándose sobre los cuerpos, los territorios, las comunidades y más, también es posible valorar la existencia de subjetividades individuales y sociales autónomas. Perspectivas emancipatorias capaces de crear otros mundos y de erosionar los pilares del sistema, como dice Claudia.

La mirada que proporciona el feminismo popular ayuda a conjugar la reflexión y la acción. A construir una organización popular diversa, plural y mejor cohesionada. Representa una opción para posicionarse críticamente frente al capitalismo, a sus hegemonías, a las posturas elitistas de distinta índole (también feministas)  y al patriarcado. Su propósito es lograr transformaciones de abajo hacia arriba y a todo nivel. Sabemos que no habrá revolución sin que estemos las mujeres. Lo vamos entendiendo y hacemos que pase.

Pensar la organización mixta desde el feminismo popular además nos hace otras preguntas. Por ejemplo, sobre el lugar que ocupan “las mujeres de a pie” en espacios y escenarios tradicionalmente masculinos, así sean populares. ¿Dónde y cómo están ellas? ¿Qué roles desempeñan? ¿En qué consiste su aporte? ¿Es reconocido? ¿Cómo sienten y viven las militancias? ¿Logran conjugar el trabajo no reconocido de los cuidados con el de la organización y con el que desempeñan fuera de casa? ¿Qué piensan sobre esto sus compañeros? Tendremos que responder a estas preguntas hasta identificar honestamente cómo estamos construyendo nuestras relaciones y prácticas organizativas todos los días.

Es urgente recurrir a un trabajo colaborativo y creativo que no reproduzca los verticalismos, la asignación histórica de roles, el dominio del interés individual por sobre el bien común y la fragmentación entre los sujetos políticos diversos que trabajan por la organización desde lo que saben y pueden hacer.

Hace falta redefinir las metodologías del trabajo popular e incluir las propuestas políticas y metodológicas de los feminismos populares. Éstos son feminismos compañeros, comunitarios y colectivos. Tienen memoria y buscan revolucionar las subjetividades aplastadas por las derrotas, como dice Claudia Korol.

Vamos creando un feminismo popular y comunitario propio.

 *Caja de Ahorro y Crédito «Julián Quito»: es un espacio de alternativas económicas para la vida. Forma parte de la COVIFEP (Comisión de Vivencia Fe y Política). Es parte de un proceso organizativo destinado a cambiar las estructuras económicas, políticas y culturales injustas que sostienen la sociedad capitalista. Se basa en la solidaridad, la igualdad y el compromiso con la lucha popular y la necesidad histórica de generar un cambio social radical.

 

Referencias Bibliográficas:

Korol, C. (2016) Feminismos populares. Las brujas necesarias en los tiempos de cólera. En Revista Nueva Sociedad, No 265, septiembre-octubre de 2016. Recuperado de https://transecos.files.wordpress.com/2017/09/feminismos-populares.pdf