Díganme, ¿cómo no indignarme?

Un recorrido en la “Caravana del No Olvido” de familiares de víctimas de femicidio

 

 

Por: Gabriela Peralta

 

Publicado 19 de septiembre 2024

Es la primera vez que veo el rostro de Mercedes Vera, una mujer manabita de tez cálida, postura firme y resistente. Está de pie a las afueras de la Universidad Central del Ecuador, agitando sin descanso una bandera morada entre sus manos. Cuando nuestras miradas se cruzan, su voz rompe el silencio:

—Vengan, vengan, es aquí —nos indica a Ángelly, mi compañera, y a mí. Pero no somos solo tres personas; somos casi diez las que aguardamos la llegada de una chiva, que recorrerá tres puntos de Quito en la “Caravana del No Olvido”, conmemorando los dos años del femicidio de María Belén Bernal, dentro de la Escuela Superior de Policía General Alberto Enríquez Gallo.

 

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Mercedes está pensativa e inquieta, parece flotar en el aire, mira su reloj una y otra vez; los minutos se alargan con cada mirada:

—Dijeron que la chiva venía a la 1 p.m., y nada que llega —comenta con frustración.
—Ya debe estar cerca —le digo para aliviar su angustia.

Su bandera morada lleva la consigna “Ni Una Menos”, pero en un contraste doloroso, que me estrella contra la realidad, su camiseta muestra el rostro de una mujer joven. Maribel Loor Vera era su hija; tenía 36 años y era cosmetóloga de profesión. El 16 de octubre de 2016, su pareja y padre de una de sus hijas la asesinó. El femicida intentó suicidarse después del crimen, pero no lo logró y quedó incapacitado.

El dolor ha transformado a Mercedes en una mujer fuerte y resistente. Eso se nota en la fuerza de sus manos y en su voz que corta el aire como un cuchillo sobre madera. Cuando Maribel fue asesinada, Mercedes, junto a sus nietos, se fue a Colombia por el miedo que tenía. Cuidarlos le pareció lo más cercano a la justicia porque, asegura, en Ecuador la justicia no llega, y si llega, lo hace tarde. Y eso, para las familias de víctimas de femicidio, no es justicia.

Sin conocer la historia de su hija, la noche del 11 septiembre de 2023, frente a la Comandancia de Policía en Quito, fotografié de espaldas a Mercedes durante una manifestación por el femicidio de María Belén Bernal. Tuvo que pasar un año para conocer su rostro y mostrarle la fotografía que le hice en aquella ocasión. Supe que era ella, por el nombre de su hija impreso en la espalda de su camiseta.

Mercedes es una de las miles de madres que piden justicia para sus hijas, nietas y nietos en la “Caravana del No Olvido”.

 

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La chiva llega a la Universidad Central, nos recoge y comienza el recorrido. Las mujeres agitan banderas moradas al viento. Ya no somos diez; ahora somos más de veinte mujeres, de todas las edades. Todas juntas, vamos en la “Caravana del No Olvido» porque, como reza una de las pancartas: “La vida de las mujeres no se negocia”, “Tampoco se olvida”.

Las mujeres nos encontramos en la diversidad, en el dolor, en las alegrías, pero también en las canciones. En una en particular: “Canción Sin Miedo, de la mexicana Vivir Quintana. Esta canción, que acompaña la caravana, es un himno contra la violencia machista y feminicida en el mundo. Desde 2020, la canción está presente en protestas, manifestaciones, encuentros de mujeres en diversos países. La canción denuncia y exige justicia para las mujeres, amigas, hermanas, madres, hijas, primas, tías asesinadas.

Un extracto de la canción dice:

Soy Claudia, soy Esther y soy Teresa

Soy Ingrid, soy Fabiola y soy Valeria

Soy la niña que subiste por la fuerza

Soy la madre que ahora llora por sus muertas

Y soy esta que te hará pagar las cuentas

¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!

“Canción Sin Miedo” y otras como “Que la vida vale”, de Natalia Lafourcade, se repiten durante toda la Caravana. Llegamos al sector de El Condado, y una multitud ya espera. Elizabeth Otavalo, Luis Ati, Miroslava Cando, familiares víctimas de femicidio, gritan sin cesar: “Por Aidita, nadie se cansa; por Pamelita, nadie se cansa; por Majhito, nadie se cansa, nadie se cansa, nadie se cansa, nadie se cansa, nadie se cansa.”

 Así comienza la “Caminata del No Olvido”. Los tambores resuenan mientras las voces de las mujeres de la Batuka Batumbá gritan: «¡Vivas nos queremos!». Turum-pa-tún, turum-pa-tún, se escucha una y otra vez. La multitud avanza con globos y banderas moradas por la calle Nogales, dirigiéndose hacia la primera parada del recorrido: la Cárcel 4 de El Condado. Un lugar donde han estado jueces, políticos y policías. Policías como Germán Cáceres del Salto, el femicida de María Belén Bernal, que se encuentra allí desde abril de 2023. Antes, él estuvo en La Roca de Guayaquil, una cárcel de máxima seguridad.

«Germán Cáceres, no te olvides. Aquí está la voz de María Belén. ¡Maldito policía!», grita Elizabeth Otavalo. El grito resuena y la multitud lo acompaña: «¡Policía cómplice, policías corruptos!».

Una de las voces que grita con fuerza es la de Isaac, el hijo de María Belén, quien alza su voz con digna rabia:

«El hijo de la Doctora María Belén Bernal va a luchar, no solo por ella, sino por mis hermanos, las otras víctimas», dice Isaac.

«¡Cáceres a La Roca!» exige también el clamor colectivo.

Elizabeth reitera que la Cárcel 4 es un privilegio para un feminicida, es como «un hotel cinco estrellas». «Ahí están los femicidas. Ahí está el femicida de Katherine Singaña, que usó un arma de fuego para matarla», comenta.

Las y los manifestantes protestan; militares y policías cercan la Cárcel 4. El espíritu de cuerpo en su máximo esplendor. Sin embargo, bajo sus pies, se extiende una tela morada con fotografías de las cientas de mujeres asesinadas en Ecuador, varias de ellas por policías y militares.

Vivimos en un país que continúa y sigue en marcha aun cuando las mujeres desaparecemos y nos asesinan. Este pensamiento viene a mí porque estamos en una de las zonas más transitadas por personas y autos. Estamos frente a un centro comercial que acoge día a día a miles de personas, pero parece que nada pasa. Quienes transitan no quieren detenerse, los carros pitan y pitan para exigir que las mujeres dejemos libre la calle.

Las manifestantes gritan sin parar, con enojo y rabia. Algunas lloran. Otras pueden gritar a pesar del sentimiento de tristeza. Yo siento ganas incontrolables de soltar el llanto. Me contengo un poco, luego no puedo más. Me duele este país, la injusticia, el silencio, la complicidad entre las instituciones del Estado, la Fuerza Pública y quienes la conforman.

Nos subimos a las chivas y nos vamos. Solo fue la primera parada.

Continúa la caravana. La segunda parada es la Escuela Militar Eloy Alfaro. Llegamos y a lo lejos ya se divisan militares. Ellos, al igual que la Policía, cercan con su cuerpo y sus armas la escuela. Las manifestantes gritan sin cesar: “¡Justicia, justicia, justicia para Aidita!”.

Aidita fue asesinada en junio de 2024, y su historia, al igual que la de María Belén Bernal, conmocionó al país. Aidita fue asesinada en su habitación dentro del Fuerte Militar de la brigada 19 Napo, en la provincia de Orellana. Una autopsia reveló que fue víctima de violencia física y sexual antes de ser asesinada. Una de las voces que resuenan frente a la escuela militar es la de Luis Ati, su padre. Pero él no es el único que perdió a su hija en una escuela militar de Ecuador. Miroslava Cando también perdió a su hija, Majhito, subteniente del Ejército, durante una prueba de natación en el Río Napo. Según las Fuerzas Armadas, durante la prueba, la oficial se enredó con una palizada y falleció al no poder liberarse. Sin embargo, Miroslava denunció que no se consideró el clima, los riesgos, no se brindaron primeros auxilios ni se siguieron protocolos de emergencia.

Más de cien militares armados intimidan a las familias. Graban con sus celulares a las manifestantes. Su presencia y sus tácticas amedrentan y asustan a las familias de víctimas de femicidio para que abandonen la escuela militar. Las madres como Mercedes, Elizabeth y otras resisten y también desafían, con el cuerpo, la voz y la mirada, a los militares:

—No nos toquen. Yo estoy pidiendo justicia por mi hija. Somos madres pidiendo justicia —, gritan enfurecidas.

Escucho sus palabras y registro en mi mente y con mi teléfono este momento. Veo a madres enfurecidas y tristes, pero aguerridas. También veo las miradas frías de los militares; parecen no pestañear. ¿A dónde miran?, ¿qué miran?, ¿sienten algo?, ¿qué sienten?, ¿a qué hace referencia su lema “Honor, disciplina y lealtad”?, ¿honor para quién o qué?, ¿la disciplina por sobre qué o quiénes?, ¿la lealtad para quién o quiénes?, me pregunto. Lo hago por dolor e indignación. Desde 2014, año en que se tipificó el femicidio en Ecuador, se registran 1.812 femicidios por razones de género, según el mapeo de la Fundación Aldea.

Llegamos a la tercera y última parada, la Escuela Superior de Policía General Alberto Enríquez Gallo, en el sector de Pusuquí. Las mujeres cruzamos la avenida Manuel Córdova Galarza. Se paraliza el tránsito por unos minutos. Para este momento, somos más de cien.

“Sordas, ciegas y mudas el 11 de septiembre, ¿por qué?, ¿quién le ayudó a Germán Cáceres?”, grita Elizabeth, cuestionando el silencio de quienes conforman la escuela, desde las personas que se preparan para ser policías hasta los oficiales de alto rango, tanto mujeres como hombres.

El espíritu de cuerpo y la institución, una vez más: silencio e impunidad. Las manifestantes colocan pétalos de rosas y telas con nombres y fotografías de mujeres víctimas de femicidio. Otras realizan una performance. Ellas, vestidas de blanco, representan las muertes violentas, el silencio y la injusticia que atraviesa el cuerpo de las mujeres. Plasman huellas de pintura morada en su ropa blanca, para simbolizar la sangre derramada de las mujeres, pero también se abrazan, se acompañan y se sostienen. La música, el baile, la performance por la vida también abrazan, mueven y conmueven, en medio del dolor.

Son las 5:40 p.m., músicos populares, con sus instrumentos en mano, interpretan Pobre corazón, un clásico de la música ecuatoriana. La canción, cargada de nostalgia, atraviesa a más de una persona con su ritmo y letra. Las voces de los músicos se elevan en el aire con el estribillo que dice:

Pobre corazón, entristecido,
pobre corazón, entristecido,
Ya no puedo más, soportar,
Ya no puedo más, soportar,
y al decirle adiós, yo me despido,
y al decirle adiós, yo me despido,
con el alma, con la vida,
con el corazón, entristecido,
con el alma, con la vida,
con el corazón, entristecido.

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“Yo soy la tía de Yuli. Yo soy el papá de Majhito”. Así se presentan entre familiares de víctimas de femicidio. Perdieron sus nombres y ponen en primer lugar el de sus familiares. En medio del dolor, que siento como propio, abrazo a una de mis amigas. ¡Qué dicha ese abrazo! Aún puedo abrazarla, y ella aún puede abrazarme también, pienso.

“La muerte de María Belén puso un pare para todas las agresiones. Por verdad, justicia, reparación y no repetición estamos aquí. Les envío un abrazo fraterno a todas las mujeres que están ahí dentro. Entiendan que perder a una hija es arrancarle el alma a una madre y perder a una madre, como hicieron con Isaac, es arrancarle, para toda la vida, la gracia para sonreír”, es el mensaje de Elizabeth para las mujeres que integran la institución policial.

Elizabeth grita y las mujeres la acompañan:

“Por María Belén, nadie se cansa.

Por Aidita, nadie se cansa.

Por Pamela, nadie se cansa.

Por todas las mujeres, nadie se cansa.

Por nuestras hijas, nadie se cansa.

Por todas ellas, nadie se cansa”.

 

 

El 11 de septiembre de 2024 se cumplieron dos años del femicidio de María Belén Bernal. Hoy pienso en ella y en las miles de mujeres a las que la violencia machista las asesinó. Díganme, ¿cómo no indignarme si las madres se vuelven abogadas en busca de su propia justicia? Díganme, ¿cómo no indignarme si las mujeres y madres no dejan de luchar por sus hijas y por todas?

Lo que me reconforta y abriga es saber que alguien más siente el dolor de las otras personas, porque, como dicen las mujeres activistas y defensoras de la vida: “Tu lucha es mi lucha”. Y mientras eso pase, la justicia hecha está, hecha está.

Duele vivir en un país con un Estado machista, violento, ausente, negligente, lleno de silencio y un largo etcétera. Este texto no lo escribo como periodista; lo escribo como la niña que fui y la mujer adulta que soy, como la hija y nieta de dos mujeres que también vivieron violencia machista en algún momento de sus vidas. Lo escribo porque, en este camino de dolor, también hay esperanza, amor y lucha.