CRÓNICA
Comunidad La Toglla, lucha popular entre gases lacrimógenos y humo de sahumerio
Por: Camila Albuja y José Mosquera – Wambra medio digital comunitario @wambraec
Fotografías: Iván Castaneira
Publicado 21 de octubre 2020
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Rosita Cabrera recuerda, con una sonrisa, el momento en que el humo blanco del sahumerio se antepuso al gas lacrimógeno. Fue en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, cuando sobre el escenario y ante miles de personas volvió a ser llamada: Mama Rosita de la Comuna Ancestral La Toglla.
Antes de salir de la comunidad, el 10 de octubre del 2019, Rosita se encomendó al cerro Ilaló, su guía espiritual y una de las mayores fortalezas de la cosmovisión de los pobladores de La Toglla. Ese día sin saberlo sería parte de la historia. Era el octavo día del Paro, el Movimiento Indígena del Ecuador, en el Ágora de la Casa de la Cultura, realizaba una ceremonia espiritual y velorio para Segundo Inocencio Tucumbi, líder de las comunidades de base de la Organización de Pueblos Indígenas de Jatun Juigua de Pujilí (OPIJJ), parte del Movimiento Indígena y Campesino de Cotopaxi (MICC) y de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), fallecido en el contexto de las protestas en las calles de Quito. Miles de personas, entre la indignación y la tristeza, esperaban la llegada del ataúd; mientras afuera, en la calle, se vivía un campo de batalla desigual entre la Fuerza Pública, que no frenaba los constantes ataques con bombas lacrimógenas, perdigones, caballos y perros, contra un pueblo que se protegía con escudos de madera y cartón, y neutralizaba el ardor del gas con vinagre y leche.
Antes de subir al escenario, Mama Rosita era una más entre las miles de personas que se encontraban al interior del Ágora, cuando escuchó por los parlantes un llamado en el que solicitaban personas para que realicen ceremonias ancestrales, para que dirijan el ritual en memoria de los asesinados. Rosita, apresurada y abriéndose paso entre la multitud, fue la primera y la única mujer en acudir al llamado.
Cientos de cámaras y celulares de asistentes y periodistas registraban todo. La ceremonia estaba por empezar. En ronda, uno a uno los elementos consagrados fueron acomodados con suavidad en una vasija por las manos de mama Rosita: agua florida para despertar el ánimo, palo santo para limpiar el aire, hierbas dulces y amargas para equilibrar el cuerpo.
En una pantalla gigante, a las afueras de la Casa de la Cultura, personas que no pudieron ingresar, miraban atentos lo que sucedía. Mientras tanto, miles de personas protestaban desde sus casas con un cacerolazo y se conectaban a celulares y televisores para ver la transmisión de lo que sucedía en el Ágora.
El ataúd de Inocencio Tucumbi entró al Ágora, cargado por policías que habían sido retenidos por los manifestantes. Pasó por un camino de personas hasta llegar al escenario principal, donde Mama Rosita ya tenía preparado el altar, con la ayuda de Sebastián, un joven Yachak, y dirigente de salud de la misma comuna. «Antes del ritual, estaban los medios de comunicación, pero no narraban, nadie decía nada, nadie sabía lo que estaba pasando, nadie decía públicamente nada. Eso nos motivó a pedir con fuerza al Taita Ilaló y a mis ancestros. De repente, la ceremonia comenzó y todo cambió».
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En los primeros días del Paro Nacional y el Levantamiento Indígena los pobladores de la comunidad La Toglla, donde Rosita nació y vive, realizaron una barricada en el sector del Relleno, antes del peaje que divide el Valle de los Chillos, del Valle de Tumbaco muy cerca de Guangopolo. Árboles enteros y llantas humeaban en medio de la carretera. La línea formada por el humo separaba a los comuneros de los militares armados, que esperaban sin triunfo despejar la vía a Quito. Desde el 03 de octubre, esta carretera amaneció con calles cerradas, transporte paralizado y clases suspendidas en señal de apoyo al Paro. La marcha militar se veía obstruida a 21 kilómetros, antes de la capital por los habitantes de la comunidad.
La comunidad ancestral de La Toglla es parte del pueblo originario Kitu Kara, abarca alrededor de 150 familias y en total, cuenta con una población aproximada de 600 a 700 habitantes que viven en la parte baja del cráter del cerro Ilaló y alrededor de la Vía Intervalles, que cruza la comunidad. Los y las habitantes de La Toglla se enorgullecen de su organización comunitaria, su historia y su cosmogonía: «Se dice que somos ancestrales porque se han encontrado vestigios desde hace diez mil años. En algunos sectores todavía existen nombres originarios. Se dice que nosotros ni siquiera fuimos conquistados por los Incas y tampoco entró la hacienda, siempre fuimos indios libres», cuenta Sebastián Cabrera, dirigente de Salud y Nutrición de la Comuna La Toglla y dirigente de salud de Ecuarunari, organización indígena regional que agrupa a las organizaciones de base de la Sierra, que son parte de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE).
En esta comuna, se encontraron los vestigios más antiguos de los primeros asentamientos humanos en Ecuador. El grupo étnico que tuvo su asentamiento fue el de los Guangopolos, un pueblo que no fue conquistado ni por los españoles, ni por los incas de acuerdo con el estudio de caso “La lucha por el territorio en la Comunidad Ancestral La Toglla”, del Movimiento Regional por la Tierra. Alrededor de 1920, en esta zona existieron conflictos entre los hacendados de El Tingo y Tumbaco. Para el año 1923, se admitió una sentencia a favor de 278 indígenas residentes de esta zona, adjudicándoles 551 hectáreas de territorio. Es así que el primer documento histórico que reconoce a La Toglla es el mandamiento restitutivo a cargo del alcalde de Quito en 1923. Sin embargo, hay evidencias de que ya desde mediados del siglo XIX, existía una organización social en este territorio y un carácter colectivo de la tierra. Los hacendados, españoles y caudillos, desde tiempos coloniales codiciaban las tierras de la comuna; según se narra, tras varias luchas y resistencias se dio paso a la conformación de la comuna. Una de ellas sucedió entre 1839 y 1852, cuando se dio una invasión del hacendado José Hidalgo que tuvo que enfrentarse a la resistencia de los abuelos y abuelas de La Toglla para que en 1852 sean reconocidas las tierras a favor de los comuneros. Ya para 1937, la Ley de Organización y Régimen de Comunas legaliza como comuna a “El Barrio o La Toglla” y se publica este reconocimiento oficial en un Acuerdo Ministerial en 1938. En 2005, la comuna decide auto-definirse como comunidad de territorio ancestral La Toglla, y se registra en el Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador (Codenpe), según lo cuenta el texto “La lucha por el territorio en la Comunidad Ancestral La Toglla”, realizado por el Movimiento Regional por la Tierra. Tras una larga lucha por el reconocimiento de los derechos de los pueblos y nacionalidades indígenas, la Constitución del Ecuador de 1998 incorporó los Derechos Colectivos, que permitieron una mayor protección de los territorios ancestrales. Ecuador, en el mismo año, ratificó el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que hace referencia al derecho a la tierra, el territorio, la salud, la educación, el trabajo de los pueblos indígenas. Es por eso que año tras año, la comuna lucha por su autonomía territorial y vida comunitaria.
Como La Toglla, en Ecuador existen varias comunas. Hasta 2013, se registraron 73 comunas en el Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca (Magap), y en el Codenpe. La Toglla forma parte de las 21 comunas ancestrales registradas en Quito y es reconocida como tal, por contar con un título colectivo de propiedad de sus tierras, mantener prácticas sociales, culturales y espirituales identitarias propias, según el texto “Las comunas ancestrales de Quito, Retos y desafíos en la planificación urbanística” de Gustavo Andrade”.
Esta historia de resistencia y defensa de derechos está presente en la memoria de los y las habitantes de la comunidad La Toglla, memoria que en octubre del 2019 haría que la comunidad se levantara una vez más para unirse al Paro Nacional y Levantamiento Indígena.
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El churo sonó como señal de llamado a toda la comunidad para iniciar la organización y apoyo al Levantamiento. Desde la noche del jueves 3 de octubre, Verónica López, actual Dirigenta de la Mujer de La Toglla, junto a su esposo y vecinos, convocaron a los y las habitantes para hablar de lo que estaba sucediendo tras el anuncio del paquetazo por parte del gobierno de Lenin Moreno. Los comuneros poco a poco empezaron a hablar:
–Compañera, tenemos que hacer algo porque nuestros compañeros de provincia no pueden estar peleando solos. Esto no puede quedar así.
La dirigencia de la comunidad La Toglla no es piramidal, sino que las decisiones se basan en un Consejo de Gobierno horizontal. En palabras de Sebastián: «nadie es más que nadie, todas las dirigencias son iguales, sea dirigente mujer, dirigente hombre o un dirigente joven». La asamblea comunitaria estuvo al tanto de las decisiones del Consejo ampliado de la Ecuarunari, Conaie y del Pueblo Kitu Kara, para respaldar las acciones de hecho en los territorios. El Consejo de Gobierno de La Toglla se reunió para decidir su participación en el Levantamiento por los altos costos a la vida, y convocaron a toda la comunidad para encaminar acciones a favor de los «hermanos y hermanas», que se dirigían desde las comunidades de la Sierra centro y norte, y la Amazonía hacia Quito, con el objetivo de derogar el paquete de medidas económicas.
Al siguiente día de esta Asamblea, el viernes 4 de octubre, el sector de Kaisanloma vía que conecta Tumbaco con el Tingo, amaneció con un fuerte olor a árboles y llantas quemadas. Los comuneros y comuneras con camisetas, en su mayoría blancas, amarradas en el rostro se protegían del humo. Abuelitos y abuelitas de la comunidad, al pie de la humareda, contaban historias de la comuna a los más jóvenes, mientras en un grito colectivo se exigía la derogatoria del Decreto 883.
Esa misma mañana Verónica, con gran confianza, dirigía un punto de bloqueo estratégico realizado solo por mujeres, para paralizar la vía Intervalles, conexión directa con Quito. Pese a los grandes riesgos de la represión, las mujeres de la comuna La Toglla pusieron el cuerpo en la carretera e hicieron que militares y policías retrocedan en sus grandes camiones verdes. Cerrar la vía Intervalles fue una estrategia de la comunidad para inhabilitar el paso de refuerzos militares que buscaban reforzar la represión en el centro de de Quito.
La labor en primera línea de la protesta social no solo es agotadora sino también peligrosa. Los cuerpos de las mujeres en el trascurso de las horas y a la espera de más policías y militares se cansaban, exigían alimento y bebida. Sin embargo, las mujeres estaban organizadas «Llegaban a regalarnos colada, avena con unos sanduches, unas colitas y unos pancitos para poder sobrevivir porque igual ya no teníamos qué comer. Nos dejaban comida, arroz, papitas, aceite. Otras compañeras se dedicaban a cocinar para comer todos y hacíamos pambamesa» recuerda Verónica.
En otro punto estratégico de bloqueo, la gestión alimenticia también se sostenía de diferentes maneras. Los integrantes de la comunidad, realizaron el aporte voluntario de un dólar y fruto de esa suma, se logró tener una olla comunitaria para cualquier persona que necesitara alimentarse.
Jóvenes que habían estudiado en colegios de Quito, les enseñaban a otros tácticas de movilización, como la que consiste en apagar las bombas lacrimógenas con baldes llenos de agua. A partir de ahí, las personas de ‘La Toglla’ recolectaron baldes en toda la comunidad.
Varios artesanos, cerrajeros y carpinteros fabricaron escudos de madera para que los manifestantes puedan cubrirse. Estos escudos fueron entregados a las personas que querían viajar a Quito para protegerse en la primera línea de las protestas.
En la comuna, se distribuyeron las acciones por cada dirigencia. La dirigencia de las mujeres se encargó del cierre de las vías, de la alimentación y de la salud, mientras que otras dirigencias se organizaron para ir hasta el centro de Quito y apoyar en las brigadas médicas que se habían instalado en el Parque el Arbolito para atender a los heridos de las protestas. En auto se dirigieron a Quito, trasladando los baldes, los escudos de madera, además de vituallas, ropa y comida para repartir en la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
La gestión de la comunidad de La Toglla llegó hasta una agitada ciudad de Quito que recibía a manifestantes de todo el país. De la comisión, varias personas solo se dirigieron a entregar los insumos y regresaron a la Comuna, mientras que otros se quedaron hasta que las protestas acabaron. Entre estos últimos estaba Sebastián.
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Sebastián, ya en Quito, se asombraba de todo lo que veía, una ciudad que amanecía negra, por el humo de fogatas que manifestantes habían encendido para dispersar el ahogo que generaban los abundantes gases lacrimógenos. El Parque el Arbolito se había convertido en un punto de encuentro de médicos voluntarios, de mujeres, de organizaciones del campo y la ciudad, de jóvenes de mandil blanco, que con banderas blancas improvisadas y camillas fabricadas con sábanas permanecían en los puntos más conflictivos de las protestas salvando vidas.
Sebastián, como dirigente de salud de la Toglla, determinado y con el aliento del cerro sagrado Ilaló, se hizo cargo de la coordinación de las brigadas médicas, conformada por doctores graduados en Cuba, una delegación de médicos de la Universidad Central del Ecuador, Universidad Católica y otras universidades, paramédicos y voluntarios que atendieron a las personas heridas en las protestas.
En el centro – norte de la ciudad, en la zona donde se ubican las universidades, otros jóvenes recolectaban y organizaban los donativos de las quiteñas y quiteños que reconocían el valor de la lucha indígena y popular. Sebastián asegura que gracias a su generosidad había comida para sobrevivir tres o cuatro meses más «El primer día llegaron cinco mil, luego diez mil, luego veinte mil hasta que llegaron, estimamos, cien mil personas. Era bien numeroso. Nunca se vio en la historia del Ecuador un Levantamiento tan numeroso» dice Sebastián con seguridad.
A las brigadas médicas dirigidas por Sebastián, se unió Erick de 21 años, estudiante de quinto semestre de medicina de la Universidad Católica, quien cuenta que su motivación para ser voluntario fue «El mismo pueblo. Yo estuve por la amabilidad de la gente. Nos dieron comida, insumos, mantas. Si queríamos ir algún lado las camionetas nos llevaban. Las personas te veían con mandil y te llevaban a donde necesitabas.». Lo mismo sintió Jazmín, estudiante de enfermería de la misma universidad y voluntaria, quien recuerda que policías y militares no respetaron a mujeres embarazadas, mujeres con niños en brazos, ni a niños y niñas: «Teníamos niños y niñas que debíamos proteger y no les importó. Hubo una gran cantidad de heridos».
Las brigadas médicas fueron de vital importancia, según Sebastián, ya que rescataron a cientos de personas que se sofocaban entre el gas lacrimógeno, atendieron a personas pisoteadas por caballos montados por policías, curaron las heridas por perdigones, y brindaron primeros auxilios a los más graves, para después en camillas improvisadas con sábanas y palos, llevarlas a un hospital. «Por esa razón es que no hubo tanto muerto, ante tan indiscriminado y tan despiadado, ataque de la Policía y los militares. Era inaudito, era tremendo, desde el segundo día hasta que acabó el Paro. En las brigadas médicas se atendió una gran cantidad de personas que estaban con herida de bala y otros que perdieron la vida». En una búsqueda de atención, el Hospital Militar se negó a atender a un hombre que estaba en muy mal estado de salud. Sebastián recuerda que tras no ser atendidos en este hospital, trasladaron al herido en camioneta al Hospital Eugenio Espejo.
Así transcurrieron los días en el Paro Nacional para Sebastián y las brigadas médicas que con muy poco descanso realizaron su labor de cuidado.
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Sebastián estaba junto a mama Rosita en el Ágora, cuando el ataúd de Inocencio Tucumbi ingresó. Él estaba ahí, no como dirigente de salud o coordinador de las Brigadas Médicas, sino como Yachak. Sebastián, Mama Rosita y otros líderes espirituales organizaron la ceremonia del fuego sagrado dentro del Ágora de la Casa de la Cultura, con el objetivo de sanar la herida espiritual que dejó la muerte de los y las manifestantes en las protestas.
– Para nuestra cultura, la parte espiritual tiene que estar bien consagrada porque caso contrario se nos caía el Levantamiento– dice Sebastián convencido de la importancia de la ritualidad en las protestas.
Para las comunidades indígenas, la relación con la tierra no es solo una cuestión de posesión y producción, sino un elemento material y espiritual, para preservar su legado cultural y transmitirlo a las generaciones futuras, así lo declara la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la Sentencia del caso de la Comunidad Mayagna (Sumo) Awas Tingi vs. Nicaragua, del 31 de agosto de 2001. Como lo dice Rosita «el trabajo espiritual es nuestra alma, nuestra conciencia y nuestro pensamiento».
Rosita fue la primera y única mujer Yachak que organizó las series de rituales dentro del Ágora para dar alivio a los heridos y despedir al fallecido sahumándolo con hierbas y palo santo. Varios policías, hombres y mujeres, que sostuvieron el féretro fueron purificados tras un acto de disculpas públicas.
Años atrás, cuando Rosita era solo una niña soñaba con ser doctora. Los años de su niñez, hasta cuando cumplió la mayoría de edad, pasó con su abuela, también Mama curandera de la comuna La Toglla, de quien aprendió a sanar el cuerpo físico y también el espíritu. Mama Rosita es de gran importancia para la comunidad, fue la primera dirigente mujer de salud y justicia indígena de La Toglla, y es también miembro activo del Consejo de Gobierno.
Rosita, mientras permanecía en la Casa de la Cultura, recordaba los días anteriores al 10 de octubre: «ahí ya criminalizaron, ya mataron a los compas y dirigentes de las provincias de las nacionalidades. Ya nosotros estábamos dispuestos a hacer otro tipo de rituales para que haya paz, tranquilidad y que haya comprensión y que haya un diálogo de respeto entre las organizaciones y también el pueblo, conjuntamente con el gobierno y los militares. Porque ellos estaban con armas y nosotros con la mano vacía»
Tras un minuto de silencio solicitado en el Ágora, Rosita colocó en el fuego a las ñawis, guías y plantas sagradas que endulzan y dan la vida, que está haciendo falta. Con gran respeto y admiración, la multitud, en silencio, presenciaban el ritual.
«Un momento bien bonito» según Rosita, porque pese a toda la ira, tristeza e indignación que sentían miles de personas, en el Ágora había silencio y conciliación mientras se despedían de quienes, durante años, habían guiado procesos organizativos en las comunidades indígenas. «Para nosotros es la pachamamita, la tierra; la yakumamita, el agua; el Inti tayta, el sol; el wayra tayta, el aire; las estrellas, la luna, el cielo. Para nosotros, toda la naturaleza es sagrada y son sabios que están iluminando a cada uno de nosotros, no sólo a los seres humanos, sino a los animales, a las aves, a los insectos, a las plantas porque todo se relaciona», dice con dulzura Rosita.
Ya en la noche, después del ritual transmitido a nivel nacional, las personas comenzaron a llamar a la mama Rosita.
–¿Qué vamos hacer mamita Rosa? –era la pregunta más frecuente de personas que la buscaban como una guía. A lo que ella respondía:
–No estarán haciendo cosas de no hacer, solo pongan barricadas y no estarán violentos, estarán con tranquilidad, una persona, un hombre, una mujer inteligente, habla con capacidad e inteligencia para que entiendan los demás.
Con orgullo mama Rosita dice que a ella sí le escuchaban y que esto fue la motivación para continuar.
«Quieren vernos siempre analfabetos, quieren que no estemos en capacidad, pero aún así hablan de la revolución de la tecnología, cuando cuántos niños no tienen ni sistema eléctrico. Ahora nos hace falta los derechos de la educación bilingüe, el derecho a reconocer y aplicar la salud indígena y la justicia indígena. Tenemos que seguir manejando nuestros territorios, a la pachamamita y todo lo que es consagrado dentro de la cosmovisión, porque todos somos hermanos, todos somos compañeros y en el Estado nadie maneja por igualdad, hay racismo, explotación y marginación» afirma, segura del camino a seguir. Cuenta además que no vender, ni negociar ha sido un dicho y acción política para la comunidad La Toglla. Algo que les ha permitido continuar con la defensa territorial, desde la exigencia de la justicia indígena, la protección de la biodiversidad existente en su comuna y la espiritualidad para sanar, como lo hicieron en octubre de 2019 y lo seguirán haciendo siempre que «el churo» suene convocando al Levantamiento.
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