Feminismos de colores

 

Publicado 04 marzo 2020

Por: Génesis Anangonó Chalaco @genestefa

 

Una vez hablé con una mujer negra sobre el feminismo y me decía que ella no puede ser feminista, porque lo único que había escuchado del feminismo era sobre la lucha de derechos para las mujeres blancas y no para las mujeres negras. En ese momento solo pude decirle que no hay un solo feminismo, que había otro que era inter-seccional.

Cuando Karla me dijo eso, recordé que en clases de la universidad mi profesora explicaba que todas las luchas sociales –ya sean de clase o de género– estaban condicionadas por otros factores que se sumaban a los que ya eran visibles. Las luchas estaban atravesadas y afectadas por situaciones relacionadas con el género, la raza y la clase. Aunque todos los seres humanos sufrimos desigualdades, existen algunos que sufren más, por el simple hecho de ser indígenas, negros, mujeres, homosexuales, migrantes, o tener una discapacidad; y en la mayoría de casos sus luchas eran invisibilizadas. No es lo mismo ser blanca y pobre, que ser negra y pobre. Y precisamente ahí radicaba el reto de que el feminismo incluya todas estas realidades.

En el momento en que me interesé por aprender, entender y conocer más sobre el feminismo me di cuenta que las voces más escuchadas eran de feministas blancas europeas o estadounidenses. En la malla curricular universitaria, en “Teorías de Género”, solo habían nombres de feministas blancas: Simone de Beauvoir, Lucy Stone, Alice Paul, Carrie Chapman Catt, Betty Friedan, y eran las mismas que aparecían en mis búsquedas sobre feminismo en internet. No habían feministas negras, no en las primeras páginas de Google.

Hace pocos meses encontré a mujeres que, al igual que yo,  consideran que el feminismo hegemónico no las incluye. Tuve la suerte de encontrarlas en el Ojo Semilla, un espacio que decidió juntarnos, por primera vez, a mujeres negras, afrodescendientes, runas, indígenas, amazónicas, mestizas, comunitarias y populares, para tejer la memoria, para hablar sobre lo que para cada una significa el feminismo y sobre cómo lo vivimos desde nuestras trincheras. Mujeres de distintos lugares de Ecuador acudimos al llamado, nos juntamos, compartimos saberes, aprendimos, nos escuchamos, intercambiamos historias, conocimientos y visiones; nos abrazamos, nos de-construimos y nos re-construimos. Hemos replanteado el feminismo y lo vivimos desde nuestras comunidades, desde nuestras realidades.

En el Ojo Semilla escuché historias tristes y dolorosas, testimonios de abusos y de violencia. Eran repetitivos, eran reales, tenían nombre y nada tenían que ver con nuestro origen, o nuestro color de piel. No importaba si la mujer que los narraba era mestiza, runa o negra, si era adulta, adolescente o niña. Ni la raza, ni la edad le interesan al machismo. Las indígenas, las negras y las mestizas vivimos situaciones similares de opresión, de abusos y violencia, y todas encontramos en el feminismo un herramienta para vencer esos abusos.

Con frecuencia el feminismo hegemónico nos plantea que la violencia de género es el mal exclusivo contra el que hay que luchar. Sin embargo, las mujeres somos diversas, así como nuestras razas y nuestras realidades. En este encuentro hubieron mujeres adultas, jóvenes, niñas y adolescentes, todas habíamos sufrido violencia, ya sea física, emocional o sistemática. En la mayoría de casos el machismo había intentado apropiarse de nuestros cuerpos.

Negras, indígenas o mestizas; todas habíamos sido observadas, juzgadas y despojadas de nuestros deseos, de nuestros cuerpos y obligadas a satisfacer al sistema y a las creencias familiares, comunitarias. Todas habíamos vivido el miedo. 

A las negras, a las indígenas, a las mujeres rurales y comunitarias nos violentan nuestras parejas y también el Estado, sus instituciones y sus funcionarios. En el sistema de salud nos niegan la posibilidad de hacernos la ligadura bajo el argumento de que “las indias paren mucho. Las indias paren como cuyes y tú solo tienes cuatro guaguas”. Los cuerpos de las mujeres negras, con frecuencia son sexualizados, cosificados y estigmatizados “la negras son calientes, y buenas en la cama. Tienen tremendos traseros para no más de cagar”.

Históricamente el Estado ha tratado de controlar nuestras vidas y nuestros cuerpos, hoy lo sigue haciendo, seguimos siendo sometidas al escrutinio del Estado y la sociedad; y nos siguen prohibiendo acceder a nuestros derechos. La maternidad forzada, la falta de acceso a métodos anticonceptivos y la criminalización del aborto también lo hemos vivido. Es increíble como el Estado nos obliga a parir a unas cuantas y otras tantas les quitan el derecho de hacerlo. No importa nuestra raza, todas estamos privadas de nuestro derecho a decidir.

En el Ojo Semilla hablamos de todo. Comadreamos sobre anticonceptivos, maternidad y aborto y llegamos a la conclusión de que no solo las mujeres solteras, jóvenes y pobres quieren abortar y son impedidas de hacerlo. También las mujeres casadas, que tienen las posibilidades físicas, sicológicas y económicas para alumbrar, no lo hacen y abortan. Sin embargo a todas el Estado,  desde su lógica supremacista, racista y clasista decide quién sí y quién no puede ser madre. El Estado aún no entiende que las mujeres, ya sean jóvenes o adultas, pobres, o ricas, negras, indígenas, mestizas abortamos.

Abortamos con medicamentos, con intervenciones médicas (peligrosas y costosas), con brebajes o simplemente algunos cuerpos rechazan a los fetos y los expulsan: los abortan. El aborto es natural. Los animales abortan. La naturaleza aborta y nosotras también. La condición social, la raza y el estado civil poco importan, lo hacemos y lo seguiremos haciendo, aunque el Estado nos lo prohíba.

Mientras escuchaba a las compañeras en el Ojo Semilla, reforzaba mi pensamiento de que el feminismo, hoy más que nunca, es importante, pero es aún más importante que sea inter-seccional. Que nos atraviese a todas, que nos incluya y visibilice, que nos dé la posibilidad de luchar por nuestro género, pero sin olvidar nuestra clase, nuestra raza y las necesidades que son inherentes a cada una de nuestras realidades.

El feminismo no puede ser supremacista y racializado, tiene que incluir a todas las mujeres en su lucha. Tiene que entender que tanto la indígena como la negra, la mestiza, la campesina, la migrante, la lesbiana, la trans, la latinoamericana, etc., son aliadas en su lucha. O es que, como lo dijo la feminista, exesclavizada y abolicionista Sojourner Truth: ¿Acaso no soy una mujer?. Truth, en Ohio, en 1851, en la Convención por los Derechos de la Mujer, subió al estrado y dijo:

“Los caballeros dicen que las mujeres necesitan ayuda para subir a las carretas y para pasar sobre los huecos en la calle y que deben tener el mejor puesto en todas partes. Pero, a mí nadie nunca me ha ayudado a subir a las carretas o a saltar charcos de lodo o me ha dado el mejor puesto y, ¿acaso no soy una mujer? ¡Mírenme! ¡Miren mis brazos! ¡He arado y sembrado, y trabajado en los establos y ningún hombre lo hizo nunca mejor que yo! Y, ¿acaso no soy una mujer? Puedo trabajar y comer tanto como un hombre —si es que consigo alimento— y puedo aguantar el latigazo también y, ¿acaso no soy una mujer? Parí trece hijos y vi como todos fueron vendidos como esclavos, cuando lloré junto a las penas de mi madre nadie, excepto Jesús Cristo, me escuchó y ¿Acaso no soy una mujer?”

El color universal del feminismo es el morado. Se cree que este color representa la lucha del movimiento feminista, porque hace alusión al incendio que se produjo en una fábrica textil de Nueva York, en 1911, donde 146 mujeres murieron calcinadas a causa del sistema laboral precario en el que se desempeñaban. Trabajaban jornadas de catorce horas diarias con remuneraciones cercanas a los siete dólares semanales, las puertas de la fábrica siempre estaban cerradas y no habían salidas de emergencia por temor a que ellas salieran temprano o pudieran robar alguna prenda. Según la historia, el humo que salía de la fábrica podía verse a kilómetros de distancia y era morado. De allí que las sufragistas estadounidenses adoptaran, en 1978, el color morado como uniforme durante la marcha de Washington a favor de la enmienda por la Igualdad de Derechos.

El feminismo es morado,  pero para las hermanas indígenas amazónicas el feminismo también es verde, como la Selva, como la tierra que habitamos, como su lucha, como su territorio. Para mi amiga de la ciudad el feminismo es azul, como su color favorito, como el mar, como la calma que le transmite el feminismo y la seguridad de que algún día podrá transitar libre y en paz. Para mi mamá el feminismo es amarillo como el maíz, como su piel, como su alma mestiza. Para mí el feminismo es negro, como yo, como mi lucha, como mis ancestras.

Las mujeres somos de colores, somos diversas, y así es el feminismo.