Historias COVID19Ec

 

 

Campo y sanación en la Comuna de Rhiannon

 

 

Por: Sol Miranda

Publicado 16 noviembre 2020

Trabajar el campo, construir una alternativa en armonía con la naturaleza y el bienestar humano, hacer un refugio de la ciudad y una fuente de sanación, son algunas de las acciones que, en medio de la crisis por la pandemia de la COVID-19, la Comuna de Rhiannon propone en un espacio a una hora de Quito.

 

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Cuando Teff abre las palmas de sus manos parece que las va conociendo por primera vez; las examina estudiosamente, las gira de un lado para otro, y siente su textura.

—Han cambiado mucho —dice después de un silencio interrumpido solo por el paso del viento —son robustas cerca de los pulgares, tengo cicatrices y callos, la piel es áspera, la siento cuando paso la mano por mi cara.

Desde pequeña las mujeres de su familia le enseñaron a cuidar su piel, masajeando e hidratando sus manos con cremas porque

— Debía tenerlas bonitas, suaves y, sobre todo, delicadas —dice la joven colombiana de 27 años quien vive y trabaja como voluntaria en la Comuna de Rhiannon desde noviembre del 2019, una finca ecológica y una comunidad consciente.

 

El campo de la comunidad Rhiannon se extiende por la cima de las altas montañas de Malchinguí, un pueblo a tan solo 50 kilómetros de Quito. Cuando Teff llegó, pronto supo que no quería irse. La transformación de sanación y autoempoderamiento que su estancia implicaría, ahora reflejada en la corteza de sus manos, es una de sus razones.

—Al principio, sí apuntillaba algo y me chocaba un dedo, mandaba todo a la mierda, insultaba, gritaba, salía ahí una ira super fuerte, por que no quería sentir la incomodidad de literalmente estar rompiéndome las manos —dice Teff mientras el viento agita su cabello negro rapado a los costados y suelto sobre hombros bronzeados. En su voz serena y postura corporal abierta, Teff se muestra tranquila y confiada de ella misma aunque su brazo derecho, donde una gran loba tatuada con tintes negros devuelve la mirada, quizas otra historia y faceta suya se dilata.

—Pero si antes lastimarme era el fin del mundo, ahora es decir: “ya, bueno, esto pasa y sigo”. Te acostumbras, te das cuenta que así es el trabajo con las manos.

 

Parte de asumir el trabajo con herramientas y tareas físicamente pesadas como excavar y construir, para Teff, ha sido el deseo de romper con el pensamiento de que el trabajo fuerte siempre tiene que ser relegado a los hombres, dice.

—Quizás me tardo más, pero yo también lo puedo hacer.

Es por eso que cuando Teff observa sus manos se llena de orgullo

—Me ayudan a ver la fuerza que he desarrollado trabajando en la huerta, y simbólicamente es una fuerza más emocional y espiritual, porque cuando estás trabajando en la huerta estás trabajando el ser todo el tiempo.

 

 

Cebollas, ajos, zuquinis, brócolis, zambo, fréjoles, ahora florecen con colores vivos, tallos gruesos y hojas sanas en las huertas que Teff está co-encargada de cuidar, siguiendo los principios de permacultura que aprendió de otras personas de la comuna, y estudiando en libros con rigor en su tiempo libre. Los resultados que obtiene le siguen sorprendiendo y hacen brillar sus ojos.

—Ahí he sanado cosas mías. En el pasado he dejado morir macetas, no he podido cuidar de otras personas, cuidar vínculos, ni cuidar de mí misma, entonces ¿Cómo iba a cuidar una huerta?

Responsabilizarse de la huerta, confiesa, le revolvía el temor. Empezando a sacar malezas, siguiendo instrucciones de las personas con mayor experiencia, adquirió confianza, un trayecto que hoy honra

—me muestra lo que son los procesos de muchas cosas en la vida. A veces quieres entrar y cultivar y ya, tener tus frutos gigantes, pero para tener mis frutos, tuve que empezar con las malezas, y eso es lo básico. En la huerta y en la vida tienes que ir sacando lo que no te sirve, lo que te quita energía, lo que no hace que otras cosas crezcan.

 

Este encuentro con el poder personal fue algo que Teff añoraba cuando, en octubre del año pasado, dejó su trabajo como profesora de español en un colegio católico en una pequeña ciudad de Colombia, y decidió lanzarse a viajar con su pareja.

—Estaba muy débil, me enfermé físicamente y emocionalmente, estaba deprimida sin energía para hacer cosas, estaba yendo hacia abajo. Me di cuenta que de verdad estoy haciendo algo que no quiero hacer y ¿para qué?, para pagar el arriendo, para sostenerme materialmente, pero no estaba bien conmigo misma, no estaba bien con mi ser.

 

La alienación de la profesión y la vida urbana es un relato que se escucha con frecuencia entre los miles de viajeros y viajeras que han atravesado la Comuna Rhiannon, un espacio que desde su fundación en 2008, no sólo se ha convertido en un refugio de la ciudad y una fuente de sanación, sino en un modelo de cómo construir una alternativa en armonía con la naturaleza y el bienestar humano. Propuesta que en el contexto de la pandemia desatada por la COVID-19 cobró mucho mayor sentido.

Aquí personas como Teff, trabajan cinco horas al día, cincos días a la semana en, sobre todo, sostener el espacio comunitario, que incluye: la limpieza, la construcción, la cocina, el cuidado de animales, y el trabajo en las huertas. Son tareas que en su mayoría las economías capitalistas y patriarcales han relegado como “labor doméstico,” y por lo tanto no es ni remunerado, ni contabilizado dentro de horas de trabajo. Sin embargo en Rhiannon, estas son las labores que sostienen la vida en comunidad y son repartidas por igual entre todas las que viven allí.

El único limitante de Rhiannon es que no ha llegado a ser completamente autosustentable. Cada voluntarix tiene que hacer un aporte mínimo de $40 o hasta $150, para poder cubrir los gastos de comida porque la cosecha de las huertas todavía no llega a abastecer a todxs.

Sin embargo, con cinco horas de trabajo –no ocho – y ya haber cumplido las necesidades de limpieza y cocina, el modelo de Rhiannon permite que las horas libres, realmente y completamente, sea el tiempo libre de cada una. Suficiente tiempo para relajarse, hacer caminatas, leer una novela, tejer, hacer joyas, o meditar y hacer yoga.

Paseando por el terreno como lo hace a diario, Teff mira las casas hechas de adobe, los baños secos que reciclan los excrementos, los grandes paneles de fibras azules que aprovechan la energía solar, y el complejo sistema de tuberías que recoge la lluvia y filtra el agua de desecho para el riego de huertas. Ahí ve su futuro.

— A la semilla, que Rhiannon ha sembrado en mí, quiero seguirla nutriendo y regando con experiencias en otros lugares — dice Teff, mientras sacude sus botas negras cubiertas en polvo de arena  —porque el plan a futuro sí es tener un espacio personal o colectivo donde podamos materializar todo esto en nuestras vidas.

 

Sabe que para realizar ese sueño primero tendrá que confrontarse a las expectativas de su familia, algo que le genera ansiedad pero sabe también algo

—al menos en mí misma tengo resuelto lo que quiero.

 

Luego necesitará volver a encontrar un trabajo en la ciudad para ahorrar el dinero necesario aunque solo pensar en la idea de la ciudad le causa repugnancia, sin embargo dice Teff, bajando su cabeza hasta las rodillas

—ya he aprendido que antes de tener grandes frutos, primero necesito quitar las malezas.

 

¿Quieres conocer La comuna de Rhiannon?

Considera estas opciones:

– Con el aporte de $2 diarios, o un mínimo de $40 mensuales, y cinco horas de trabajo comunitario, puedes escaparte de la ciudad y darte la experiencia de vivir y trabajar en el campo y en comunidad.

-Con $10 diarios, puedes hospedarte en cuarto privado (según la disponibilidad), con tres comidas vegetarianas incluidas.

Para más información visita:

Facebook: https://www.facebook.com/comuna.derhiannon

Instagram: https://www.instagram.com/comunaderhiannon/

Pagina Web: https://www.rhiannoncommunity.org/inicio/